La duda de la inacción, y la inacción de la duda

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¿Dónde está tu racional lógica? ¿Dónde su fría conclusión?

¿Las has reemplazado ya, por triste y sentimental confusión?

Mucho hablan muchos de usar su razón. No hacen absolutamente nada, son pura redacción.

O repetir los mismos discursos del método. ¡No seas tú, Sin, un reflejo de su pálida reflexión!


Debías cuidarte de que no faltara nada de la lista, en primer lugar. Encontrar comestibles, echarlos en el carrito, y pagarlos fue sencillo; lo difícil fue cargar con todo. Recordemos que tus habilidades de velocista estaban vastamente por encima de tus dotes de halterófilo.

No obstante, causabas maravilla a todos los transeúntes con tu espantoso disfraz de gorila púrpura encima mientras cargabas con varios kilos de legumbres, granos y enlatados. Debían todos reconocerte cierta capacidad poco común para llevar eso encima. Sencillo, según tus pensamientos: "Los más débiles de este mundo siempre podrán cargar con los caprichos de otros".

Y chocar estrepitosamente con los caprichos de los otros. Pasando una esquina concurrida un objeto azulado se estrelló de lleno contra ti, haciéndote soltar todas tus compras y decapitando al traje que llevabas encima.

—¡Ouchie! — Se quejó una voz femenina. Te tomó algo de tiempo percatarte de su propietaria, una simpática señorita de marcados rasgos pisciformes. — ¡Lo siento!

 — ¡Lo siento!

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—La culpa ha sido mía por distraerme —Aunque no eras precisamente un caballero, tuviste suficientes modales como para impedirle que recolectara los comestibles que habían rodado por el pavimento.

A diferencia de muchos otros, hasta entre tus compañeros de trabajo, jamás te causó malsana curiosidad ver gente así. Máxime cuando, en un mundo de regaños, indiferencias y veladas amenazas, se detenían a darte una mano.

Eso sí, tomaste una sencilla nota mental sobre sus piernas, sólo para notar que se parecían en algo a las de alguien más; si se cambiaban las escamas por algunas venas dilatadas, y la coloración azulosa por una gran palidez.

La pequeña mujer se percató, mas no se lo tomó como ofensa. Sencillamente tomó la cabezota del disfraz y la colocó en su sitio.

—¿Y cuál es su nombre, Sr. Gorila? — Esa pregunta era evidencia suficiente de tener planes muy a propinarte una patada en donde los hombres tienen el cerebro.

—Llámame "Sin Oportunidad".

—Pues yo me llamo... —No alcanzaste a percibir su nombre. Pasó el camión de la basura armando un alboroto bárbaro. Para no quedar como tonto, respondiste con un consabido "Mucho gusto", te despediste de la risueña criaturita y te fuiste, cargado como jumento, por tu rumbo.

"¿Eras así antes?... me refiero a la disposición alegre." — Habías contraído cierta tendencia común en estrategas frustrados: increpar en pensamiento a personas ausentes— "De habernos conocido en esos días, ¿qué tan diferentes serían nuestras vidas ahora?"

"¡El hubiera no existe!" —Esa innata incredulidad tuya volvía a sus fueros. —"Aunque... todo esto debería estar encaminado a regresarle su condición anterior... en medida de lo posible."

"En medida de lo posible." —La monomanía renació en tu cerebro cuando te despojaste del ridículo disfraz— "En medida de lo posible." "En medida de lo posible." — Mientras guardabas todo en la alacena, cuidándote que no hubiera ninguna refulgente trampa de oso a la vista, continuabas rumiando ese pensamiento— "Toda la incredulidad del mundo puede cuajarse en inacción, si no está orientada a metas concretas. ¡Basta! ¡He de hacer lo que sea necesario!

Hacer todo lo necesario podía desembocar, presumiblemente, en lesiones fatales tras una lectura clandestina de un diario privado semioculto entre otros inescrutables objetos (que no te interesaban, no eras modisto). Sólo tomaste algunas precauciones mayores, como estropear una cámara de vídeo. Y tener listo un justificante con la firma del malvado subdirector en caso de ser descubierto por la propietaria en la habitación. ("Hacienda nos descubrió, y hay que mover todo, o arriesgarnos a pagar millones de bones en impuestos.") Ya era hora de dejar atrás los escasos escrúpulos con los que viniste al mundo... esta vez, era en serio.

Mientras preparabas ambas llaves, miraste con disimulo el estorboso cachivache anti-anti skull girl. Y, faltaba más, planteaste rápidamente un problema que habías pasado por alto hasta entonces:

"¿Por qué confiarían un objeto tan peligroso al elemento más despreciado de la organización?" — Esa arma funcionaba realmente, como habías podido constatar, pese a sus graves desventajas. Una posible respuesta era que tal cosa no estaba probada; básicamente, hacías el papel de conejillo de Indias contra tu voluntad, si estabas en lo correcto. Cabía una posibilidad de que la despiadada Valentine tuviera noticia, y planeara robarla. Entre toda la información filtrada podía haberse escapado algún informe.

"Entonces, ¿contra quién la usará?" — La monomanía le pudo a tu científica curiosidad. Tomaste las llaves, y te deslizaste furtivamente a la habitación.

Algo había cambiado desde esa primera noche en que entraste. Ya no te parecía la cueva de un dragón, una trampa mortal sin escapatoria, más bien tenía algo de familiar.

—¿Ya regresó Sin? —Se escuchó una voz lejana. Lo suficientemente clara como para hacerte abortar la misión, salir sin hacer ruido y escabullirte de nuevo a tu escondrijo. No hace falta decir de quién se trataba. quedarse apolillado en un mismo sitio, aún el más privado como la habitación de Carol, era correr un riesgo demasiado grande. Doblemente grande si te acusaba con los altos mandos y con la propietaria de la habitación. En ese juego del "bueno y el malo" un puñado de doctores prepotentes eran "los buenos".

"Si no vas a la trampa de oso, la trampa de oso irá a ti." —Dictaste para tus adentros, frustrado. — "Algo podemos hacer."

"Hay tiempo de sobra para ir con ese molestoso parásito- Puedo dar otro rodeo, y volver a dónde estaba. O..." —cambiaste tenazmente el rumbo de tus pensamientos.

"¡O cumplir con alguien, por lo menos!" —Desenvolviste la inerme cabeza de Robo-Fortune, más que dispuesto a recuperar el resto. Eso, si es que no había sido robado por un chatarrero para venderse por libras.

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora