Despojo humano

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Otra vez encerrado en una celda, como un blanco ratón

Te acusan de agresión, evasión y hasta de ser un matón.

Esperas sólo que pase todo este absurdo predicamento

Valdrá la pena si ella queda libre de todo su sufrimiento.


—¿Tendrías la bondad de repetirme que rayos sucedió en la pastelería? —Preguntó un policía sentado cómodamente en su escritorio.

—¡Ya les he dicho todo! —Reclamaste desde la celda.

—Sólo una vez más. Necesitamos que repitas esa declaración.

—¡Yo no he hecho nada malo!

—Además de incumplimiento de toque de queda, perturbar el orden público, robo de veinte tartas y lesiones graves—Reprochó sin inmutarse.

—¡Ya les he dicho que no he sido yo el que pegó al pastelero!

—¿Dices que fue esa mocosa?

—Lo único que digo es que no fui partícipe.

—Ya. Ya. ¿Entonces fue él el que empezó?

—Sí... —meditaste detenidamente antes de continuar:

—Diré que por causas mayores toqué el timbre de esa repostería... no se moleste en preguntar que tan mayores, sólo dejémoslo en mayores para una menor, su "No Cumpleaños".

—¿Y entonces?

—Entonces salió el pastelero, un sujeto enorme y cascarrabias, con una bata encima. Tenía marcas de lápiz labial en toda la cara. "¡Largo de aquí, mamarracho!" Me dijo antes de levantarme de la bata y soltarme.

—Debo suponer que no te retiraste del sitio.

—Ésa era mi iniciativa, hombre. —Aclaraste— Sólo que no venía solo. Y créame, era preferible visitar al quiropráctico que a otro especialista. Volví a tocar el timbre.

—¿Fue entonces que ese corpulento te golpeó?

—No... no realmente. Intenté ser razonable con él, diciéndole que se lo pagaría doble. No quiso escuchar y le cerró la puerta en las narices, apófisis frontal del maxilar para ser exactos.

—¿Y qué hizo tu acompañante?

—Reprocharme el "no tener gónadas" para comprar un simple pastel... además de hacerme llamar al timbre otra vez. Fue en tercer intento que el sujeto empezó a darme con un rodillo.

—¿Un rodillo?

—Sí... me dio en la cabeza... tuve amaurosis temporal. Sólo escuché a mi acompañante gritar "¡Eso sí que no! ¡A mi ñoño amiguete nadie lo maltrata más que yo!". Entró por la fuerza al establecimiento. El estruendo despertó a los vecinos: gritos, súplicas, cristales rotos, disparos, crujidos... todo sonido reportado fue en ese momento.

Cuando recuperé la visión un objeto voluminoso se precipitó desde la ventana del segundo piso a mis pies: era el pastelero, más muerto que vivo. La bata que llevaba puesta estaba hecha girones y tenía una de sus pantuflas en la oreja. Una gran tarta de coco salió disparada a su rostro desde lo alto... El resto, ustedes lo conocen perfectamente bien.

—Aunque esa declaración no tiene ninguna validez estás de suerte hoy. Alguien más capaz de declarar las cosas fue capaz de sacarte de la celda. —El rechoncho sheriff dejó de escribir en su máquina— Simples legalidades, tendrás que esperar dos horas más en la celda.

"¿Declarar?" "¡Más bien sobornar!" "Ah, Peacock, al menos ahora tú me has dado una mano. Habrás regresado al laboratorio y convencido a uno de los doctores de sobornar a estos corruptos azules. Pudiste haber intentando entrar a sangre y fuego en la comisaría para sacarme de las orejas... te habrán disuadido. Sólo espero que no me toque otro castigo por haberme metido en esto. ¡Feliz No Cumpleaños!" —Por muy ruidosa e irascible, al menos tenía cierto aprecio por todos los "cerebritos" que la atendían, incluido tú.

—¿Te encerraron a ti también por culpa de esos monstruos? —Preguntó un hombre al otro extremo del camastro en la celda.

No respondiste. Permaneciste alerta. Tuviste compañía todo el tiempo en la celda, sin saber quién era.

El reo era la imagen misma de la decadencia. Sus facciones eran eclipsadas por sombras y una desaliñada barba, mientras su mirada ausente se perdía en el sucio suelo.

Su aspecto era lastimoso, pero no tanto como para mantener una prudente distancia. "He ahí un hombre abatido." —Pensaste, evadiendo tu actual predicamento.

—Da igual. Todos esos monstruos se habrán de morir alguna vez... como todos nosotros. Aquí venimos a morirnos.

—La iniciativa Saltie—Guyssot, imagino. —Respondiste, juzgando prudente hacerlo al verle firmemente encadenado tanto de muñecas como de tobillos. Se balanceaba como un simple borrachín, visiblemente embrutecido.

—Buena ésa. —Rio amargamente. Acercó su cara a la luz; descubriste un ojo morado en su cara, entre otras huellas de riñas frecuentes. Lo más grave de todo fue, sin embargo, que tenía cierto parecido a alguien muy conocido. — Iniciativa ninguna. ¿Y qué te importa a ti? ¿Qué sabes tú de la vida? —Montó en cólera.

Hasta ahí llegó la conversación. Ambos voltearon en direcciones opuestas, negándose a mirar al otro. Hiciste mal: algo había de familiar en esa cara triste, marcada por la angustia. Esos ojos eran casi iguales a unos en los que habías pensado tanto en los últimos días.

"¿Qué sabes tú de la vida?" repitió otra vez antes de tirarse en el camastro. Debías de tener algún remordimiento todavía por tu proceder, sin duda, porque te pareció que ese despojo humano, ese condenado borracho, ese miserable que compartía tu celda bien podría ser el padre de Carol.

Por amor... ¡Hasta la locura! (Painwheel x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora