Canción tonta

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¡Ding dong! ¡Ding dong! Quiero ser de gelatina.

¡Beep boop beep boop! Quítame la patica de encima.

¡Buzz buzz buzz buzz! Dame una dosis de trementina.

¡Error! ¡Error! Trátame como tratas a tu querida minina.

Al igual que algún brillante científico expuesto a radiación gamma, Carol era otra en cuanto veía a su amiga. Atrás te dejaba, junto a su mutismo e indiferencia, nada más escuchar la voz de Filia. La única cortesía que tuvo contigo fue despedirse rápidamente, para olvidarse que existías.

"Aquí vamos de nuevo." —Racionalizaste el repentino cambio—"Tendremos que seguirle los pasos. ¿Y luego? ¿Si agrede a cualquier cosa? ¡Qué ambiguas órdenes me dan siempre!"

No había escapatoria alguna; espiaste desde una distancia prudente los pasos de ésas dos. Ocultándote a ratos tras contenedores, buzones, arbustos y pilas de neumáticos ardiendo en callejones peligrosos. Sí, toda actividad apropiada para el descanso dominical. Hasta hacer servicio voluntario en la Gran Catedral parecía más entretenido que esto.

A final de cuentas, tú mismo encontrabas interesante a esa chica. Estudiando con mayor detalle la interacción con la que, muy seguramente, sería su única amiga, podías confirmar tus sospechas: en el fondo, debajo de todas las aberraciones biológicas que la atormentaban, había un corazón de oro. Sin apelar al método científico, lo sabías. Casi en la misma forma que un axioma, las posibilidades de que fuera así quedaban sobradamente demostradas.

Lo que sí que fue palpable, era que debías tener mayor precaución de la usual; el fastidioso fenómeno folicular logró percatarse de que alguien merodeaba, justo cuando entraban en un corriente y moliente merendero, lleno de hojas caídas. La serenidad idílica se volatizó en ambas; estaba de sobra decir que muy seguramente habrían tenido experiencia amplia con voyeurs. Lo mismo de éstos últimos con ellas. Menos mal que el peculiar trío decidió olvidarse en seguida del hecho, y entrar

"¡Demonios! ¡Debo tomar medidas!... ¡Anja! ¡Justo lo que necesitaba! —Como un electrón en un orbital, había muy cerca una gran tienda de disfraces y bromas. De inmediato urdiste una rebuscada estratagema. Sin perder tiempo, entraste en el establecimiento.

Unos cuantos billetes te convirtieron en un vagabundo ordinario. "No es el mejor disfraz. Tendremos que movernos con cuidado. Un paso en falso y se acabó". —Una breve nota para ti mismo, ahora que permanecías agazapado tras una gran encina. Quizá ella también te estudiaba, a su manera. No podías negar que te habría observado muy de cerca cuando perdiste el conocimiento en dos ocasiones.

Muy probablemente pensó en descoyuntarte todos los huesos, cuanto menos. Habría vacilado, quién sabe si por alucinaciones o remordimientos, para darte otra "segunda oportunidad". Sí, todo tendría sentido para un cerebro enfermo. Pero dejaste eso, y continuaste con tu labor de guardián.

"¡Si pudiera saber lo que están diciendo!" —Los gestos de ambas parecían contarte una historia interesante, por decir lo menos. A ratos parecía que Carol suplicaba algo, antes de hacer muecas amenazantes y pasar a melodramáticos aspavientos, para terminar con una sonrisa franca a las palabras de la otra.

"Posiblemente hablen de la escuela, o qué sé yo." —En poco tiempo la fascinación pasó a ser tedio. Era una oportunidad magnífica para leer el diario prohibido, y concluir cuanto antes la misión.

"Bien, quedarnos un rato más no hará daño." —Cediste, embobado. —"Si no pasa nada fuera de lo normal en un minuto, daremos por sentado que habrá decidido portarse bien hoy. Tampoco es un mandril rabioso, seamos considerados..."

Sin embargo, otra vez esa vaga sensación de ser observado, a tu vez, te dominó. Mirabas en todas direcciones, buscando al presunto espía, sin dar con él, o ella.

"¡No me digas que ella está aquí!" —El miedo se apoderó de ti. Esa enfermera también, a su vez, parecía estudiarte. En su caso era una certeza real que sus intenciones distaban de ser amistosas. — "Debí dar aviso a los del laboratorio. ¡He cometido un error muy grave!"

Aterrorizado, te levantaste muy cuidadosamente, tropezando con lo que parecía ser una piedra sumamente dura, casi metálica y puntiaguda. Incluso el oficinista-conserje-espía-aspirante a doctor de vanguardia mejor preparado del mundo habría dado el alarido que diste al ver aquella luz amarilla bajo la hojarasca.

La situación se tornó sombría; no fuiste capaz de decir si Carol te vio al escuchar tu voz, o si sólo contempló algo en dirección paralela a tu ubicación. Sí, demasiada coincidencia que fuera en ese mismo instante. Lo peor estaba por venir: esa cosa, sepultada bajo hojas secas, empezó a dejar salir ruidos bárbaros.

La única idea que tuviste fue la de hundirla a pisotones, antes de mirar, por última vez, a quien debías vigilar. Quedaste más pálido que la cera al comprobar como ella observaba, discretamente, el árbol y murmuró algo a su amiga. La tensión en el aire era tan palpable que se podía pesar con una balanza de cocina.

Ya no había ni un segundo que perder. Tu vida pendía de un hilo, estabas en una encrucijada: huir o hacer uso del infernal aparatejo. La primera opción era insegura y difícil. La segunda era, en la práctica, arruinar toda la operación. Tantos peligros y trabajos tirados a la basura en un instante.

Cada vez se escuchaban más cerca los pasos en la hojarasca. Se agotaba el tiempo y con él, las opciones. De haber tenido la cabeza fría, habrías optado por recurrir al arma, dar una escueta explicación a Filia, y llamar a los colegas del laboratorio. Todo perfectamente ordenado. Mas no tenías la cabeza fría, tratándose de la llamada Painwheel. En cierta medida te dejaste llevar por algún tonto impulso que querer serle de utilidad, incluso pese a su voluntad.

Siempre pesan más los deseos que las ideas; optaste por seguir la segunda vía, la del escape. Más te encontraste con una horrible sorpresa: tenías el pie sujeto por una especie de trampa, muy similar a las de un cazador en el bosque.

Tirando una y otra vez, desesperado, lograste averiguar lo que era el objeto misterioso: la cabeza de un androide de aspecto felino, apresándote el pie con sus mandíbulas. El dolor no fue nada comparado con el pánico. Ya cada vez estaba más cerca tu destino.

Olvidándote de toda lógica y buen sentido, sacaste el arma y apuntaste a la cabeza metálica, al mismo tiempo que tiraste del gatillo. Nada te garantizaba que tendría el mismo efecto en robots que construcciones biomecanoides. Sólo estabas amparado por una fe ciega.

Quiso el destino estar de tu lado, esta vez: hubo una ligera sacudida en torno tuyo. El aire en una distancia de un metro a la redonda pareció distorsionado. Carol cayó al suelo, como si alguien hubiera hecho tropezar. No pudiste impedir gritar su nombre, preocupado. Pero lo único que contaba era que ahora estabas libre. O casi: la cabeza se había separado del cuerpo, y seguía prendida a tu zapato, balbuceando incoherencias: "Beep—Boop... quiero un rábano". De todas maneras, ahora pudiste poner los pies en polvorosa, con el fardo impidiéndote correr rápidamente.

Temeroso aún, diste una mirada hacia atrás. La chica se ponía en pie, aún aturdida, auxiliada por su amiga y, el parásito. "¡Menos mal que fue a una distancia segura!" —Razonaste. De cualquier manera, debías llegar al laboratorio cuanto antes. Si reconoció tu voz, o tus ojos, estarías en serios problemas si comprobaba que la estabas espiando.

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora