D O S

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Las conversaciones con el primo de Laura se hacían mayores y cada vez más comprometedoras y explícitas, ambos queríamos una sola cosa: una noche llena de sexo. Sin compromisos. Aunque a decir verdad, se me erizaba el vello cada vez que sus ojos veía, no me imaginaba que sería verle en persona, ¿soportaría el peso y la profundidad de su oscura y gris mirada? Quizás no.

Pero era de aquellas que le iban las aventuras, sin darle el mínimo espacio al miedo.

A penas faltaba un día para la fiesta de halloween, no soportaba las ganas de asistir, no aguantaba las ganas de verle en aquella fiesta, ¿cual sería su disfraz, el de un chico malo? Dejé mi sonrisa pícara en mi rostro unos momentos y dejé mi imaginación volar al más allá.

Al cabo de un rato, iba de camino a la facultad con Jules, que parecía estar perdida en sus pensamientos, así que me animé sacarle de allí.

—Oye, ¿Estás bien?

—Si, es solo que tengo un mal presentimiento.— tocó su pecho y me observó con extrañeza.

—Espero y nada malo suceda.— fue esa mi respuesta, no creía en eso de sentir que algo malo podía pasar solo por sentir un dolorcito en el pecho.

De nuevo el silencio tomó su lugar y solo caminábamos, era incómodo pero tampoco quería romperlo otra vez.

—¿No haz notado algo raro con la chica nueva?— preguntó en voz baja, y esta vez, si me miró.

—¿Te refieres a Laura?

Jules asintió y noté como la preocupación invadió su sistema nervios.

—¡Claro que no!— Exclamé.— Es una chica muy dulce.— volví a decir pero eso no le convenció en lo absoluto.

—Pues a mi me parece extraña.— respondió y detuvo sus pasos y le acompañé. —Quiere ser amiga de todos y tan solo lleva un mes acá, en esas personas no es bueno confiar, algo se traman, son... son dañinas, Liza.

Mi cuerpo reaccionó al instante en que aquellas palabras salieron de sus labios. Sentir un escalofrío arroparme por completo.

Tenía razón. Jules podía parecer lo más rara y ser la persona más extraña en el mundo, pero esta vez tenía razón.

Pero dudada tanto de que Laura fuese una mala persona, que opté por ignorar las sospechas de Jules.

—Más le vale no tramar nada malo, yo sé defenderme.— dije con simpleza.

—Ten cuidado, Liza.— susurró, observando a todos lados, como de costumbre.— Hazme caso.

—No te preocupes, lo tendré.— le aseguré pero eso no significaba que iba a dejar caer la salida que tenía con Laura, quizás después le sacaría los pies, pero antes tenía que darme el gusto de acostarme con su primo.

—Liza.— me llamó suavemente y me giré para verle antes de entrar al aula.— Es cierto, se suicidó una noche después.

No escondí lo confundida, —¿De qué hablas, Jules?

—Acércate.— tiró de mi brazo y me acercó a su muy delgado cuerpo.—El padre de Sophia se suicidó una noche después del entierro de su hija, desde entonces, su casa se ha convertido en las peores de las maldiciones, nadie cruza por allí.— dijo en un susurro muy bajo.

Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar tal información, pues la prensa se había encargado de ocultar el más mínimo detalle.

Habían, incluso, ocultado el caso tratando de resolver otros que se añadían con rapidez. La policía temía que las personas que habitaban el pequeño pueblo que el gobierno había construido para sus trabajadores, disminuyera a causa de qué cosas espantosas continuaran pasando, así que ocultaban cualquier asesinato u otra cosa que alertara la ciudad.

—Fue horrible, ¿es... es aquella casa abandonada qué hay...?— mis palabras fueron silenciadas por las de Jules.

—Es mejor callarse, aún queda alguien... algo me dice que esto continuará.— dijo.

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora