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—Ni que nunca hubieran visto a una tía en minifalda en su vida —susurró Vanessa a mi lado y supe que era un vano intento por hacerme sentir mejor—

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—Ni que nunca hubieran visto a una tía en minifalda en su vida —susurró Vanessa a mi lado y supe que era un vano intento por hacerme sentir mejor—. No te preocupes Andrea, tienes un cuerpo increíble... siempre te lo he dicho aunque no te guste enseñar las piernas.

«Probablemente habían visto a muchas chicas con minifaldas, pero a Andrea Campbell jamás. Ni eso, ni llevar el pelo suelto porque me molestaba que me rozase la cara»

Antes de que pudiera contestar, el grupito de Joan y sus amigos estaba a tan solo un metro de distancia y sabía que cualquier cosa que pudiera decir, sería escuchada, por lo que me limité a agachar levemente la cabeza para pasar desapercibida, aunque sabía que con mi pelo iba a ser prácticamente imposible.

—¡Ostia tío!, ¿Esa no es la calabaza de tu hermanastra?, ¡Pues sí que está buena! —Mi cara pasó de estar ligeramente bronceada a un blanco nuclear o quizá rojo... me daba igual, pero solo sentía vergüenza extrema y me aferré más a la carpeta que llevaba entre los brazos.

«No existen. Pasa de ellos. Hazte la sorda»

—¿Buena? Esa no es una definición para una zanahoria con pecas —soltó la insufrible de Verónica y sentí sus ojos recorrerme con superioridad.

—Más vale que vayas al oculista, Zacker... parece que necesitas gafas si crees que esta mocosa puede estar buena. —La voz de Joan me crispó la piel y apresuré el paso para terminar de pasar por donde se encontraba y sentí las risas mientras avanzaba y cerraba los ojos fervientemente hasta que me di de bruces con algo o alguien.

—¡Oh dios!, ¡Lo siento!... Yo solo, no te he visto y yo... y lo siento... y...

«¡Callate de una vez Andrea!» gemí interiormente.

Cuando estaba nerviosa mi cerebro no reaccionaba muy correctamente que dijésemos.

—Bonitas piernas. Campbell —mencionó el chico en cuestión que no era ni más ni menos que el mejor amigo de Joan; Nicola Verdini. Ese guaperas con cabello castaño, ojos verdes y sensualidad con origen italiano que tenía a medio instituto intentando besar cada paso que daba.

¿Por qué demonios tenía que ser el mejor amigo de Joan?, Maldita mala suerte la mía.

Nicola era uno de los pocos en ese grupito de imbéciles que no solía llamarme por esos motes que Joan imponía, pero era cierto que sí se reía a mi costa al igual que los demás, por lo que entraba a formar parte de mi lista negra sobre las personas más odiadas, solo que era muy probable que estuviera entre las últimas posiciones.

—Esto... yo... —¿Se estaría riendo de mi o lo habría dicho en serio?

El sonido de la campana anunciando la entrada a clases hizo que Vanessa estirase de mi brazo y me quedase con la palabra en la boca.

—Andrea reacciona, se supone que odias a Verdini y desde aquí veo como se te cae la baba —mencionó Vanessa en voz baja.

¿Caérseme la baba?, ¡Venga ya!

—No seas exagerada —mentí porque en realidad era el chico más guapo del instituto —si no contaba al gilipollas de Joan que era tan estúpido que era incapaz de verle guapo—, con ese cabello siempre bien peinado en esas ondas dándole un aspecto desenfadado y de chico de revista.

«Si. Lo admito. Hace años estuve muy colgada de Nicola Verdini pero ya pasé esa etapa y ahora solo me parece otro imbécil descerebrado»

—Más bien el que parecía interesado era Verdini en vez de ella —añadió Lourdes en mi presencia pero dirigiéndose directamente a Vanessa.

—¿Interesado?, ¡Venga ya! Soy la última chica del instituto en la que Verdini se fijaría... más aún teniendo en cuenta que es el mejor amigo de Joan.

—Pues por como te miraba yo no lo tendría tan claro... —insistió Lourdes antes de que el profesor Hendrick entrase por la puerta de nuestra aula presentándose como nuestro nuevo tutor escolar para todo el curso.

Por alguna razón que desconozco y a pesar de que todo el instituto sabía que Joan era mi hermanastro y que éste me detestaba, era como si solo "su grupo" tuviera el privilegio de fastidiarme y más concretamente el propio Joan. En algún momento que no recuerdo, dejó lo suficientemente claro que él y solo él era el único que podía insultarme, incluso recuerdo como le llamó la atención a un chico de su clase cuando me llamó de la misma forma que instantes antes había proclamado a los cuatro vientos. No entendía que clase de mente retorcida tenía o si es que de algún modo quería dejar claro que él estaba por encima de mi. Fueran cuales fueran sus razones, no pensaba soportar otro año entero de vejaciones... antes me teñía el pelo de azul que ser una hortaliza comestible.

El caso es que su regla no parecía aplicarse a Verónica, esa cabeza de chorlito que tenía que soportar en clase básicamente todo el santo día. Al principio, las chicas se acercaban a mi para conseguir información acerca de ese adonis alto, moreno y de ojos azules con un increíble físico deportivo que era Joan —porque sí, para mi desgracia tenía que admitir que el idiota podría ser un modelo de revista, aunque prefiero tener una enfermedad venérea antes de admitir que está bueno—, pero en cuanto se hizo palpable que lo único común que teníamos ese engendro con patas y yo era el papel que habían firmado nuestros padres al casarse, volví a ser ignorada. Es más, las chicas me rehuían para no formar parte del grupo de "las apestadas por Joan Baker" solo porque él parecía detestarme.

 Es más, las chicas me rehuían para no formar parte del grupo de "las apestadas por Joan Baker" solo porque él parecía detestarme

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Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora