Capítulo 12

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Ankor

El dios de las Tinieblas ha desistido de su próximo ataque, al parecer se ha retirado, justo en el día del descanso. Aunque muchos lo llamarían el día de los salvajes. Es el día en que el reino y el pueblo se divierte como locos. No dábamos autorización de estos ya que estábamos bajo ataque, pero los centinelas han dado la señal de la retirada enemiga. Estamos alertas, pero se le dio aprobación a esta festividad, la cual no teníamos hace mucho.

¿Qué haré? Es mi primer día libre en mucho tiempo.

—¿No va a bailar, su majestad? —pregunta Duret mientras me mantengo sentado en mi trono—. ¿Le gustaría que llame a su esposa? Al parecer sigue en su alcoba —opina.

—Serenity dice que no quiere ser mi adorno, le contesté que no lo es, no quiso creerme, por eso ella insiste en que desea quedarse ahí, así que yo respeto su decisión —confieso.

—¿Ha hablado con los consejeros sobre esto?

—Los consejeros me tienen harto. —Frunzo el ceño—. Y tú también.

—¿Usted que opina, príncipe Alisther? —le pregunta al joven que está parado a mi lado.

El morocho se sobresalta.

—Pues... lo mismo que su majestad, hay que respetar las decisiones de las personas —le contesta.

Sonrío.

—Hice bien contratarlo —digo alegre.

—Zionitt no está contento sobre esto —me recuerda el general.

—Cuando recupere su reino podrá opinar —me burlo y cambio de tema—. ¿Y mi hermano Askar?

—Acompaña a la Belleza del Desierto, la cual sigue inconsciente.

—Tengo un mal presentimiento con su llegada —opino.

—¿Por qué dices eso? —pregunta Alisther, entonces lo miro.

—Llegó de la nada y se supone que estaba atrapada en el inframundo con las demás.

—Vaya, no lo había pensado —expresa sorprendido el príncipe.

—La mantendremos vigilada —declara Duret y se retira.

—Su majestad, Jaelyne es amiga de Irina y...

—No te preocupes. —Le sonrío—. Solo estamos tomando precauciones ¿Me haces un favor? —Cambio de tema—. ¿Puedes ir a fijarte cómo está mi esposa? Si voy yo seguro se enojará. Solo dile que hoy es un día festivo, que estaría bueno que salga y disfrute.

Asiente y lo veo retirarse también.

Me quedo quieto mirando como la gente baila ¡Por los cielo, debería levantarme y hacer lo mismo! Podría ser una de las últimas veces que pueda estar tranquilo como antes. El protocolo no se aplica en estos días festivos, pero siento que me adoctrinaron tanto que no puedo mover ni un dedo.

¿Dónde quedó aquel príncipe que se reía de la nada? Bueno, ya no soy un príncipe, creo que extraño esos días. Es como si las miradas se apoderaran de mí y no me dejaran moverme. Siempre sintiéndome juzgado, el título me pesa más de lo que parece y me hace creer que estoy solo, lo que logra entristecerme más.

—Su majestad. —Se me acerca un sirviente—. Me pidieron que le diera esto.

—Gracias —digo y tomo el papel.

La nota dice: "En el pasillo —E".

Miro de forma disimulada a los que bailan, guardo el papel en mi bolsillo, entonces me levanto despacio de mi trono, así que me dirijo al corredor, cuando veo al chico le regalo una sonrisa.

—Tuve que adivinar qué pasillo, Ethir.

El muchacho se gira y me sonríe estando algo avergonzado.

—Es que sé escribir muy poquito.

—Puedo conseguirte alguien que te enseñe. —Me le acerco—. No deberías estar aquí, si alguien te ve...

—Es el día festivo, así que podemos pasarla juntos, ¿no?

—Bueno, sí, pero... —Observo hacia un costado—. Debería recomponer las cosas con mi esposa. —Me abraza de repente—. Ethir...

—¿Ya no me quieres? ¿Ya te aburriste de mí? No me dejes, estoy solo. —Lloriquea.

Oigo sus sollozos y pongo mi mano en su cabeza.

—No llores.

—Pero te extraño.

Le levanto el rostro, alejándolo de mi ropa, aunque no lo suelto, mantengo mis manos en sus mejillas y ahora lo observo sin apartar la mirada de él.

—Mira esa carita, toda empapada, eres muy bonito, no te hagas eso. —Paso mi pulgar limpiando sus lágrimas, entonces le doy un pequeño y corto beso en sus labios—. ¿Por qué será que hago a todos sufrir?

—No es así, a mí me haces bien.

—¿Sí? Yo solo te veo triste.

—Cuando me abraces ya no estaré triste. Házmelo, hazme el amor, Ankor.

Frunzo el ceño.

—No digas eso que te van a escuchar.

—Pero...

—En tu alcoba, aquí no —expreso preocupado mirando en varias direcciones—. Si nos escuchan estaremos en problemas, yo recibiría una sanción severa y tú... a ti te enviarían lejos, quizás a un sitio insano, o peor, podrían matarte. —Vuelvo a observarlo, entonces miro su inquietud, así que le sonrío, muevo mi pulgar en su mejilla, acariciándolo—. Tranquilo, no ocurrirá nada de eso si somos cautelosos, así que puedes decirme todo lo que quieras en el cuarto.

—Es que en la alcoba solo quiero gritar tu nombre —dice aquello pero al instante se sonroja, se aparta de mí y se cubre la cara avergonzado—. Ay, mejor me callo.

—Vámonos. —Le sonrío otra vez.

Baja sus manos y me sigue.

Mientras avanzamos nos detenemos, Duret se acerca en el camino, observa un momento a Ethir y luego a mí.

—¿No es el sirviente de los establos? —opina.

—Es día festivo —acoto—. Hoy no es necesario estar todo el tiempo en nuestros puestos, deja al chico que se divierta.

Duret se ríe.

—Bien, le presentaré a unas lindas muchachitas. —Apoya su mano en el hombro de Ethir—. Quizás tiene suerte y se encuentra con una duquesa, entonces saldría de su miseria, le haré un favor.

Ethir me mira mientras lo alejan de mí y se dirigen al salón. Solo me quedo quieto sin interferir, podría levantar sospechas.

Belleza de las Tinieblas #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora