Prólogo.

84 7 9
                                    

Mi corazón retumbaba con fuerza en mi pecho.

El frío viento chocaba contra mi piel haciéndome estremecer.

Era inevitable concentrarme sólo en la música a todo volumen que transmitía la radio a través de mis audífonos, no podía estar tranquila.

De pronto mis manos comenzaron a sudar.

Por un momento llegué a sentirme pálida. No comprendía el motivo, aunque tenía la leve sensación de que alguien me observaba, y caminando solas por aquellas calles, no era de dudarlo.

Aceleré el paso y  a pesar del miedo que corría en mi interior y el mal presentimiento que hacia bombear mi sangre más rápido en mi cuerpo; me apresuré a entrar por un callejón oscuro, debía llegar a casa antes de las 9:00 pm, de lo contrario papá se enojaría si llegaba más tarde. Aquel callejón era un atajo que me convenía para llegar a tiempo, pero así lo vi hasta que mis pies tropezaron con los de alguien que no pude ver con claridad ya que mis lentes habían caído al suelo y sin ellos, mi vista no era la misma.

Retire mis audífonos de mis oídos rápidamente y empecé a trastear el suelo con mis dos manos temblorosas hasta que tope los lentes con el dedo índice y los tomé. Con los lentes ya colocados pude ver quien me había hecho tropezar, era una chica.

Su piel estaba arañada, sus ojos estaban tan hinchados que fue más que obvio darse cuenta que había estado buen rato llorando.

—¡Ey! ¿Qué ocurre?— pregunté acercándome a ella con precaución. Temía que fuera una loca agresiva como en realidad se veía.

Los ojos verdosos de la chica me observaron con temor.

Sus manos temblaban.

Su vestido blanco estaba manchando de sangre y roto.

Todo olía mal, incluso ella.

Su mirada iba de mí hacia atrás, hacia el lado, hacia arriba, estaba realmente asustada o quizás peor que eso; horrorizada. Y no entendía el hilo de aquella situación pero mucho menos los rasguños en sus brazos y piernas.

Aquellos rasguños se veían como si provinieran de un animal salvaje.

Estaba herida y comprendía su miedo. Era claro que no quería ser lastimada otra vez.

—¿Pue-puedo ayudarte?— dije trabajosamente, las palabras se atrabancaron en mi garganta, y, sin poder entenderlo... también tenía miedo.

El miedo entre las dos, entre aquel callejón oscuro y frío, era más que palpable.

—Él, el me hirió.— añadió abrazando sus piernas.

—¿Quien es el?— cuestione desesperada.

—No puedo decir su nombre, nadie debe saber quien es, el me hirió y no tardará en venir.—

—Pero... ¿quien es el? ¿Por qué te hirió?— pregunté nuevamente un tanto inquieta.

Observé su mano derecha y el temor me arropó; tenía una rosa enterrada en la palma de su mano, traspasada.

Parecía el juego de un típico asesino en serie.

—Solo vete.— respondió en un susurro y con lágrimas rodando por sus mejillas rojas e hinchadas. —¡vete ya! —gritó aferrando sus manos a sus oídos.

Temí por lo que fuera que se acercaba como intentaba decir la chica de ojos verdes.

Con mil dudas y preguntas en mi cabeza, decidí irme a casa.

Un grito detuvo mis apresurados pasos, mire hacia atrás lentamente y vi como alguien subía al cuerpo de la chica y lo apuñalaba sin piedad.

Ese alguien levantó su rostro y clavó sus ojos en los míos. Desde la oscuridad pude ver el color gris en ellos, al instante en que sus ojos se encontraron con los míos, mi cuerpo se congelo.

Eso no me asusto tanto como cuando vi que en sus dientes blancos habían rastros de sangre espesa, ensanchó su sonrisa aún más cuando vio que caí de espaldas y me arrastraba intentando escapar, el chico se levantó y no dude un segundo en levantarme y  salir corriendo, sin detenerme a meter mis narices en asuntos como ese.

—No puedes escapar aunque huyas.— grito detrás de mí y mi mundo callo en mil pedazos.

El miedo lo paralizó todo

Me encontré en los brazos de mi padre, viendo como sus labios se movían, más sin poder escuchar.

—Fue él.— dije en un leve y débil susurro, pero papá no comprendió de quien hablaba y por qué.

Pero yo lo había visto, él también me había visto. Su fría mirada jamás la olvidaría y mucho menos lo que hace sentir.

El aire se expulsó de mis pulmones, segundos después de intentar decirle a papá lo que había visto y lo que me había visto a mi.

Mi pecho subía y bajaba, me sentía fría, mi vista empezó a teñirse de un negro.

Un zumbido en mis oídos, impidió escuchar lo que decía mi padre Rodolfo.

Cerré mis ojos levemente hasta sentir que caía en un profundo sueño...

Caí en una leve oscuridad, me fui debilitando  poco a poco, hasta quedar desmayada sin conocimiento alguno en los brazos de mi padre.

Nota del autor:

Queridos y hermosos lectores, les agradezco el haber iniciado conmigo esta historia, espero y le guste.

Si gustan pueden seguirme en Instagram y saber el paradero de mis historias.

Si gustan pueden seguirme en Instagram y saber el paradero de mis historias

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora