Los tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que navegaba sobre su piel. Sin embargo, revelaba algo de él que nadie conocía: su pasado y todo el dolor que este albergaba. Ella vivía para la danza, pero pronto su vida se convertiría en el reflejo de sus propias inseguridades. Luego de perder a su madre, su vida había quedado suspendida en el punto más alto de una montaña rusa y desde entonces no dejaría de caer, capaz de aferrarse a cualquier cosa que le devolviera aquella sensación de control sobre su propia vida. Pero dos almas solas no se complementan: solo se hacen daño... y eso es lo que eran.