No pienses mal de mí, pequeño organismo

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De sus bolsillos no saldrá, jamás, ningún invento asombroso.

Su creador, posiblemente, tenía el cerebro bien cochambroso.

No es un gato cósmico; ni ha venido del futuro. No es rica, ni tiene casa.

¿Usará imprácticos tacones altos con los ojos vendados? ¡¿Qué te pasa?!


Mientras todo el mundo se entretenía holgadamente, tumbándose sobre el verde césped cuando no ganaba dinero a manos llenas, tú te afanabas escarbando a la sombra de algunos árboles, donde recordabas que debía estar el resto del excéntrico androide.

"¿Excéntrico?" —Paraste por un minuto la faena— "¿Puede tener personalidad, si sólo es silicio y aleaciones?"

Obviaste responder, y seguiste removiendo tierra. Entre todas las cosas que habías dejado de creer estaba que el raro aparato podría serte de utilidad alguna en tu ingrata misión; difícilmente sabría algo que no fuera pelear o decir tonterías. Lo mismo podría decirse para demasiados individuos en cierta red de comunicación. Ahí tenías la respuesta a tu pregunta anterior.

Creyente o no creyente, diste con un objeto metálico al fin. Removiendo algo del barro, te percataste, para alegría y vergüenza tuyas, que se trataba de un par de objetos de casi treinta y dos pulgadas en total.

"¿Ponerle eso a una máquina? ¡Qué absurdo!" —Desechaste rápidamente tan inocente planteamiento, y, con todo cuidado, descubriste otra área, esta vez las articulaciones de los hombros, en algo similares a armaduras medievales.

"¡Qué pesado está!" —Por más que te afanaras en moverlo, no lograbas sacarlo. Apenas lograste cavar hasta por arriba de su cintura, no sin sudar y ensuciarte.

"¡Ajá! Si aún tiene algo de energía almacenada, podríamos intentar poner eso en su sitio. ¿Y cómo es que no salió antes? podría haberle sido físicamente imposible. O estaba esperando algo. De cualquier modo, al menos habrías de alcanzar una meta abstracta, a falta de logros concretos y demostrables." —Hasta en una circunstancia así pensabas en evidencias. Así que, tomaste la testa y deliberadamente la colocaste en su sitio. No ocurrió nada en absoluto.

—¡En fin! —Proclamaste en voz baja. —Gracias por todo. Adiós.

Lo que tuvo lugar a continuación desafió por completo tu capacidad de percepción: el montón de aleaciones y silicio ya estaba cerrándote en paso, sin que tú pudieras ver en qué momento salió de su incómoda prisión.

—¡Estás vi...! Digo, funcionando. —Ya habías hecho de la autocensura un hábito, hasta para saludar a un artilugio como Robo-Fortune.

El metálico simulacro no dijo nada, ni aún una de sus acostumbradas incoherencias. Digamos que sus absurdos atributos estaban apoyándose firmemente sobre la sutura sagital de tu cabeza mientras ronroneaba mecánicamente. Está de sobra decirlo, ambos brazos estaban sujetándote firmemente.

—¡Ya está bien, suéltame! —Ordenaste, más molesto que asustado.

Obedeció sin rechistar, bueno, eso antes de que repitiera la misma "maniobra". La única diferencia es que ahora sentiste mayor peso sobre la testa.

—¡Que me sueltes, te digo! —Esta vez si que te desesperaste. No tanto por tu integridad física como por las miradas de algunos curiosos.

de nuevo, obedeció dócilmente. Lo que se esperaba de un robot. Decidiste que lo mejor sería irse de ahí cuanto antes, y así fue. Sobra decir que eras seguido por Robo-Fortune a una distancia menor a la de su cola.

"Sólo que no debería ser yo a quien obedeciera". —Reflexionaste al ver como no se te quería despegar. — "Se le habrá averiado el cerebro con eso... ¡Me lo temía! De todas maneras, con meses sepultada en un área pública... nadie esperaba nada de ella, más allá de una función definida... justo como alguien que conozco."

"¿Qué haremos ahora?" —seguiste usando tu cabeza— "Me causará muchas preguntas incómodas si la llevo al laboratorio. Puede que sea lo mejor contestar a todas y cada una. Terminarán por entender..."

Te paraste a recordar todos y cada uno de los incidentes, regaños, castigos, amenazas y descortesías de todos tus superiores. Hiciste algunas comprobaciones estadísticas para llegar a lo evidente: pobre de ti si hablabas de más.

—No hay nada qué hacer. —Te dirigiste al felino autómata—No se puede sacar de dónde no hay. Vete a tu casa, y hasta siempre.

Eso pareció haberle dolido. Giró la cabeza y se puso de rodillas. Hizo cuanta pantomima dramática era conocida en toda cultura para indicar algo que no terminabas de comprender.

—¿No puedes volver? ¿Pero por qué? —La verdad, es que hasta tú empezabas a ceder. Había cierto paralelismo entre esta máquina y alguien... pero claro, en absoluto era igual. Una sí era una persona; la otra, sólo un simulacro. No merecía más respeto y consideración que un monumento, o la fachada de un boliche cualquiera.

Sólo que los monumentos podían cambiar sus ojos por corazones rotos. Y claro, no maullaban de forma lastimera. y, en definitiva, no te hacían cambiar de opinión.

—¡Ya lo tengo! —Chasqueaste los dedos. —Podrías quedarte en mi casa una temporada... es decir, un pequeño cuarto de alquiler que casi nunca veo por estos días.

—¡A-fur-mativo! —Fue su festiva respuesta. Bueno, eso, y un montón de falsísimos maullidos.

"No lo hago por ti... es que me desagrada la idea de pagar por algo que no uso."—Fue tu justificación personal para ese gesto. Seguías hallando "absurdo" hacerle favores a una máquina.

Caía relativamente cerca tu "casa"; un departamento compartido con otros de tu edad, clavado hasta el fondo de un segundo piso. Como solía ocurrir en sitios similares, la tacañería de sus propietarios sumada al descuido de los inquilinos —estudiantes universitarios más dados a "estudiar" efectos de bebidas alcohólicas y juegos de vídeo que otra cosa— le daba cierto aspecto festivo todos los días. Más cuando era sábado por la mañana, con restos de comida chatarra fermentándose junto a colillas de cigarrillo impregnadas en algo similar a bebidas energéticas. Todo a lo que el amable autómata no hizo caso alguno.

Se detuvo frente a la heladera, semiabierta, entretenida con los imanes publicitarios presentes en todo departamento urbano. Sin más ceremonia, empezó a pegárselos por todo el cuerpo.

Antes de que tuvieras ocasión de decirle que no hiciera eso, terminó por freír al inocente electrodoméstico con una especie de rayo rosado disparado desde sus ojos.

—¡No! —Te lamentaste— ¡Me lo cobrarán si se enteran! A menos que... ¡Ja! Nadie descubra lo que ha pasado. Si dejamos esto como estaba todos pensarán que se ha fundido por mal uso. A partir de ahora, nada de rayo. ¿Entendido? Déjame quitarte esto...

La metálica criatura no puso resistencia alguna. No, si el problema no fue que se opusiera. El problema empezó cuando, en un pequeño descuido tuyo, se pegó otra vez todos los imanes.

—¡Otra vez! ¡Deja esto! ¡Puede venir alguien y pillarnos! —Armado de paciencia, empezaste a despegárselos y regresarlos a su sitio original, de forma casi perfecta. —Ya, no se hable más del asunto. Ahora vamos al...

Delante de tus narices, por tercera vez, se adhirió las pringosas figuritas, exactamente en la misma posición de las veces anteriores.

—¡Ah, que la...! —Otra vez se los quitaste, ahora a toda velocidad. Los pusiste en la puerta sin orden ni concierto— Vámonos ya. Es por aquí. Sólo sígueme...

Te quedaste de una pieza al ver que otra vez se los había adherido. Cualquiera diría que, precisamente, hacía eso para que se los despegaras. Ciertamente la cara que puso parecía indicarlo.

—¡Ahem! —Te aflojaste el cuello para refrescarte un poco— Bueno, una última vez. —"No tiene terminaciones nerviosas. No tiene terminaciones nerviosas. No tiene..."

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora