Si metes la pata

348 57 10
                                    

Sé entender una indirecta. ¿Sabes? Yo no nací ayer.

No me quieres ni ver. Por eso te dejaste desfallecer.

Agradece que este asunto quedara atrás. De mi parte es todo.

Eres libre de escaparte, o permanecer a distancia de un codo.

—... Está bien. —Dos palabras con el significado absolutamente opuesto. Eso fue toda su respuesta. Se dio media vuelta y se retiró con paso veloz. Ahora que, al fin, cuando ella tuvo iniciativa en iniciar una conversación, la alejaste sin proponértelo. Te pareció que estaba especialmente mal ahora, casi como si hubiera salido de un funeral.

—¡No! ¡No! ¡Espera! ¡Es un malentendido! —Intentaste alcanzarla primero, cojeando y tropezándote con cuanto objeto había a tu paso: extintores, papeleras, ceniceros —Alguien tenía la necia idea de fumar puros donde no debía— o el ocasional juguete olvidado. Fue cuando le pisaste la cabeza a una muñeca vestida de mucama que resbalaste, y caíste encima del pequeño carro de reanimación del pasillo, con tan mal tino que lo echaste a andar en dirección opuesta.

—¡No es lo que parece! ¡Regresa! —Seguías quejándote, aunque ya la habías perdido de vista. El inesperado vehículo, todavía contigo encima, siguió su marcha en reversa. Terminó cayendo por las escaleras con gran estrépito. Y claro, el que se llevó la peor parte fuiste tú, con todas las gavetas dándote en la cara; te sentiste aliviado de que no se te hubiera reventado ningún frasco encima; menos el de la ketamina.

Las desgracias estaban muy lejos de terminar: con la caída se rompió la válvula del pequeño tanque de oxígeno. Empezó a sonar una estridente sibilancia y al poco rato el metálico cilindro salió volando velozmente, sembrando el pánico a su paso. La conmoción cesó con un sonido similar al repique de una campana.

Muchos científicos, henchidos del afán de descubrir causas, corrieron a donde estabas. Claro que también hicieron acto de presencia algunos sujetos experimentales. Precisamente, la siempre desobediente mujer-avispa, la hiperactiva malévola, y los niños, que no se habían dormido aún.

—¡Bravo! ¡Bravo! ¡No hay material! ¡Abajo los recursos! ¡Viva el desperdicio! —Aplaudieron sarcásticamente los científicos mientras intentabas quitarte de encima todos los frasquillos.

—¡No sabes ni andar por los pasillos! —Empezaron los reproches individuales.

—¿Es esto lo que se supone nos va a reemplazar cuando ya no estemos?

—¡Lo que pasa por introducir a estos jovencillos inútiles!

—Si tan sólo su cerebro fuera tan rápido como sus pies.

—Hay algo que llaman "Sentido común". ¿Entiendes?

—¿No se te ha ocurrido pensar?

—Creo entender porque le asignaron esa otra tarea... nada de valor se perdería en caso de fracaso.

—¡Si sólo era esto! —Fue un corto reproche de Hive, antes de que se fuera.

—¡Mi turno! ¡Mi turno! —Peacock tomó la palabra, y el carro.

—¡Cuéntanos cómo pasó! —Chillaron los niños, instigados por su compañera malintencionada.

Claro que tuviste unos pensamientos no muy agradables. No podías mandar a todos a donde querías, desde luego, porque aún tenías el cerebro intacto —Y veloz, contrario a lo que diría algún pedante doctor— para medir consecuencias.

Se disipó la muchedumbre de amargados, dejándote solo con los niños. Definitivamente quedarían mejor servidos con la explicación del incidente que con cualquier historia sobre control de plagas.

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora