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Me sentía victoriosa a pesar de que supiera con toda certeza que aquella felicidad iba a terminar antes de lo que finalizase seguramente esa ducha, pero jamás me había sentido tan eufórica conmigo misma por pagarle con la misma moneda al engreído ...

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Me sentía victoriosa a pesar de que supiera con toda certeza que aquella felicidad iba a terminar antes de lo que finalizase seguramente esa ducha, pero jamás me había sentido tan eufórica conmigo misma por pagarle con la misma moneda al engreído de Joan como en aquel momento. Dudaba que lo dejara estar y más aún que fuera a darme su antiguo terminal de teléfono, pero al menos le había plantado cara y dejado bien claro que yo a él no le debía ningún respeto y que de hermanos no teníamos nada.

«Y si no le había quedado lo suficientemente claro, iba a dejárselo en las próximas semanas»

Probablemente no volviera a hablar con Nicola hasta ese mismo fin de semana en el que iríamos juntos al espectáculo de danza, algo que me recordaba que tendría que decirle a Vanessa que no podría venir conmigo y probablemente me odiara, pero el fin justificaba los medios, ¿no? Al igual que la idea de saber que después debía acompañarle volvió de nuevo a mis pensamientos.

«Pero después tengo un compromiso y tendrás que acompañarme»

¿Qué clase de compromiso podría ser? Dudo que sea algo familia... ¿Y si se trataba simplemente de una excusa?

«Andrea no empieces con tus paranoias sobre asesinos en serie y perturbados psicópatas o jamás saldrás de casa» me dije evocando el rostro de Nicola Verdini y repitiéndome que aquellos ojos verdes y esa sonrisa perfecta no podían esconder un trasfondo tan macabro.

—Seguramente sea algo sin importancia —susurré descartando la idea de que sus amigos o familia estuvieran implicados en aquel compromiso.

Después de secar mi móvil cuidadosamente con el secador y la ayuda de una toalla, comprobé que estaba frito. Más que frito estaba literalmente muerto por asfixia.

«Genial. Ahora si que estás jodida Andrea, sin coche y sin móvil. Eres la auténtica pesadilla de toda adolescente de dieciséis años» pensé mientras refunfuñaba conforme bajaba las escaleras.

—¿Hablando sola, pelirroja? —susurró en voz baja la voz de Joan y le miré de forma asesina.

—Mi móvil ha muerto, así que ya me puedes ir dando uno de repuesto... —contesté realmente cabreada.

Su puñetera gracia de tirarme a la piscina le iba a salir cara... muy cara, porque me daba igual si me lo compraba con su dinero o más bien con todo ese que a mi me quitaba del almuerzo, pero no me iba a quedar sin teléfono por su culpa.

—¡Ups! No sé donde lo dejé... —contestó intentando poner cara de inocencia fingida—. Tal vez estar una temporada sin teléfono te sirva para aprender que no deberías llevarme la contraria.

En ese instante vi que su teléfono estaba sobre la mesa y sin pensar siquiera en las consecuencias lo cogí llevándolo a mi espalda. Mi madre estaba terminando de preparar el almuerzo en la cocina y se podía escuchar el ruido de la televisión en combinación con el sonido que generaba la campana extractora de tal forma que era ajena a nuestra pequeña discusión.

Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora