Mi brazo estaba marcado. Allí, incluso de lejos, se veía la marca plateada, que cruzaba como una enredadera por mi brazo, comenzando desde mi palma hasta mi hombro. Era la marca de un cazador. Mi tribu por generaciones había puesto esa marca a los cazadores para diferenciarse de otras tribus. Yo había sido enviada a cazar un leopardo de las nieves al que ya llevaba siguiéndole la pista desde hacía un par de lunas. Si no lograba cazarlo, perdería el derecho a regresar con los míos: esa era la mayor deshonra que cualquiera de la tribu pudiera experimentar. Sin embargo, el hado no está de mi lado en esta ocasión, pues, por alguna razón, mi travesía ha tenido una serie de infortunios, al grado que mi destino se verá sellado por una decisión: ¿mato al leopardo y salvo mi honor, o lo dejo vivir y mi vida será la de una cazadora errante? Parece que esa no es la única decisión que me espera en esta larga travesía...