Otras gentes

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Yo no creo en hadas, ni en duendes, ni en trasgos.

Creo en los estudios doble ciego, en los experimentos y en la revisión de pares.

También hago mi credo que no importan los rasgos,

Yo hago acto de fe en predicar que, pese a todo, todos somos iguales.

Siempre te pareció una vulgar grosería lo relativo a índices craneales, pliegues en los dedos, y grupos sanguíneos; un colosal anacronismo al que más valía poner entre todas las comillas posibles, e imposibles, cuando se trataba con contertulios inferiores ―intelectualmente hablando, claro― a tu brillante y desprejuiciada razón. Preferías decir que todo ser sapiente era persona, sin más. Dagonian, Gigan, etc., etc., eran términos poco apropiados.

Aunque, desde luego, apenas habías tenido oportunidad de ver los rastros de un verdadero gigan de pura cepa. Lo más cercano, para ti, fue ver una fotografía en un tabloide. Ver a la madre de un atleta llamado Grendel en vivo y directo habría demostrado cuál era la gran diferencia, sin más teorías superfluas.

"La gran diferencia" ―Te decías mientras le seguías la marcha a la impredecible Umbrella. ―" Es más de diez pies de estatura. Todo lo demás es secundario. Viajeros. Seguro. No creo que vivan por aquí. Debemos estar en una ruta nada importante... ni un barco a la vista."

La rocosa playa terminó, cuando ya estaba cayendo la noche, entre ocasionales preguntas y quejas. Tú, y la real jaqueca estaban entrando en una especie de tranquila pradera. Nada más lejano al New Meridian de siempre. No había la menor sombra de actividad fabril a más de diez leguas a la redonda. Por un lado, estabas maravillado; por otro, estabas inquieto como buen zoon politikon fuera de su hábitat urbano. Ya hubieras querido tener la resolución de esa molesta niña; no se amedrentaba fácilmente por lo desconocido. En cierta forma, podía tomar una parte del entorno y asimilarla.

― ¿Sabes qué flores son esas? ―La indina de rosada cabellera señaló una franja roja, muy fácil de ver desde la gran roca a la que había trepado. El rojo intenso de los pétalos se fundía con el del ocaso.

Cometiste el error de devolver la pregunta. Diremos, que ella se encargó de darte una ayuda no solicitada, y menos deseada aún, para subir al mismo punto.

Papaver somniferum. ―Pudiste decir.

― ¿Papá-va-a-ver-somni-feroz?

― Adorrmiderras.

― Ah. ¡Vamos a verlas más de cerca!

― Mejorr harríamos en buscarr rrefugio parra la noche, no podemos andar, así como así en...

No había refugio que valiera. Te tumbó de un puntapié, y posteriormente te arrastró por los suelos hacia el fabuloso campo de adormideras. Debió aprender que, con eso puesto, podía darte el peor de los tratos sin remordimiento de conciencia. Haberlo tomado "prestado" fue una buena idea. La mejor que habías tenido en mucho tiempo.

"Mejor idea habría sido ser abogado." ―Pensaste al verte rodeado de coloradas flores, en un entorno de naturaleza salvaje y sin domesticar, en su mayor parte. Umbrella debía tener poco contacto con algo así, pues se dedicó a examinar con total desparpajo cada pétalo de cuanta adormidera tuviera cerca, con todo detenimiento. Si había estado en las exploradoras, seguro todo fue vender galletas.

Dejando a un lado esa especulación, el cuadro presente recordaba en algo una circunstancia pasada... mientras ella se entretenía sujetando con todo cuidado cada flor, sin maltratarla demasiado, tú tenías la mirada en el horizonte, intentando ver si había algo más que naturaleza. Muy pintoresco todo. Era el ambiente ideal para pensar en el diminuto de los bosques, vestido de verde y oro en medio de los musgos y las dedaleras. "¿Simples cuentos de niños?" —Infatigable en tus sesudas conjeturas, no te conformaste. —"En otros tiempos no lo eran. ¡Basta de eso! Habrá que saber dónde estamos... Esas nubes..."

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora