Epílogo.

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H A W A I I

Era 15 de marzo, el invierno aún no finalizaba empero los aires cálidos de las islas hawaianas disimulaban fácilmente la estación. El Aeropuerto Internacional de Kona nos recibió. Mamá no dejaba de sonreír y de tomar fotos, Heather acariciaba su vientre y tomaba mucha agua, por suerte, ella ya había estado aquí. Pero yo, no dejaba de maravillarme con las pequeñeces, como las asombrosas palmeras.

Tomamos nuestro transporte el cual habíamos alquilado y nos dirigimos a una de las ocho islas paradisíacas. La Isla de Lanai. Mi cabello se movía con el aire que cortaba la camioneta Jeep. El sol del mediodía quemaba de forma deliciosa mi piel. Reí cuando al pasar por arriba de una piedra mamá se echó encima el jugo tropical que había comprado en el Aeropuerto.

La música de fondo llenaba el espacio. Mis ojos viajaban del camino al impactante mar azul verdoso. No veía la hora de zambullirme en él, de nadar hasta sentir mis brazos y piernas agotadas. Necesitaba impregnar mi piel de sal, arena y sol. A eso había venido.

Estacioné frente al hotel y lo detallé por un momento. Se veía fresco, moderno y sobre todo, costoso. Noté que ni en toda mi vida hubiera logrado pagar algo así. O al menos, no lo hubiera hecho aunque pudiera. Me conocía. No gastaría tanto dinero en absolutamente nada.

Ay abuela, desearía que estés acá conmigo.

Mi madre tomó uno de mis brazos y Heather el otro, las observé y entramos juntas al dichoso hotel. La isla era pequeña pero encantadora, alejada del turismo aglomerado, era más bien un lugar lleno de simplicidad, belleza y playas limpias. Lejos del mundanal ruido. Lo que necesitaba y amaba, Anne Davis lo sabía perfectamente.

-¡Aloha! –una hermosa señora con una pollera de colores sostenía collares hechos con flores- Bienvenidas a la isla de Lanai –incliné mi cabeza para recibir el collar y lo palpé mientras sonreía.

-¡Aloha! ¿tienen reservación? –me acerqué al mostrador mientras las otras mujeres recibían sus respectivos collares. El lugareño amablemente sonrió y correspondí.

-Sí, a nombre de Mia Davis –el recepcionista chequeó la computadora y arrugó un poco su seño.

-¿Mia Davis? Lo siento, no hay ninguna reservación a ese nombre.

-¿Qué? Eso no puede ser, yo tengo... -comencé a buscar los papeles.

-¿Algún otro nombre posible? Tal vez algún conocido o familiar que haya hecho la reserva –detuve mi búsqueda.

Las mujeres se pusieron a mis lados para obtener nuestra llave.

-Pruebe con Anne Davis –respondí con cautela. Él negó y comencé a hiperventilar. Lo único que faltaba era que mis vacaciones soñadas, las cuales había esperado por más de seis meses fracasaran ni bien comenzaban.

-¿Alguna otra persona que haya tenido en poder su reserva? –cuando iba a negar, callé. Maldita sea. Se las arregla por aparecer en cualquier momento de mi vida.

Aclaré mi voz.

-Connor Hunt –respondí sin mirar a mis acompañantes. El hombre tecleó el nombre y mientras lo hacía una extraña sensación me recorrió. Hacía tiempo que no decía su nombre y hacerlo, consiguió remover lo que intentaba enterrar. Su recuerdo.

-Sí, así es –lo que creí sería un alivio no lo fue. Otra vez volvía a aparecer en mi mente y con ello, el dolor de la traición y de su partida- Para una experiencia más agradable lo mejor es siempre hacer la reserva personalmente –sonrió. Asentí. No diría nada, me guardaría mis comentarios ya que no estropearía las vacaciones con malas vibras- Las acompaño a su habitación.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora