Capítulo 25

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Jamás me había dado cuenta que mi propio peligro, era mi verdadero yo.

~ Julio Martínez.

Sophia.

El puñal temblaba en mis manos.

Iba hacerlo.

Algo me decía que lo correcto no era asesinarlo, pero por otro lado escuchaba lo contrario.

Los labios de Adrián chocaban contra mi piel, había echo un caminito que, su punto final daba en mi vagina, pero obviamente no le permití llegar.

Ya no podía soportar que estuviera acariciando mi cuerpo como si pudiera.

Ya no podía permitirme esperar un segundo más a que la policía llegara.

Tenía con qué defenderme, tenía todas las fuerzas de terminar y en esta ocasión, para siempre. Ya no andarían un asesino más en la ciudad.

Era el fin. Si que lo era.

¿Que esperabas Sophia? ¡Hazlo ya!
Gritaba mi conciencia obligándome hacer el mal.

Dándome solo ese empujón que necesitaba para ser la peor y más cruel ser humana.

Comencé a sentir la lengua de Adrián navegar en mi vagina, aproveche que estaba bajo la tela de mi vestido y no podía ver nada más que mi vagina.

Me sentía tan sucia e indignada que jamás volvería a verme en el espejo, pues le permití a un hombre tocarme sin ni siquiera conocerle.

Entonces retiré la cinta que me impedía hablar, aprovechándome de su descuido. Increíble era el poder de una vagina hacia un hombre, eso sí que les vuelve loco y pendejos.

—Te dije que te cuidarás, Adrián.— se detuvo en cuánto me escuchó hablar y posó su mirada llena de horror en la mía victoriosa.— Te advertí. Te dije que la que no podía estar desatada era yo.— así que sin esperar más, clavé el puñal en uno de sus ojos.

—¡AH! ¡Hija de puta!— vociferó chocando con cada cosa que estaba en el sótano, aferró sus manos al puñal y pareció contar hasta tres antes de tirar de él y sacarlo con todo y el ojo.

Ahora, el lugar que ocupaba su ojo estaba vacío y un torrente de sangre salpicaba todo, luego cayó al suelo y todo quedó en silencio.

Me levanté sintiendo, al fin mis piernas.

Adán había despertado y mostraba una clara sorpresa, —Tranquilo, yo tampoco me lo esperaba, Adán.— dije en cuanto me miraba con los ojos muy abiertos pero en realidad quería protegerme.

No lo vi.

Ya había olvidado su existencia y aún no había acabado con él.

Solo sentí un fuerte abrazo por detrás, y luego la penetración de un metal, desde mi espalda hasta salir por mi estómago. Me quedé observando a Adán mientras las lágrimas bajaban por nuestras mejillas, me sentía fría y no podía hablar.

Entonces los brazos que me rodeaban me soltaron. El cuerpo de Adrián cayó al piso, agonizaba lentamente.

El metal que estaba traspasado en mi estómago y espalda, no permitía salir ni una gota de sangre, por eso no intenté sacarlo. Tomé el puñal a toda costa, me dolía el mínimo movimiento que hacía pero lo ignoraba y decidí terminarlo todo ya.

Subí al cuerpo de Adrián y este posó su mirada en la mía.

—Nos vemos en el infierno, Adrián.— dije y clavé el puñal diez veces en su pecho, traspasando su podrido corazón, que solo era un órgano más en un puto cuerpo.

Luego me levanté lentamente y me dirigí hacia Adán.

Éramos los únicos con vida, entonces decidí que solo yo sea la única.

—No pueden quedar testigos, Adán.— usé el mismo tono que Adrián, terrorífico y pacifico.— Lo ha dicho tú hermano, es lo mejor ¿no?

Comenzó a moverme pero le detuve.

Había sangre por doquier.

Estaba herida.

—Perdona, perdona.— volví a decir.— tú difunto hermano.—y exploté en carcajadas.

Aún tenía sus pies debajo de los míos, no podía escapar, le había enterrado el taco en sus pies, el mínimo movimiento le abría más la herida.

Tomé el puñal y luego la pistola, me debatía entre cual usar pero terminé por usar el puñal, era más cruel la muerte a puñaladas, las balas daban muerte rápida y ya me gustaba ver la vida de alguien acabarse poquito a poquito, como una simple gota que cae de una rama y luego golpea a su roca, cada dos minutos, es mucho. Así que retiré la cinta para escucharle gemir de dolor y suplicar.

—¡Eres... eres una perra hija de puta!— gritó tan fuerte que solo me motivó a clavarle el puñal en el otro pies.

—Siempre mencionando a mi madre, ese es su peor error. Ya ves cómo acabó tu hermano y pues, mira cómo vas tú.— dije calmada, como si nada estuviera pasando y yo solo estuviese jugando un juego común y corriente.

Y la verdad era que estaba ofendida y decepcionada.

—Mi madre no está viva, Adán.— volví a decir mirando el techo, tan cargada de decepción que me sentía ahogada.

—Tranquila, van a verse dentro de poco.— dijo sonriendo.— Porque vas a morir, Sophia. ¡Vamos a morir!

Entonces comencé a cortar la tela que cubría su cuerpo, hasta desnudarlo por completo.

De momento la tristeza me invadió y solo me sentía bien escuchando lo mucho que sufría alguien que también me había echo sufrir a mi, así que eso era significado de venganza.

—Asesinaste a Cristina.— dije mirándole directamente a los ojos, y este solo asentía sin arrepentimiento ni remordimiento.— y también a mela.— terminé de decir y corté su pene.

—¡Ah!— comenzó a llorar tan fuerte que mis oídos dolían.— ¡Ah! ¡Ah!— no dejaba de llorar y llorar.

Saqué cada una de sus uñas, hasta que no quedó ni una sola de ellas.

Sus gritos eran una melodía refrescante hasta que... me cansé.

Le clavé el puñal en la garganta hasta traspasarlo, sus ojos se quedaron muy abiertos, su color gris ahora se había ido y lo que había era un puro color rojo en sus hinchados ojos.

—Dulces sueños, Adán.— susurré y cerré sus ojos en el momento en que su corazón dejó de palpitar.

Dos segundos después.

Tan solo dos segundos después... llegó la policía.

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora