Capítulo 24

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"Fin a todo, o comienzo a algo trágico".

Sophia.

—Supongo que soy yo la próxima.— me armé de valor y lo encaré luego de ver caer el cuerpo de Cristian y hacer un charco de sangre a su alrededor, que de echo, había llegado a mis rodillas y me habían manchado el vestido que llevaba puesto.

Un olor a sangre no tardó en invadir todo allí. Era horrible, quería vomitar.

—Eso ya lo veremos, ¿o estás muy apresurada en morir?— respondió clavando su mirada en la mía.—Por qué en cuanto tenga a Geydi conmigo, vas a morir.

—Prefiero que acabes pronto, no le veo lógica a tardar tanto en terminar algo cuando ya lo haz comenzado, ¿o piensas dejarlo a media?— le reté.

—Si te callas y me escuchas, todo saldrá bien, mi querida psicóloga.— respondió y tomó asiento frente a mi.

Guardé silencio, quería escuchar algo nuevo o alguna otra verdad, porque muchas mentiras andaban y cosas que ni siquiera la prensa había descubierto, yo podría saber aunque me lo llevara a la tumba, como Cristina, solo que me lo llevaría en contra de mi voluntad no iba a callar nada en cuanto saliera viva de aquí, tampoco iba a ir a la cárcel a pasar el resto de mi vida cuando ni siquiera mi carrera había ejercido, apenas comenzaba a vivir, tenia tan solo 22 años.

—Cobro por las consultas, paciente.— dije jugando el mismo tono que él, pero me ignoró claramente. Era un puto egoísta, solo exigía que lo escucharan pero él no escuchaba ni prestaba atención a nadie.

—Mi padre asesinó a mi madre.— tragó saliva y continuó.— le había sido infiel y mi padre no pudo tolerarlo y... muchos menos perdonarlo.— volvió a decir sin apartar su mirada de la mía.

Mis ojos quería salir de donde estaban situados por la gran sorpresa de escucharle decir eso con tanta normalidad.

No dije nada. Era el comienzo de un desahogo, así que le dejé proseguir, prestando más atención.

Mis rodillas estaban como clavadas en el piso, ya ni siquiera les sentía funcionar, ¿cuanto tiempo llevaba ahí encerrada y viviendo un terror interminable? ¿Horas o días? Mis ojos estaban tan cansados y sentía que el sueño me vencía de vez en cuando, pero me propuse algo...

No debía cerrar los ojos jamás. No mientras estuviese allí.

—Mi padre fingió ir a su rutina diaria: el trabajo. Pero ese día me dijo que le avisara en cuanto llegase el vecino del al lado, me enseñó a llamar, tan solo tenía 8 años, ni siquiera sabía leer pero ese día me había enseñado a marcar su número y llamarlo, jamás pensé que mi madre le era infiel a mi padre, y la odié en cuanto lo supe, por eso me quedé a gusto con papá cuando la mató, pues así jamás pedía perdón y volviera a hacer lo mismo.— echó a reírse con pura ironía y prosiguió.— Los humanos son así; prometen no hacer algo, y vuelven hacerlo. Siempre fallan y quieren tapar todo con un maldito "perdón" cosa insuficiente cuando vuelves hacer lo mismo.

—¿Cual es tu conclusión?— le callé.— ¿eso te da razón a matar o es qué tú desquiciado padre te lo inculcó?— lancé la pregunta mirando a ambos chicos que supuse que también eran hijos de aquel cruel hombre que decidió acabar con la vida de una dama.

—Luego de que le avisara, llegó.— me ignoró descaradamente y continuó— tenía un arma y le voló los sesos al vecino y luego le sacó el corazón a mi madre y no los dió a comer como un padre bueno hace con sus hijos, desde allí la sangre se convirtió en mi olor favorito y matar mi plato más exquisito, Sophia.

Negué con la cabeza y una lagrima rebelde salió de mis ojos, era mucho para asimilar.

—Pero Adán lo asesino poco tiempo después, mi padre era una amenaza para nuestras vidas, así que dejé que mi hermano menor acabara con su vida, yo mismo jamás encontré el valor de hacerlo.— volvió a decir.

Entonces me pregunté: ¿Donde carajos estaba la presa que jamás les apresó? ¿Donde diablos estaban los que hacían justicia y le daban validez a las leyes?

Era frustrante solo escuchar. Adrián había visto, había vivido en carne propia esas escenas, había visto ver a su padre asesinar la mujer que lo trajo al mundo, ¿era esto normal? Por supuesto que no lo era.

—Eres un asesino, eres el peor de todos.— mordí mi labio inferior para controlar un sollozo y ser valiente para soportar la agonía porque sabía que lo que acaba de decir era una pura verdad.

Capaz de todo era Adrián.

—Jamás te lo he negado, ¿o si?

Guardé silencio.

Se acercó a mi y posó el puñal en mi cuello, me quedé quieta, el solo tragar saliva iba a cortar mi piel, era muy filoso el puñal así que solo me quedé mirándole aunque él miraba mi cuello, luego deslizó el puñal consiguiendo herirme.

Lo deslizo hasta mis pechos y clavó su mirada en la mía, había un toque perverso en ella.

—Eres muy guapa, Sophia.— lamió sus labios y volvió a clavar su mirada en mis pechos.

—No te atrevas a tocarme.— le advertí.

Se levantó y cortó la cinta y la posó sobre mis labios, intenté no darle el permiso pero fue imposible y lo que venía a continuación realmente me aterraba.

—Odio los llantos.— dijo.— odio cuando alguien llora y no a causa de un orgasmo, dime qué me entiendes Sophia, ¡vamos, eres capaz!— volvió a decir dejando escapar un suspiro y luego soplar su asqueroso y horrendo aliento sobre la piel de mis muslos.

Su intención era súper clara; violarme y llevarse lo que nadie había podido lograr en 22 años... mi virginidad.

Lo más valioso.

Lo que se le entregaba a un hombre merecedor, no a un asesino incapaz de amarse así mismo, no a uno maldito desgraciado que había comido el propio corazón de su madre, no a uno que asesinaba chicas y clavaba una flor en su palma.

Lloré, porque si la policía no se presenciaba unos minutos antes, estaría acabada y destruida.

—Es... es maravilloso el mundo que habita en tu vagina.— respiró profundo y cerró sus ojos.— huele tan bien qué quisiera dormir acá, en tus piernas bebé.

Negué con la cabeza, no podía hablar, todo quedaba tras la tela y solo me asfixiaba intentar gritar.

Me quedé quieta cuando vi que había posado el puñal a escasos centímetros de mis manos atada, y había tocado la punta del puñal, aunque me había herido, pero poco a poco, lo tomé.

Adán parecía haberse quedado dormido, una ventaja más.

Comencé a rozar el filo del puñal en las cintas que ataban mis manos y fingí estar horrorizada cuando Adrián se concentraba en cortar toda la tela que cubría mis pechos y el camino hasta mi vagina.

Hice lo mismo, hasta que mis manos quedaron totalmente libres.

Hasta yo misma corría peligro; lo supe en el instante en que quedé desatada.

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora