Capítulo 23

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"Cuando las rosas se marchitan".

Sophia.

Un oscuro y peligrosamente atractivo Adrián, emergió de la oscuridad, luciendo como un modelo de revistas, pero también como aquel psicopata que era, la realidad que no podía esconder ni con el mejor traje.

—¿Ven esta flor?—preguntó Adrián en medio del silencio.—tiene un puro parecido con la vida; una vez que dejas de echarle agua y abono, se marchita. Pero si la cortas, si la cortas...— hizo una pausa y nos miró uno por uno.— se marchita y muere sin ninguna esperanza a retoñar, porque de su tierra fue sacada.

Nadie dijo nada.

Ni una sola palabra.

Pues las de Adrián lo habían dicho todo, ¿para qué hablar si en realidad sus palabras eran ciertas? Aunque aterradoras y todos en aquel sótano, sabíamos que alguien iba a morir, o quizás todos. Todo podía pasar.

Adrián parecía calcularlo todo.

Se veía extremadamente guapo con aquella flor en la mano, llevaba una camisa negra, tan negra como el color de sus ojos, su mirada lograba perder a quien sea que le mirase, se veía, incluso, poderoso y atractivo. Pero era un asesino, tenía podrido el corazón.

Solo una chica vendada le besaría. Solo alguien incapaz de ver, podría lanzarse a sus brazos, porque todo el que si podía verle, jamás lo haría.

Sí. Era guapo. Podría ser, incluso, el chico más guapo en toda la ciudad, pero era solo físico, porque como persona, daba asco y solo emprendía terror puro.

—Cristian, no pueden quedar testigos.— dijo y Cristian explotó en llantos desgarradores, suplicaba que le dejase vivir, juraba mil veces que a nadie le contaría y que preferiría la prisión antes que morir a sangre fría, pero Adrián ignoró sus promesas.

Adán comenzó a lastimarse con sus rudos movimientos, intentado desatarse sin conseguirlo. Sus ojos estaban cargados de furia y no dejaba de prometerle a su hermano que lo mataría en cuanto lo desatara, pero nada conseguía calmar la sed de sangre que tenía Adrián, nada ni nadie. Y, para callar a su hermano, puso una cinta en su boca, no antes sin recibir una mordida que le dejó varios de los dientes de Adán marcados en la palma de su mano.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando vi que Adrián ni siquiera se quejó cuando lo recibió la mordida de su hermano, sé que otro lloraría y daría saltos por doquier, más sin embargo, él pareció no sentir nada, ¿o es que acaso esto era una pesadilla y yo aún no lograba despertar? Tenía que ser esto una lógica.

Todas las mentiras habían quedado atrás, todas.

—Por favor, ¡No hagas esto!— Cristian volvió a suplicar esta vez temblando y llena de pánico.

—Es por el bien de tu novio y yo, ¿o es que a caso no le amas?—preguntó con un tono juguetón y terrorífico.

—Estoy embarazada.— respondió y agachó la cabeza. Adán abrió los ojos como platos e intentaba hablar pero todas las palabras se quedaban atrapadas por la tela que cubría su boca, sin dejarse entender ni siquiera una vocal de ella.— ¡Por favor, no lo hagas!— volvió a suplicar.

Adrián mostró culpabilidad, pero luego recuperó su postura.

—Lo he decidido.— dió la espalda a Cristian y clavó la flor en un hierro puntiagudo.— y... cuando tomo una decisión, ni lucifer me hace retroceder, créanme. Porque el y yo, somos muy semejantes, ¡oh, sí que lo somos!

Cristian comenzaba a vociferar un insistente: —No, no lo hagas. Por mi bebé, por Adan, tu hermano.— hasta que su voz solo fue un sonido fino y casi inaudible, su garganta se había secado y había cerrado por completo, negándose a verbalizar cualquier otra oración o menos que eso; una palabra.

—No te esfuerces en hablar.— fue esa su sencilla respuesta y cubrió su boca con una cinta.

Todas las heridas que Adán le había echo, estaban tan sanas que ni siquiera una cicatriz había quedado para recordar que hubo ahí, una herida, que por más pequeña que fuera, era una herida.

Tomó la palma de Cristian en sus manos, está temblaba sin parar y por más que intentaba zafarse, no le era posible. Adrián acarició su piel que había conseguido un pálido color, entonces cuando alzó la flor para clavarla de una vez, le detuve.

Había visto la pantalla iluminada del móvil de Geydi en una de las esquinas del sótano, a lo mejor ya estaba la policía buscando la ubicación, así que opté por entretenerlo y dar tiempo a que llegaran.

—No seas cruel, ella curó a tu hermano.

El giró su rostro y nuestras miradas se encontraron.

La flor quedó en el aire, tenia empuñado el metal con tanta fuerza que sus nudillos habían tornado otro color.

—Cruel debería ser mi nombre y no Adrián, créeme que me quedaría mejor.— dijo en respuesta y tragué lento.

—No lo hagas, espera un hijo.— volví a detenerle.

Irritado apretó sus dientes y me miró una vez más, sus ojos estaban aún más negros y su profunda mirada me escaló un frío terrible pero mantuve mi postura, a pesar de que mucho me costó.

—¡Cállate!— se tensó y volvió a repetir la misma palabra pero más lento y amenazante.— Cá-lla-te.

Aparté la mirada en cuando vi la flor trapazar
la palma de su mano, la espesa sangre de Cristian brotó y se deslizó rápidamente por sus dedos, sus manos no dejan de temblar y uno que otro gemido se quedaba atrapado tras la cinta.

Sus ojos.

Sus ojos están inyectados en sangre.

Adrián sonrió al instante, parecía el ser humano más satisfecho del mundo. Entonces hizo algo que jamás pensé que haría.

Llevó su nariz a la palma de Cristian y cerró los ojos, disfrutando del olor que desprendía su sangre.

Me aterraba ver pero también me atormentaba no ver la escena, como si quisiera aprender a matar también, algo muy maligno dentro de mi, me gritaba que podía ser peor que Adrián, es solo que no con las personas inocentes, sino con aquellas que andan haciendo el mal a otras.

Después de un profundo silencio, Adrián sacó el puñal y lo clavó en su estómago, rápidamente quitó la cinta y de su boca brotó sangre pura y algunos otros rastros de cosas que había en su estómago.

La sangre empapó la perfecta y planchada camisa negra de Adrián, más sin embargo no le afectó, parecía obsesionado con la sangre.

Adán no hacía más que llorar, entonces una vez más mi teoría era confirmada: Los asesinos también lloran.

Mis ojos se abrieron aún más cuando vi lo siguiente.

Adrián le apretó el cuello con ambas manos, la víctima se ahogaba con su propia sangre pero no le fue suficiente agonía para el, así que llevó sus dedos a sus ojos y lo sacó de allí, uno por uno, y los analizaba con detenimiento y admiración al mismo tiempo.

Sonreía sin parar, mientras que la víctima aún pataleaba en sus manos.

Dió el último golpe, y, la dejó sin un rastro de vida. Ya no era un ser viviente.

¿Ahora quien sería el próximo cadáver, Adán o... yo?

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora