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¿Que tal habéis pasado la Navidad florecillas? Por aquí ha sido rara con esta pandemia global, pero con el ferviente deseo de que el próximo año disfrutaremos el doble y con mayor intensidad.
Espero que hayáis recibido mucho cariño, amor, felicidad y regalinchis molones que nunca vienen mal.
Un besote enorme mis bellas flores!

—¿Estás bien? —Era la voz de Lourdes la que susurraba en mi oído—

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—¿Estás bien? —Era la voz de Lourdes la que susurraba en mi oído—. Si te ha hecho algo podemos decírselo al director para que la echen. —Con un gesto de cabeza hizo un movimiento dirigiendo la vista hacia Verónica y negué instintivamente.

—No me hizo nada —contesté abstraída y pensando que quizá se había contenido solo por la oportuna aparición de Joan en escena.

¿Acaso eso importaba?, ¿Tal vez Joan no quería problemas en casa si llegaba con media cara rasgada o un ojo morado? Tal vez serían demasiadas explicaciones que dar tratándose de su novia o exnovia, o lo que fuera que eran esos dos ahora.

—Últimamente estas de lo más distraída y pensativa, ¿Tiene algo que ver con Nicola?, ¿Es que las cosas no van bien entre vosotros?, ¿O más bien es todo lo contrario y por eso estás así?

Debí hacer alguna mueca extraña porque ambas me miraban con cara de sapo, como si estuvieran expectantes por mi respuesta.

—No. No. Para nada —dije mirando hacia el frente donde el profe de Historia acababa de dejar su carpeta sobre la mesa y se preparaba para la lección matutina—. Todo va de lujo entre Nicola y yo —solté sin más creyendo que de ese modo me dejarían en paz.

¿Cómo iba a admitir lo realmente sucedido con Joan sin reconocer que había respondido a esos besos a pesar de odiarle con todo mi ser? Si era objetiva con la situación, negarlo era lo mejor. Bien era cierto que podía haber omitido la parte en que inesperadamente mis labios respondían a los suyos, pero prefería no correr ese riesgo. Para mi y para el resto del mundo, eso era algo que nunca había ocurrido.

Ya había tomado cartas en el asunto para que eso no volviera a suceder y me negaba a quedarme a solas con el energúmeno de turno porque no sabía de lo que sería capaz de hacer con tal de alcanzar su objetivo.

No le tenía miedo. En realidad no tenía miedo de Joan sino de mi misma y la reacción de mi cuerpo si se acercaba del modo en que lo hacía.

A pesar de no querer hacerlo era impensable comparar los besos de Nicola con los de él. Ellos eran los únicos chicos a los que había besado y a pesar de no desearlo, mis pensamientos se fugaban con vida propia para equipararles y meditar que había sentido con cada uno de ellos.

No me gustaba la respuesta. No me gustaba en absoluto y por esa misma razón la obviaba de mi cerebro.

Convencidas o no, lo cierto es que mis amigas no insistieron en el tema y durante el almuerzo trate de parecer la persona normal y corriente que solía ser siempre a pesar de tener a mi estúpido hermanastro a solo tres metros de distancia.

Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora