No preguntes, no lo digas

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No busco aceptación de ninguna gente,

Pasar desapercibida es todo lo que busco.

Haces bien en dejarme sola con mis pensamientos;

¿Por qué, tan repentinamente, andas con miramientos?

El diluvio no te preocupaba tanto como la actitud de tu, para decirlo levemente, indiferente compañera. En parte porque debías permanecer a su lado, a una distancia prudente; más que ángel de la guarda te habías convertido en una sombra.

Por otro lado, también te angustiaba verla en esa actitud, sencillamente. Cualquier otro intento de explicación "racional" habría quedado superfluo.

—¿Algún inconveniente en detenernos un momento? —Aconsejaste muy tímidamente.

La ausente Carol hizo caso omiso; seguía empecinada en llegar cuanto antes al único lugar que podía llamar "casa". Un poco de agua helada parecía no afectarle en lo más mínimo; pensaste en que, como había declarado en el historial, "esos detalles pierden mucho de su sentido cuando se ha vivido lo que es el verdadero dolor".

Pero, para alguien menos experimentado en el tema, como tú, caminar bajo una lluvia helada y vientos fortísimos era demasiado. Te estremecías a cada ruidoso paso suyo, obligándote a recorrer los mismos charcos de barro por los que arrastraba pesadamente los pies.

La lluvia arreció. El sol poniente se había perdido, difuminado en una masa gris. Te costaba seguirle el paso; seguía ahí, impasible, ajena a cuanto la rodeaba. Tan cercana y tan lejana como siempre. Tú, sin atreverte a repetir la sugerencia, a una distancia considerable, te empeñabas en seguirla hasta el laboratorio, a toda costa.

Fatiga y frío casi te dejaban en el suelo; insististe, desesperado, en no permitir que la distancia entre ambos se acrecentara más. Podías sentir su punzante mirada tras los empapados cabellos, vigilándote cuando dejabas de avanzar. No había ternura, ni afecto, ni amistad; sólo una pequeña porción de familiaridad, por llamarlo de alguna manera, eclipsada por el más abismal desapego que hubieras encontrado. Te encogías, con el pretexto de protegerte de la lluvia, para evitar cruzar la mirada.

Cabía la posibilidad de que no te estuviera observando, que todo fuera sólo imaginación. El más triste de todos los espejismos.

"Su amiga no la dejaría sola tan fácilmente." —Una mente inquieta como la tuya no cesaba ni un instante. — "Se lo habrá pedido expresamente."

De pronto se detuvo; ante ambos se abría una calle anegada. Con todas las porquerías que la gente arrojaba al piso, era normal que todas las canaletas estuvieran obstruidas. Una estimación rápida daba una profundidad mayor a tu cintura.

—Podemos rodearla. —Al fin hablaste, más bien intentando que te respondiera. — Justo por esa señal no llega el agua.

Obtuviste una respuesta, mas no la que deseabas. Tomó tanto impulso como un ave en la misma situación, y dio un gran salto. Ni el gran estuche que siempre llevaba a cuestas se lo impidió.

Aterrizó, en la otra orilla. Y permaneció sin moverse, dándote la espalda. Te estaba esperando, muy seguramente con feroz impaciencia. Si hacías algo más que cruzar el charco, sería tu fin. No había otro camino, como en la vida misma. Metiste ambos pies en el charco, diste varios pasos torpes e indecisos.

Tus estimaciones resultaron ser erróneas: el charco no pasaba de tus rodillas. Lograste salir, sin mucho esfuerzo.

"¡Mejor para mí! ¿Quieres que te siga, pero no intervenga? ¡Pues sea así!" —Fue lo que pensaste al continuar su camino, bajo la inclemente lluvia. Todo fue así hasta llegar, por fin, a "casa".

—¿Qué pueden hacer los perritos cuando nadie más puede hacer nada por ellos, Sin? ¿O cuando los ignoran? ¿Lo sabes? —Te interrogó, sin mirarte. Y sin esperar respuesta alguna; se encaminó rápidamente a su habitación, dejándote desconcertado.

"¿Me habrás querido decir algo?" —Ya no tenías el mismo buen humor del inicio del día; quedaste apocado, taciturno. Cumpliste con el resto de tus deberes sumido en apatía.

Te sentías prisionero en todos los rincones, por doquier había incertidumbres, tantas como cucarachas en las paredes. Cada vez que intentabas aplastar una, el más pequeño recoveco vomitaba docena tras docena. Más y más preguntas despedazaban todo intento tuyo por justificar una sola respuesta.

Ya no te sentías seguro de nada; tan pronto escuchabas sus característicos pasos corrías a esconderte en cualquier sitio.

En una de esas correrías fue que la maternal Ileum te dio una reprimenda severa:

—Llevas mucho rato escabulléndote de un lado a otro. ¿No tendrá nada qué ver con traumatismos craneoencefálicos sin declarar? —Su monserga tenía un deje de enfado nada disimulado.

—¡¿Ah?! ¿Por lo de la mañana? N-no... si no fue nada. Mírame, tengo ambas pupilas perfectas y los reflejos mejor que nunca.

—No eres razonable. Ya deberías saber que ese tipo de lesiones son peligrosas. ¿Qué pasaba si te quedabas en coma allá afuera? ¿Crees que alguien te hubiera ayudado?

—Entiendo. —Eso fue todo lo que atinaste a decir. Te dio justo lo que menos ye hacía falta: una retahíla de reproches clásicos de una madre. "¿Cuándo vas a prestar atención?" "¡Ya eres grande como para eso!" "Siempre es igual contigo", etcétera, etcétera. Para finalizar con el clásico e inolvidable "¿Me escuchaste?"

—Sí. —Las mejillas te ardían de pena. A punto estabas de comentar sobre quién te había observado los días anteriores, pero juzgaste inoportuno el momento. Se hubiera puesto furiosa.

—Así lo espero. ¿Ya están todos los documentos en el correo?

—Todos. Absolutamente todos. ¿Puedo preguntarte... cómo está...?

—Esa niña está perfectamente bien. Y bien castigada por causar daños a terceros; veamos si puedo decir lo mismo de ti.

Unas sencillas pruebas demostraron que, quizá y sólo quizá, el impacto fue más psicológico que fisiológico, y no tenías nada más grave que un pequeño hematoma subcutáneo. Se despidió y te dejó solo, descansando hasta que llegara la hora de la entrevista.

"¿Mis padres se pondrían igual si descubren en dónde estoy?" Encontrabas muy familiar tu entorno laboral.

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora