Capítulo 28.

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- Mia –susurraron en mi oído. Gruñí en señal de respuesta- Tenemos que ir a la agencia –abrí lentamente mis ojos y la luz del día fue como un puñal en mi visión. Un quejido salió de mi garganta, me senté en el sillón y tomé mi cabeza cuando el fuerte y punzante dolor se apoderó de mis pensamientos.

- Carajo –hacia tanto que no sentía este dolor que apenas recordaba cómo actuar.

- Ahí tenés algo para tomar y podés tomar un baño si queres –mi amigo me extendía un vaso con agua y me señalaba una pastilla en la mesa ratona. Con un ojo abierto y otro cerrado lo observé, tenía lentes oscuros.

- ¿Cómo estás? –pregunté en un susurro, parecía que cada palabra que decía rebotaba en mi cabeza haciendo que me doliera.

- Peor que ayer –medió reí y la cabeza casi me revienta. Tomé rápidamente la pastilla y me dirigí al baño, el agua fría me hizo medianamente despertar y recordar partes de anoche. Las botellas de cervezas vacías, las charlas sobre el universo, las risas y las lágrimas. Salí y me envolví en una toalla, no tenía ropa limpia.

- Scott –llamé en un tono bajo, él se asomó con los anteojos, daba gracia pero lo menos que pensaba ahora era en reírme- No tengo que ponerme –él asintió y a los pocos minutos trajo consigo un conjunto deportivo, se veía masculino pero me ayudaría a disimular hasta que llegara a mi casillero en la central.

Salí vestida y tomé una taza de café. Apenas hablamos, estábamos tan cansados y adoloridos que era mejor ni hablar, él me había prestado unos anteojos negros que recibí agradecida. Bajamos de su auto descapotable y entramos a la agencia, el señor de seguridad nos miró divertido. Imagino que la escena era graciosa, dos agentes con anteojos negros más demacrados que la Reina Isabel.

- Pero si son los hombres negro –bromeó. Sus palabras sonaron cien veces más altas de lo normal. Joder. Que dolor.

- Buenos días –susurramos. Pasamos de largo y nos subimos al ascensor, la puerta se detuvo dejando pasar a otros agentes que no me molesté en mirar.

- Señor –saludó mi amigo. Levanté a penas mi vista y noté que mi superior se encontraba delante de mí, a su lado estaba Romano.

- ¿Se divirtieron anoche? –interrogó Romano. Descarado burlarse de nosotros y hablarle a mi amigo después de todo lo que le había hecho. Me apoye en el ascensor, mi cabeza era una bomba de tiempo, en cualquier momento me daría un Acv- Ese silencio habla por sí solo.

- No pueden llegar así a la oficina –regañó Hunt, él seguía de espaldas a mí, hasta rodar los ojos me hacía doler la cabeza. Los tres bajaron en el primer piso y yo seguí hasta el segundo, necesitaba cambiar mi ropa urgentemente. Tomé una camisa azul marino y un pantalón negro al cuerpo, en ningún momento me saqué los lentes y así subí a la oficina. Mis ojos iban entrecerrados, entre menos luz viera, mejor. Me senté en mi cubículo y tomé mi cabeza entre mis manos. No me interesaba el hecho de mis colegas me miraran al entrar y tampoco el hecho de que mi amiga estaba esperando respuestas. Miré el tablero, ese, sin duda, era mi mayor dolor de cabeza.

Mi teléfono comenzó a sonar y lo atendí rápido con tal de no seguir escuchando la odiosa bocina.

- Agente Davis –susurré.

- Agente, el director adjunto la está esperando –carajo, me puse de pie y comencé a caminar hacia el ascensor. Lo había olvidado por completo. Tecleé varias veces el número del tercer piso, sin embargo, eso no me haría llegar más rápido. Las puertas se abrieron en el piso correspondiente y mientras caminaba miré mi celular, tenía varias llamadas perdidas, entre ellas de Heather y otras de Mike. Bloqueé el celular y me adentré a la oficina de Preacher, no había nadie, salí en busca de la secretaría.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora