Capítulo 12

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Unos desesperados pasos se aproximaban a mi habitación, y luego unos toques a la puerta me sacaron del pánico en qué estaba envuelta, y, a pesar de la fuerte lluvia que golpeaba nuestro techo, todo podía oírlo dentro de la casa. Solté todo el aire que había contenido cuando supe que quien estaba al otro lado, era papá.

—Hija, dime qué ha pasado.— escuché la voz de mi padre al otro lado de la puerta, aún la casa estaba a oscuras, el pequeño pueblo también estaba arropado por una oscuridad. Se había ido luz.

—Yo-yo... no veo nada.— dije torpemente, no me salían las palabras, no quería decirle lo que realmente sucedió, tampoco quería alarmarlo.

Me quedé inmóvil en el mismo sitio hasta que escuché la cerradura de la puerta rechinar y luego la presencia de mi padre cerca de mi. Me sostuvo por los brazos y me miró fijamente.

—Se ha ido la luz,  y creo haber escuchado un grito, ¿Estás bien?— Estaba nervioso y lo mejor era mentirle, se atrevía a mudarse de la ciudad si le hubiese mostrado la amenaza que de la nada, apareció en mi habitación, y era claro de quien era la caligrafía, aunque no había firma en ella, sabían que se trataba de él.

—No, yo... solo tuve una pesadilla.—mentí.

Parecía confundido, posó sus manos en mis mejillas y su ceño se frunció.

—Estás helada, vamos, voy a prepararte un té.— dijo y le seguí de inmediato, sintiéndome de vuelta a la vida y su horrible realidad. Mi piel estaba de hielo y pálida, una ola de frío andaba por toda la casa, ¿O solo yo podía sentir el enfurecido frío que chocaba con mi piel?

No me atrevía a echar un vistazo por alguna ventana o cualquier abertura que hubiera en la vieja madera, temía volver a ver algo extraño, nadie más que papá y yo, habitábamos la casa, pero sentía que alguien más con nosotros, no era para nada agradable la sensación, así que intenté no pensarlo más.

Nuestra casa era pequeña pero muy acogedora y cálida, papá había decido no remodelar nada desde que mamá murió. Para él, eso significaba honor y respeto, pues mamá era la que siempre remodelaba el hogar. La madera ya estaba desgastada y vieja, pero podía soportar más tiempo del que ya teníamos allí, aunque no podía ocultar el miedo a que un fuerte viento nos dejara sin techo, o peor aún, ciclón o tormenta tropical.

Papá había terminado de preparar el té. Me extendió la pequeña taza e inmediatamente la llevé a mis labios, el embriagante olor a jengibre inundó la casa, amaba cuando papá lo hacía, era relajante y más cuando lo tomábamos juntos, siempre me contaba cosas típicas de mamá, algunas que no viví y otras que si viví pero no podía recordarlo con exactitud, siempre quería saber más, y no dolía porque con el pasar de los años, tuve que aceptar que llorar, dejar de comer en días y encerrarme en mi habitación, no iba a devolverme a mamá. Papá realmente llegó amarla. Me aterraba perderlo, pues era él, lo único que me quedaba, mi fortaleza.

—He estado pensando en todo lo que ha pasado estos últimos días, y...— su voz temblaba y no me dirigía la mirada.—No quiero que salgas a otro lugar que no sea la facultad, y aún allí, debes tener mucho cuidado, hija.

Di un sorbo al té, y luego asentí con la cabeza en respuesta, estaba perdida y me debatía entre asistir o no. Sabía bien el escándalo que se armaría allí en cuanto me vieran llegar, las preguntas, las miradas acusatorias y los malo comentarios, los rumores que corrían a gran paso extendiéndose en todo el edificio, no era agradable, era estresante y no me ayudaría a superar el inmenso dolor que sentía por la muerte de mela y la preocupación de que un asesino andara suelto.

—¿Crees que la policía dé con su paradero?

Se removió el asiento, parecía tenso e incómodo,—No lo sé hija, me temo que esto es un sálvese quien pueda, la prensa no cuida al ciudadano como debería.— respondió.

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora