Capítulo 7.

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- ¿Cómo sabe dónde vivo? –me dirigí a mi habitación. Tomé un short y una sudadera deportiva Nike.

- ¿En serio pregunta?

- No lo voy a dejar entrar a mi casa si pienso que es un acosador –me gustaba fastidiarlo. Él medio río.

- En los datos personales que figuran en la FBI -respondió- Apúrese que está lloviendo.

- Ya bajo –colgué. Me vestí rápidamente y dejé mi pelo suelto. Tomé las llaves y bajé por el ascensor. El nuevo recepcionista me saludó con confusión, si, así soy yo, un día me ves como indigente y al otro como una diva. Debía recordar que tenía que preguntarle su nombre.

La lluvia podía verse desde recepción y también el hombre que tenía el brazo herido. Tenía una caja de pizza con el informe encima, en su brazo sano. Abrí la puerta y noté que su cabello estaba mojado, la remera verde militar que traía se había pegado a su cuerpo, joder, que imagen. Tomé la pizza y el informe intentando no mirar demasiado.

- Imagino que le costó traer todo esto solo –bromeé. Él se adentró a la recepción y no respondió. Caminamos hacia el ascensor y agradecí la música del elevador- ¿Día largo?

- Normal, diría yo –asentí. El ascensor nos dejó en el quinto piso y seguí hasta mi departamento. Estaba orgullosa de mi casa, mi madre me había ayudado a elegirla ya que la herencia de mi padre me permitía pagarla a largo plazo. Le abrí paso y le dio una mirada rápida a todo. Mi departamento es de concepto abierto, exceptuando las habitaciones y el baño, los colores neutros lo caracterizaban junto a dos cuadros de pintura que había comprado en una subasta. Uno de ellos era una playa desdibujada, representaba mi lugar de nacimiento y mi infancia en las playas de Coney Island, me hacía sentir en casa y eso transmitía paz. El otro nada tenía que ver, era arte abstracto, permitía que cada observador le diera el significado que quisiera y yo aún no le encontraba el mío.

- ¿Algo para tomar? –pregunté al dirigirme a la cocina.

- Una cerveza.

- Siéntase como en su casa –mi amabilidad era algo que no solía dejar de lado, sin embargo, no quería que se lo tomara en serio. Volví con dos cervezas en mano, frías y destapadas, le extendí una, él se encontraba sentado en el sillón. Tomé la carpeta y comencé a leer los resultados, negada a creer lo que veía, volví a leerlo- ¿Nada? ¿Es en serio? –pregunté confundida.

- No se encontraron rastros de ninguna sustancia, toxina o veneno, tampoco signos de violencia o forcejeo.

- ¿Tenemos que creer que murió de causas naturales? –me puse de pie. Estas cosas me molestaban, la impunidad con la que se estaba moviendo el traidor era increíble.

- Rodríguez pidió que volvieran a verificar los resultados y el equipo forense volvió a confirmarlo –su voz parecía algo agotada- De todas formas, no creo en las casualidades y el hecho de que Schmidt haya dicho que moriría es sospechoso –miró los cuadros que se encontraban a mi espalda- Pero los resultados no dicen nada –le dio un sorbo a la cerveza- Tal vez el mismo se envenenó, como en la guerra fría -lo miré sin poder creer lo que decía.

- ¿Por qué usar una droga imperceptible si se iba a matar él mismo? Es decir, no es imposible, pero esas sustancias son más difíciles de conseguir y más costosas. Haciendo uso de la razón si yo estuviera en su lugar y quisiera matarme antes de que me encuentren, utilizaría cualquier cosa aunque sea detectable, cianuro, por ejemplo -caminaba de acá para allá.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora