O N C E

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Todo quedó claro en aquel momento en que sostenía el móvil de Jules, el mismo que había encontrado entre las pertenencias de Laura. Todo conectó de inmediato; Jules no soportaba a Laura y su actitud le hacía desconfiar de ella, ¿cómo no pude darme cuenta?

Laura siempre estaba interesada en Jules, en que asistiera a todo, y se decepcionaba cada vez que Jules se negaba a ir, o quizás la interesada no era Laura y si Adrián. Había encontrado la prueba necesaria de que ambos eran los asesinos de Jules, y... ¡No puede ser! Jules había mencionado que había quedado uno vivo en aquella matanza entre Sophia, Geydi y los demás, era... ¡Oh por Dios! Era Adrián.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Me había acostado con el mismísimo asesino de Sophia y Geydi, él más buscado, el mismo me lo había confirmado diciendo que alguien que ya no estaba vivo, le había apodado "cruel" pero claro, yo de estúpida me había ido por el lado de mi perversidad, y no por el que si era; era cruel porque asesinaba las chicas y le clavaba una roba en el palma de la mano, ¿cómo no?

"Quiere ser amiga de todos y tan solo lleva un mes acá. En esas personas no es bueno confiar, algo traman, son... son dañinas, Liza". Las palabras de Jules retumbaron en mi mente y me arrepentí por darme cuenta tarde.

La actitud de Laura fue sospechosa desde el principio, pero el día en que el cuerpo de Jules calló ahorcado en pleno salón de acto, delante de su propia madre y sus más estimados amigos, ella no se vió afectada en lo absoluto. Laura ni siquiera se sorprendió, no pareció afectada en nada, como si ya supiera que algo así era lo que iba a suceder, eran ellos, ya no tenía algo que dudar.

Rápidamente guardé el móvil en mi bolso y fui al la habitación de arriba, está era la de Adrián.

Todo llegó a mi mente en cuanto entré en aquella habitación...

La imagen de ambos chicos teniendo sexo.

Yo, celosa y cegada por la rabia, sosteniendo la plancha y arrojándola al yacuzzi donde ambos estaban.

Yo, viendo cómo la electricidad reventaba sus cuerpos.

Yo, tomando alcohol sin parar y luego enrollándome con el mismo demonio que vestía de ángel, uno, que también me había engañado.

Adrián me había echo creer que era él quien estaba allí y quien se enrollaba con una chica que no era yo, él provocó todo y eso de algún modo me hizo pensar en que me conocía mucho más de lo que imaginé, a lo mejor Laura le tenía informado de todo.

La rabia se apoderó de mi, apreté con fuerza mis puños y me contuve con no estamparlo contra la pared, por suerte, la impulsividad no me ganó está vez, pero algo temblaba en mis manos.

Algo que no sabía usar, pero suponía que para halar el gatillo no tenía que tomar clases, ¿no?

Tenía un arma en mis manos, empuñada y pensaba cosas positivas.

Revisé la última gaveta y allí habían unos guantes negros, un puñal, vendas y todo lo necesario para un secuestro, pero también todo lo que un asesino en serie tendría, algo más para salir de dudas y quedar con algo sumamente claro: Adrián era un asesino.

Tomé la venda y los guantes. Ahora todo iba hacer más divertido, aunque riesgoso.

Me percaté de lo mucho que tardaba en revisar todo cuando ya tenía suficiente prueba de que aquellos dos mantenían una falsa. Así que me dirigí a la sala donde aún Laura permanecía dormida.

Me acerqué a ella rápidamente y justo cuando iba atar sus manos, Laura se levantó de golpe y se logró zafar de mi agarre, dándome una fuerte patada en el estómago, una que provocó que cayera en el piso, fue tan rápida que no pude esquivarla.

—Creíste que ibas a ganar esto ¿no?— lanzó agitada, parecía una fiera que sacaba sus garras lista para atacar, pero yo también tenía las mismas muy afuera.

—Detente o te juro que te vuelo los sesos.— le amenace con la pistola en las manos, le miré fijamente, ella negó con la cabeza, y sonrió de lado.

—No vas hacerlo Liza, tú... tu deberías soltar el arma.— su voz sonaba afectada y llena de sorpresa y miedo a la vez.

—Y tú deberías retroceder.— sentencie poniéndome de pie lentamente, midiendo su distancia y cualquier movimiento de su parte.—No sabes de lo mucho que soy capaz.— puse mis dedos sobre el gatillo, amenazante y retadora.

Ella levantó las manos fingiendo rendirse. —Haré lo que digas, solo no cometas una locura Liza.—susurró temblando.

—Lleva tus manos a la cabeza, y no intentes nada porque juro que te lleno el cuerpo de balas.— grité tan fuerte que la hizo sobresaltarse y temblar mucho más.

Rápidamente le até las manos con una buena cinta de la que no conseguiría zafarse.

—Ahora quiero que me digas toda la verdad.— continué.

—¿Ya no tienes suficiente?

—¡Te callas!— le di una fuerte bofetada y le miré directamente a los ojos, con asco y rabia. —¿Como pudiste hacerle esto a Jules?— mi voz tembló y tuve que armarme de valor para que una lágrima rebelde no saliera.

—Fue fácil, ella se entrometió en demasiadas cosas que debió dejarlas en su lugar, se creía la sabelotodo, Jules era... bueno, era algo repudiable.— respondió sin un ápice de arrepentimiento o remordimiento.

—¡Ah, zorra!— gritó muy fuerte cuando le acerté una fuerte patada en el estómago.

—Ahora dime... dime dónde está Adrián o te juro que...

—¿O que?— me retó con la mirada y una sonrisa maliciosa en su rostro, estaba dispuesta a que le siguiera golpeando.— ¿vas a matarme como mismo mataste a los chicos en el yacuzzi, en mi casa, en esta casa?— gritó, y si quizás intentaba sorprenderme por lo mucho que sabía, no lo lograba. Sabía que la mínima información ambos la tenían.

—Puede que peor.— fue esa mi respuesta, apuntándola con el arma.

Me acerqué más a su cuerpo y pegué el metal a su cien.

—Dime donde está Adrián, ahora.— volví a decir.

—Mátame, no voy a decírtelo.—dijo y presioné el gatillo.

HeridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora