Organofosforados

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Quizá la has juzgado bastante mal hasta ahora:

"Bestial, deforme, horrenda, animal, aterradora"

Tal vez no es ella, si no tú, quien tiene algo que confesar

¿Sería falta a la conducta y ética que deberías profesar?


"¿Qué he hecho para molestarla tanto? Ni siquiera quería hablar conmigo en primer lugar." — Refugiado en el mismo almacén, lejos de la fuente de tantas desdichas, buscaste la respuesta, una y otra vez, sin obtenerla. Todas tus hipótesis eran descartadas, una a una: encefalopatías, flashbacks, efectos secundarios de las drogas, pobre socialización, otros padecimientos sin declarar; ninguna era suficiente, por puro instinto lo sabías. Tus juicios parecían pobres conjeturas, más propias de un chiflado por la "difusión científica" que de un verdadero científico con el rigor correspondiente. Entraba en juego el hecho de que, esa llamada Painwheel, seguía siendo perfectamente racional la mayor parte del tiempo. La encefalitis no habría sido más que un efecto imprevisto de sus traumáticas experiencias, sin dejar mayor secuela en sí misma. Su conducta antisocial era producto de decisiones propias, por lo visto.

Podía haber prescindido de esa espantosa máscara de las fotografías. Ahora tenía otra en su lugar, la de la frialdad. Pese a todo, intuías que debía ser altamente sensible, por algo que tú mismo sentías. Tantas conductas inestables podrían ser sólo un mecanismo de defensa.

"¿Quién podría reprocharle nada? Eso que le han hecho no tiene nombre. ¡Hacerla sufrir para funcionar como arma, y nada más! Aquí sería impensable algo así. Nadie en su sano juicio usaría sangre de esa monstruosidad en un ser viviente. Me temo que, aunque tuviera éxito en la misión, los efectos serían irreversibles. Lo peor de todo es que en el fondo sigue siendo una persona atenta y reflexiva. Nada de psicopatías gratuitas. ¡Qué arbitrario he sido! No quiere manipular a nadie, es simple desconfianza a los extraños."—Reflexionaste.

"¿Rechazo? ¿Por qué siento esto como un rechazo personal? ¡Eso no debo pensarlo! Va contra todo lineamiento. Ha debido ser sólo frustración mía. "— Apartaste con gran vehemencia ese torpe pensamiento irracional de tu cabeza. — "Falta sólo una hora para verla. ¿Pensará en cortarme por haber huido a sus espaldas? ¿O... ya habrá descubierto que algo falta en su cajón? ¿Cómo he de actuar cuando deba rendir cuentas? Si hubiera alguna manera de salir indemne de todo esto, me gustaría saberla ya. ¿Y la caja del oro? ¿Dónde está?" — la valiosa carga estaba ausente. Habría sido cosa de los de costos, de acuerdo a tu sentido común. No tendría caso preguntar al personal sobre el asunto. Raro era que el laboratorio tuviera tantos recursos, y siguiera operando en condiciones precarias.

"La de cosas que tengo qué hacer, y yo pensando en ese oro. Debo ir a tomar un trago... de agua, sí, de agua. Nada de alcohol para mí, ni una gota. Jamás. ¿Qué pasa aquí? ¿La puerta está atrancada? ¡Lo que faltaba!" — Algún distraído debió cerrar la puerta contigo adentro mientras te perdías en tus pensamientos. Eso, o eras víctima de una broma pesada. No sería la primera vez. No señor.

—¡Alguien abra! —Golpeaste frenéticamente en el metal— ¡Estoy adentro! ¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo cosas qué hacer!

Nadie respondió a tu llamada. Ni un alma estaba en las cercanías.

—¡Alguien abra! ¡Ya sáquenme!

Era inútil. Todos en el sector estarían ausentes. Y en otras áreas, demasiado ocupados para prestar atención al escándalo.

"Encerrado como uno de los ratones del sector Veinte-A. ¡Qué vueltas tiene la vida! ya abrirán pronto si es que hacen la inspección sorpresa. Salgo de una, entro en otra. Y caigo en otra más grande aún. Espero que no..."

Un silbido agudo sonó por la rendija de ventilación. El aire se torno húmedo, sumamente pesado y sofocante. Pudiste reconocer un hedor fuerte. Algún organofosforado, como los de usos agropecuarios.

—¡Hoy tocaba fumigación! — Golpeaste tu frente— ¡Ya no es gracioso! ¡Abran la puerta! ¡Peacock! ¡Leduc! ¡Carol! ¡Alguien sáqueme de aquí! ¡Abran la condenada puerta! ¡Imbéciles! ¡Abran! ¡No pongan aún el insecticida! ¡Déjenme salir! ¡¡Corten el gas!!

El cerrojo no cedía ni al ser golpeado con un pesado extintor. Inútilmente clamabas por auxilio. Tus gritos se convirtieron en ruidosa tos, después en sibilancias y al último en estridores. La nube tóxica ascendió por todos los rincones del almacén. La vista se te nublaba a cada aspiración, inútilmente buscaste aire limpio cerca de la puerta. Dar un solo paso se convertía en un gasto importante de energía.

"¡Carol! ¡Carol! ¡Arrgh!" repetían las cucarachas mutantes en su loca huida al techo. Esa fue tu última imagen antes de cerrar los ojos y desplomarte con gran estruendo. En poco tiempo todo quedó en silencio casi total, sólo interrumpido por el silbido del vaporoso plaguicida.

No supiste cuanto tiempo habría transcurrido, ni donde estabas. Sólo recordaste haber estado en un bosquecillo lleno de verdes arbolitos. Las ardillas correteaban alegres sobre la tierra musgosa, y un gran búho ululaba desde el hueco de un gran roble. Eso no era el laboratorio, ni New Meridian; era un bosque de ensueño.

Miraste por reflejo tus ropas: ni bata ni uniforme quirúrgico, sólo un saco raído con pantalones viejos y zapatos rotos. Llevabas un letrero cosido en la solapa que decía "Hombrecito-Centavito".

Un gallo, una madre con todos sus siete hijitos, un pato, y una oca venían tras una torta parlante. Perturbadoramente, reconociste la cara de varios de laboratorio en la comitiva: el gallo se parecía mucho al parásito Avery, la madre era idéntica a Ileum, el pato usaba el mismo sombrero de Big Band. Sólo la oca no te recordaba a nadie: se le veía el cerebro a simple vista. Lo peor de todo fue ver a la torta: tenía la misma cara que Carol en su superficie, con cuatro marcas.

—¡Deja que te coma! ¡Deja que te coma! —decían todos los personajes. —¡No huyas!

La desdichada criatura se detuvo frente a un arroyo. ¡Era el fin! Intentabas detener a todos, sin éxito. Nadie quería ceder. Todos querían comerse a la pobre torta.

Un gorrino salido de la orilla se ofreció a ayudar al rodante postre. Lo único anormal de la cerdosa res eran las cerdas de su cabeza, azul ultramarino, y que parecía estar tuerta.

Se aferró a su hocico y logró huir... sólo para ser engullida en una sentada por la cerda.

Todose desvaneció como había surgido: despertaste en una sala de espera, tumbado boca arriba. A tu cabecera estaba la misma niña que se había apoderado de tu "tesoro".

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora