Capítulo 40

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Jaelyne

La niña extraña camina en círculos en mis aposentos. Luego de que apareció un camino se abrió entre los escombros, al salir vimos a través de las grietas que demonios habían entrado al castillo. Ankor se dirigió a visar y yo me quedé con la nena, ya que nos pareció todo muy sospechoso. Acordamos que solucionaríamos todo de esta manera, organizándonos así. Aunque lo que ahora me preocupa es que los techos se estén llenando de ramas negras y esta vez no soy yo.

Definitivamente es Morket.

La niña deja de caminar y se detiene en frente de donde estoy sentada en la cama, me mira directo a los ojos, no suelta en ningún momento el peluche.

—¿Al fin vas a hablar? —le consulto.

—Desierto ¿Dónde está la sacerdotisa?

—La... ¿Sacerdotisa? —expreso confundida.

—Te perdiste en el limbo con ella, ¿o no?

—¿En el limbo?

—Es un lugar neutral —explica.

—Espera, espera —repito—. ¿Por qué una niña sabe tanto?

—No soy una niña —dice sin expresión en el rostro.

Enarco una ceja.

—Ah, ¿no? Pues te equivocaste de cuerpo, pequeña.

—Soy Isela, este es uno de mis tantos rostros, soy más vieja que tú y todo aquel ser vivo que conozcas.

—No entiendo nada, pero... ¿Por qué estás aquí, Isela?

—Ya te lo dije, por la sacerdotisa, te tardaste mucho en encontrar esas malditas runas.

—Oye, esa boquita.

—Tranquila. —Se gira moviendo sus pequeños piecitos—. Ya cambiaré de personalidad cuando se me dé la gana.

—¿Y por qué una niña?

—Porque me gusta, fin.

Uy, qué histérica, aunque no soy la más indicada para objetar.

—Ahí viene —acota de repente y la puerta de mi cuarto se abre, oigo que el peluche cae al suelo, entonces descubro que la niña desapareció, dejando al osito solo en el frío piso.

—Desierto.

Giro mi vista y veo a Morket en la puerta, así que rápido me levanto de la cama.

—¿Eres real? —consulto porque antes nos habíamos visto en un sueño, y puede que esté delirando otra vez.

Él se ríe.

—Sí, ya no necesito un cuerpo estando en el inframundo.

—¿En el inframundo? —expreso confundida—. Este es...

—Ya tomé Aeistian —me aclara.

—¡¿Dónde está Kael?! —Reacciono.

—Lo siento, vine con el cuerpo de Askar, pero a ese ya lo liberé, me guardé a Kael por las dudas.

Frunzo el ceño.

—¿Qué pretendes?

—¿Olvidas nuestra última conversación? Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, esposa.

—Yo no... —Esas palabras retumban en mí—. Yo no recuerdo eso.

Me acuerdo escapar, pero nuestras conversaciones están borrosas.

—Te ves fatal —opina—. Siento no poder estar siempre para cuidarte, pero ya me encuentro aquí.

—Disculpa, pero no me interesa que me cuides.

—Estás muy mal, le harás daño a tu bebé, ven conmigo y prometo que sanarás muy rápido.

—Estoy bien —digo directo.

—Desierto. —Se acerca y retrocedo—. Intento protegerte, si no recuerdas, va a ser mejor que me acompañes, deben revisarte.

—Ya me revisaron, estoy bien —repito.

—No, no lo estás.

—¡Ningún Dios de las Tinieblas va a decirme cuando estoy bien o no, yo me largo! —Corro hasta él, lo empujo, entonces escapo, yéndome de aquella habitación.

No dejo de alejarme de allí, no me detengo en ningún momento, excepto cuando visualizo al oso de aquella niña en el suelo, que no sé ni cómo llegó hasta allí, me detengo y la veo en una esquina, hace una señal para que me le acerque, pero de alguna forma tengo un mal presentimiento.

Belleza de las Tinieblas #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora