Capítulo 51.

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-¿Notó algún comportamiento irregular durante su aislamiento?

-No, para nada –respondió el alcaide- De todas formas, debo confesar que me he incorporado hace muy poco y aún hay cosas que desconozco.

-Una reclusa muerta no es algo que pueda desconocer, alcaide –frené mis pasos.

¿Una reclusa muerta?

-Entiendo que necesiten investigar y estoy a su disposición agentes, pero en este momento es lo único con lo que los puedo ayudar.

El guardia se corrió haciendo que mis ojos se clavaran en el agente al mando Romano. Apenas logré mirar a Lily Smith quién me observó detenidamente.

-Alcaide –habló el guardia- Crawford –mis ojos se encontraron con los de Romano y rápidamente pasé mi mirada al director.

-Gracias por su colaboración, alcaide Dupont –se despidió Romano.

El agente al mando pasó a mi lado, ignorándome como solía hacer, sin embargo, Smith dejó caer su placa, haciendo que yo bajara a tomarla. Mi garganta era un nudo y apenas podía pasar saliva, hacía tanto que no veía una cara conocida, a una amiga. Ella se puso en cuclillas a la par y nuestras miradas se cruzaron, Lily acarició mi mano al tomar su placa y agradecí el pequeño gesto.

-Blair, pase a mi oficina –pidió el director. Pestañeé antes de mirarlo. Smith se reincorporaba y decidí apegarme a mi papel. Extrañaba a mis amigos, mi trabajo rutinario, mi uniforme. Mi corazón sintió una punzada de nostalgia y contuve mis emociones a raya, los sentimientos de Mia no importaban en el papel de Blair.

-Sí, señor.

Entré a la oficina que se mantenía en líneas generales, igual. La única diferencia o al menos la más notable, era que la biblioteca desbordaba de libros.

-Siéntese –pidió al cerrar la puerta. Miré algo nerviosa al director y tomé asiento. Aún no podía creer que había muerto otra reclusa ¿de quién se trataba?

-La bibliotecaria me dijo que usted me daría unos libros...

-Sí, pero no la llamé por eso –interrumpió tomando asiento. Mis ojos recorrieron la silla que ahora era ocupada por Cédric Dupont.

-¿Entonces? –pregunté nerviosa. Él puso el dedo índice en sus labios en un gesto pensativo y masculino.

-Hay un juego...

-No –respondí tajante- Usted me prometió que no volvería a pasar...

-Sí, lo sé –se incorporó de la silla y se acercó a su escritorio haciendo que la distancia fuera menor. Hoy su traje azul oscuro lo hacía ver juvenil y atractivo, sin embargo, no podía quitarme la sorpresa de que se atreviera a pedirme nuevamente romper las reglas.

-Pensé que tal vez la había pasado bien y que le gustaría volver a... salir –intenté mantener la calma, esto iba contra todas las reglas, contra las suyas y las mías.

-Señor... No puedo y usted lo sabe, si algo saliera mal... A la que culparían sería a mí –tomé aire, mis manos querían temblar de los nervios- Usted no es un criminal o al menos no está catalogado como tal –hice una mueca, él pareció sorprendido- No puedo volverme a exponer a semejante riesgo y usted... tampoco –me puse en pie- Necesito los libros, señor –exigí.

Él me observó un momento y yo intenté pensar en que por muy tentadora que fuera la idea de estar libre una vez más, no podía volver a caer en la tentación. No si eso ponía en riesgo mi identidad y con ello, la investigación.

-Disculpe, no quise ofenderla –apenas lo miré, no podía creer que después de salvarlo de perder miles de dólares pretenda tratarme como si le debiera algo.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora