Actos sin perdonar

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Adivina, adivinanza: ¿Qué es tener delirio persecutorio, vacíos mentales con fabulaciones?

¿Sufrir sin tardanza? ¿No usar el alquilado dormitorio? ¿riesgos fatales? ¿Y sin vacaciones?

Ninguna de las anteriores; es sólo ser un pequeño hombrecillo con grandes frustraciones.

Se mete en unas peores; el delirante. ¡Pobrecillo! Por la que se sufre sola sus afecciones.

"¡Ebrio inútil! ¡Muchachito dipsómano! ¡Ajumado de porquería!" y otras tantas bonitas referencias fueron las que te dedicaron los del comité durante su regaño. Por fortuna, el viejo subdirector no estaba; ver sus saltones ojos y su sonrisa demencial era el peor remedio para la deshidratación propia de la resaca.

Como buen estudiante de medicina, ya estabas habituado a cualquier adjetivo por soez que fuera. A lo que no era a una persistente sensación de haberlo arruinado todo. Las pocas alegrías en la vida de esa chica le habían sido cruelmente retiradas, y entre más lo pensabas, más te parecía haber sido el responsable. No sabías si te dolía más lo físico o lo moral.

"No, no tiene objeto decirles nada." —Pensabas insistentemente mientras tenías clavada la vista en el suelo. —"Jamás escuchan. Prestan atención a lo que quieren oír. ¡La de problemas en los que me metería si de verdad me creyesen! ¿No era esa la misión? ¿A quién se lo digo? ¿Al viejo prepotente? ¿Al escualo que nunca está?"

Al final, no pusiste gran atención a las palabrotas. Te dejaron solo en la sala de juntas, con las luces apagadas y en silencio.

Habías escuchado muchas veces que la noche es el tiempo más triste del día. No podías cuantificarlo científicamente. "¿Con qué instrumento se mide la tristeza y la angustia?" —Habrías pensado en otras horas más felices, en las que no hubieras pasado tan cerca de la solución para perderla miserablemente por una imprudencia.

—¡Shh! ¡Esperen aquí! —La voz de la "madre" se escuchó ya pasadas varias horas de las doce. Crujió débilmente la puerta, y tres sombras, dos de ellas de menor estatura, se prolongaron ante tus irritados ojos.

Sí, efectivamente, era Ileum. Venía acompañada por la inquieta Peacock, y la usualmente indiferente Hive. No alcanzaste a verles la cara, pero te parecía que estaban demasiado expectantes. Sobre todo, la primera, porque hizo varios intentos por pasar furtivamente.

—¡¿Cómo está...?! —Antes de que dijera nada, tomaste la palabra bruscamente.

—Te lo diré en cuanto te pongas esto en la cara. —Al instante te pasó un biftec bien helado. Debías tener un morete bastante grande en algún sitio que no podías ver. —Listo. Ahora sí: oficialmente no estás autorizado para saberlo, pero... por ser este un caso excepcional, podré justificarlo con los altos mandos. Ella no está nada bien. Tuvimos que darle varias drogas... me temo que estará, hasta nuevo aviso, confinada en el nivel más bajo del laboratorio.

—¡¿Qué...?! —poco falto para que saltaras de tu sitio. Ambas manos suyas te lo impidieron oportunamente.

—Tuvo un brote psicótico bastante severo. Seguramente ya sabes lo que pensaron todos cuando la vieron cargándote.

—¡Ajá! ¿Y ahora sí se preocuparon por mí? —Estabas poniéndote morado de rabia. A nada estuviste de sacar a relucir tu vocabulario marinero, pero algo más importante te apremiaba. —Perdona... ¿fue entonces que hubo pelea?

—Sí. No fue ese el problema. Más bien fue...

—Que aquí nadie le hace caso a lo que dice. —Sentenciaste. Al fin habías descubierto algo de varios días atrás. —¿Por qué todo es tan... contradictorio?

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora