Capítulo 42.

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Llegamos al punto medio de nuestras celdas y giré a despedirme de la reclusa.

- Nos vemos mañana –intenté animar. Ella apenas sonrió.

- Sí, nos vemos –giré sobre mis talones y en pocos segundos llegué a mi celda. Mi compañera no estaba allí y por eso, aproveché para estirar mi cuerpo y calentar un poco mis músculos. Había recibido golpes a los largo de mi carrera de agente empero nada me preparaba para este momento, ni física ni psicológicamente.

- ¿Qué haces? –preguntaron haciendo que frenara mi calentamiento. Rivera entraba con su cepillo de dientes en la mano.

- Me preparo para mi bienvenida –largué. Ella chasqueó la lengua y dejó su cepillo para luego acostarse. Decidí que lo mejor sería sentarme y esperar el momento, sabía que no lograría dormir y por ello tomé la biblia, el único libro que había ingresado. La agencia había insistido en que yo pasara lo más desapercibida posible y según ellos, la biblia era un libro habitual entre las reclusas.

Lo abrí aleatoriamente y leí:

Que el Señor de paz les conceda su paz siempre y en todas las circunstancias. El Señor sea con todos ustedes.

Nunca había sido una persona religiosa como Scott, él siempre se mostraba compasivo con todos y era algo que me gustaba. Recuerdo que un día lo encontré rezando de rodillas antes de una redada, ese día él logró salvar a una mujer de un terrorista en pleno centro de Washington. Había logrado persuadir al hombre para que la soltara y dejara de apuntarla con su arma, esa tarde no dejé de alabar su forma de manejar la situación, empero, Scott se lo había atribuido a Dios.

Por mi parte, creía en la existencia de algo más grande que todos, sin embargo, no sabía si era Dios la respuesta a eso.

Las palabras del libro cayeron a mí con extraordinaria exactitud y pensé debería intentarlo, a esta altura todo podía servir. Cerré mis ojos y mi mente se dispersó por un momento ¿Cómo se reza? ¿Hay palabras formales o puedo decir lo que quiero? ¿Quién es Dios? Tomé aire y con mis palabras intenté pedir fuerza y calma, aproveché para pedir sabiduría y así encontrar al traidor lo más pronto posible.

Abrí mis ojos y noté que mi compañera me observaba, cerré el libro y lo dejé en el mueble, justo al lado de sus libros. Me acosté y le di la espalda. Extrañaba la soledad de mi departamento.

- No te duermas –habló y giré a verla.

- ¿Qué? –pregunté confundida. Ella se estaba acomodando en su cama para dormir.

- No te duermas, es peor si te encuentran con la mente dispersa –advirtió. Tragué saliva y asentí. Aunque no me había si quiera dicho su nombre agradecí que por lo menos me haya aconsejado en algo. Me senté nuevamente en la cama y me detuve a esperar. La luz estaba prendida y no podía hacer más que mirar las sombras que se formaban por la superposición de elementos y las pocas cosas que habían en la celda. Mi mente hacia su mejor esfuerzo para distraerse pero era una cosa perdida, no paraba de formular como terminaría esta noche.

Mis ojos comenzaban a caer, no sabía cuánto tiempo había pasado pero empezaba a creer que tal vez me salvaría de la bienvenida o que simplemente, la postergarían. Iba a acostarme, el sueño me estaba venciendo, pero detuve mi acción cuando escuché el ruido de las llaves girar en la puerta de la celda, mi corazón se detuvo. El silencio se apoderó del lugar y sólo podía escuchar mi respiración ¿Cerraron o abrieron la puerta?

La adrenalina comenzó a recorrer mi cuerpo. El sueño se había esfumado y estaba en total alerta, sin embargo, los minutos pasaron y nadie había siquiera intentando abrir la puerta. Miré a mi compañera, ella dormía plácidamente. ¿Habrá sido una falsa alarma? Sea lo que sea, logró despabilarme una vez más.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora