La Penitenciaria de Estados Unidos, Washington D.C, estaba reservada a condenados del sexo femenino. Allí se encontraban las mujeres más peligrosas del estado. Arrestadas por encabezar tratas de personas, tratas de blanca, venta de órganos, tráfico de drogas, robos y defraudaciones a entidades financieras, falsificadoras, entre otras.
El edificio se mostraba imponente con sus tres pisos, ocupaba un terreno equivalente a siete manzanas. Era conocido por su gran seguridad y protección. Una sola vez en la historia de la institución se había logrado escapar una reclusa, por ende, podría decirse que era impenetrable. La corrupción que destilaba el ambiente logró que mi cuerpo se pusiera en alerta. La seguridad rondaba continuamente y el señor que nos acompañaba hasta la oficina del director de la Penitenciaria, no tenía buena cara. Nos dejó frente a una puerta de madera que tenía parte en un vidrio borroso, este tenía estampado el gran sello de los Estados Unidos. En su diseño resalta el águila calva, ave nacional, que sostiene el escudo compuesto por 13 rayas rojas y blancas que representan los estados originales, y la parte superior azul que une el escudo y representa el Congreso.
Hunt tocó la puerta y mientras él se mantenía dándome la espalda yo trataba de no mirarlo. El viaje hasta la cárcel había sido incómodo, no habíamos hablado de nada, yo manejaba y él se dedicó a leer el expediente de Rose Mitchell una y otra vez, al punto que lo debe recordar de memoria.
- Buenos días, ¿En qué lo puedo ayudar? –preguntó una señora con aspecto de secretaria.
- FBI, necesitamos hablar con el director –Hunt se mostraba soberbio como siempre. La señora cerró la puerta y a los segundos volvió a abrirla.
- Pueden pasar.
La sala era ocupada por muebles antiguos, había algunas imágenes de la prisión en sus comienzos, de sus directores y algunas reclusas. El olor a habano llegó a mis fosas nasales. Hunt se acercó al escritorio de quien hasta el momento se había mantenido dado vuelta en su silla, parecía mirar el patio de la cárcel.
- Buenos días ¿Cómo puedo serles útil, agentes? –preguntó dándose la vuelta. El señor parecía de 60 años, su pelo estaba completamente canoso y su barba también, sin embargo, portaba un traje color marrón que lo hacía lucir aún más viejo. Le dio una calada a su habano, al ver la caja reconocí que eran cubanos, los mejores.
- Quisiéramos hablar de Rose Mitchell, la prisionera que murió –explicó Hunt.
- Tomen asiento –ofreció el señor- Me presento, mi nombre es Richard Earle.
- Agente Connor Hunt y mi colega, la agente Mia Davis –él señor inclinó su cabeza hacia mí en señal de saludo, el cual correspondí. Mi superior tomó asiento y yo lo secunde- ¿A qué hora encontraron el cuerpo? –comenzó con las preguntas.
- A las 7 am. cuando todas las reclusas se preparan para la hora del desayuno –observé el lugar a detalle. En una zona tenía una licorera. El director parecía despilfarrar su dinero en habanos y wiskis de calidad.
- ¿La prisionera había intentado suicidarse anteriormente?
- No, jamás había tenido comportamientos anormales.
- ¿Cómo se relacionaba con sus compañeras? –el director medio sonrió.
- Normal, si es que puede hablarse de normalidad dentro de una prisión.
- ¿Dejó alguna carta o encargo para alguno de sus hijos? Por lo que investigamos, la difunta era progenitora de dos varones.
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INFILTRADA: en el infierno. (En edición)
Roman d'amourMia Davis es una agente especial del FBI que no se ha destacado en su corta instancia en la agencia de Washington DC., sin embargo, un allanamiento nocturno logra cambiar el rumbo de su carrera al hacerla protagonista de una investigación de gran ca...