Capítulo 11.

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Abrí mis ojos con sorpresa.

- ¿Perdón? No soy chofer de nadie –él se colocó el cinturón y no se inmutó por mis palabras- No es mi auto, por favor, bájese –pedí. Hunt atendió su celular y yo quedé esperando que obedeciera.

- Conduzca –ordenó. No lo puedo creer. De mala gana encendí el auto y comencé a andar, yo no iba a preguntar dónde vivía y él seguía hablando no sé con quién. Reía seguido y por dentro no podía evitar sentir algo de disgusto, no sólo por el hecho de que me obligara a llevarlo sino también por la persona que tenía la facilidad de charlar y hacerlo reír.

- No soy adivina, ¿Puede decirme donde quiere que lo lleve? –hablé cuando colgó.

- Al mirador –fije mi vista en él ¿Me está tomando el pelo?

- No estoy en condiciones de manejar grandes distancias –mi mente aún no estaba en su claridad habitual- Dígame donde vive.

- ¿Siempre tiene que contradecir todo?

- Viniendo de usted me veo en la obligación de hacerlo –respondí fijando mi mirada en la calle. Me dirigía al mirador y no sabía porque obedecía, tal vez porque en parte quería extender este momento con él.

- ¿Tan mal le caigo, agente? –mordí mi labio inferior para no hablar de más- ¿No me va a responder?

- No voy a decir nada que alimente su ego, señor –el semáforo se puso en rojo y por ende, detuve la marcha aprovechando a mirar a mi acompañante ¿Qué acaba de decir? Me di una cachetada mental.

- Entonces su odio hacia mí no es odio –concluyó.

- Ese es su problema –respondí- Cree que todo el mundo va a caer a sus pies por parecer más un dios que un ser humano simple y mortal –volví mi vista a la calle. ¿Qué dije? Siempre metiendo la pata como la mejor. Tomé otro sorbo de agua y acabe la botella, la tiré hacia el asiento de atrás, necesitaba que el alcohol se fuera de mi sistema.

- Agente, creo que debería llamarse al silencio –mis mejillas se sonrojaron. Siempre pasaba vergüenzas con este señor al lado. El resto del camino seguí el consejo de mi superior y me mantuve en silencio.

Luego de unos minutos de andar llegamos al gran edificio espejado, estacioné en frente.

- Está cerrado –anuncié. Él salió del auto y se adentró a la torre sin decir nada. Preferí quedarme en el auto, por un momento tuve la tentación de irme y dejarlo allí, sin embargo, la idea no dio fruto cuando lo vi acercarse al auto.

- Podemos pasar –seguí a mi superior sin saber que tramaba. Entre al edificio y saludé al señor que hacia la guardia. Ambos subimos al ascensor, lo observé por un momento y no pude evitar mirar su rostro, llevaba como siempre una barba corta y algo desprolija que le daba un toque exótico, sus ojos estaban clavados en el número que ascendía con cada piso que subíamos. Llegamos al piso 32, la puerta se abrió permitiendo que viera a través de los cristales la ciudad de Washington. Las luces de los edificios y la imponente ciudad denotaban calma y eso fue suficiente para que todo mi mareo fuera consumido. Era una belleza, desde esta altura se podían ver lugares emblemáticos como el Capitolio, el National Mall, el Monumento a Lincoln e incluso la mismísima Casa Blanca.

- ¿Por qué me trajo acá? –pregunté aun exhorta por lo que mis ojos veían.

- Para hacer las paces –sus palabras hicieron que girara mi cabeza como un búho. Él tenía las manos en los bolsillos.

INFILTRADA: en el infierno. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora