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—¿Por qué no se lo cuentas de una vez a tu madre? —preguntó Lourdes mientras caminábamos hacia el césped del instituto en la hora del almuerzo

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—¿Por qué no se lo cuentas de una vez a tu madre? —preguntó Lourdes mientras caminábamos hacia el césped del instituto en la hora del almuerzo. Por ser el primer día todo parecía ser mucho más tranquilo que de costumbre. De hecho no habíamos tenido clase como tal y solo nos informaban de la programación del curso en cada asignatura...

«Bien podría haberme quedado en casa y evitar el bochorno que mi madre me estaba obligando a pasar»

Hasta el director del instituto me había llamado la atención por mi atuendo y tuve que explicarle que aún no tenía el uniforme nuevo. Realmente no se si me creyó o no, pero me tuve que tragar un rapapolvos y asegurarle que sería la última vez que llevara una falda más corta que mi bufanda de invierno.

—Ya te he dicho que eso solo empeoraría las cosas —dije haciendo malabares para sentarme sobre el césped y rezando para que nadie estuviera mirando o vería que mis bragas eran blancas con mariposas azules.

«Solo a mi se me puede ocurrir elegir esa ropa interior para un día como ese»

Mi madre tenía el convencimiento de que todas mis quejas solo eran una llamada de atención, de ahí que la mayoría de veces me hiciera menos caso que sentir llover, así que eso, sumado al hecho de su necesidad por caerle bien a Joan porque de algún modo empatizaba con el sentimiento de que perdiera a su madre con ocho años... yo pasaba a un sexagésimo cuarto puesto de su lista.

No. Decirle que Joan había convertido mi vida del instituto en un infierno no se lo creería ni viéndolo.

—Pues enfréntale de una vez —sugirió Vanessa—. No te puedes pasar el resto del curso agachando la cabeza y dejar que ser rían a tu costa. Más aún la insufrible de Verónica.

—Esa solo lo hace para reírle las gracias a Joan.

—¡Arg!, ¡Que vida de mierda! —gemí llevándome las manos a la cara. Ni siquiera llevaba un día entero y ya quería morirme.

—¡Ey pecosa! —escuchamos las tres y me quité las manos de la cara para mirar hacia arriba. Ni siquiera me incorporé, sabía por desgracia quien era el dueño de esa voz—. Necesito dinero para el almuerzo, así que dame veinte pavos y luego te los devuelvo.

—¿Tengo cara de cajero o algo así? —contesté abruptamente.

Él y sus manías de quitarme el dinero a mi porque odiaba pedírselo a su padre.

Para mi absoluto asombro me cogió la mochila que estaba a mi lado y al hacerlo me incorporé rápidamente no creyendo que fuera a hurgar entre mis cosas.

—Venga y no seas mocosa... ¿O quieres que le diga a todo el mundo que aún usas braguitas de dibujos? —soltó con una sonrisa petulante que solo me provocaban ganas de darle una tremenda ostia en toda la cara.

«Te puedes ir a la mierda un rato» quise decir, pero sabía que sus amenazas no eran infundadas, sino que como no le diera esos veinte pavos, todo el instituto se enteraría del tipo de bragas que llevaba y si lo hacía, más vale que cavase mi propio hoyo y después me metiera dentro para desterrarme de una vida de miserias.

Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora