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Esa misma tarde comenzaban al igual que el instituto las clases de danza, por lo que metí todas mis cosas en el bolso que utilizaba y decidí salir antes de casa antes para evitar encontrarme con el imbécil de mi hermanastro

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Esa misma tarde comenzaban al igual que el instituto las clases de danza, por lo que metí todas mis cosas en el bolso que utilizaba y decidí salir antes de casa antes para evitar encontrarme con el imbécil de mi hermanastro.

Lourdes y Vanessa ya estaban preparadas cuando entré en los vestuarios del gimnasio donde dábamos clase cada año y supe que llegaba bastante tarde.

«¿Porqué seré la única pringada en no tener coche?» gemí en mis adentros maldiciendo al autobús que nunca llegaba en hora y a mi madre por no permitirme tener vehículo propio.

—¿Todavía no has logrado convencer a tu madre para que te deje sacarte el carnet de conducir? —preguntó Lourdes observando como me desvestía rápidamente.

—Dice que hasta el próximo verano no —admití recordando las conversaciones que había mantenido durante las vacaciones tratando de convencerla para tener mi propia independencia.

—¡Si todo el mundo tiene coche! —exclamó Vanessa—, bueno tu no —añadió mirando a Lourdes—, pero al menos tu madre te deja el suyo.

—No me dejará tener un coche hasta que vaya a la Universidad —admití con pesar—. Ya os conté que un hermano suyo murió en un accidente de coche a los dieciséis años y es muy reticente con el tema —susurré con cierta aprensión porque por más que le había dado a entender a mi madre que yo no era su hermano para comparar la situación, ella no cedía.

«Como si eso evitara que fuera a tener un accidente mientras iba en el coche de alguien» pensé siendo consciente de que casi siempre iba con Vanessa a clase o con Lourdes ya que ella trabajaba y no podía llevarme.

Hasta su marido Paul le había insistido en el tema, pero evidentemente mi madre debía tener un trauma con aquello y yo había terminado aceptando que hasta el verano siguiente no me dejaría tener acceso a un coche.

—Pues que faena... —soltó Lourdes resignada y eso que ella refunfuñaba por las esquinas al no tener coche propio como Vanessa, pero supongo que al menos a ella le habían permitido sacarse el carnet y conducir de vez en cuando.

—Bueno, no hagamos un drama de ello porque ya acepté que no hay solución para ello, además... tenéis que ayudarme en algo y quizá si lo consiga obtenga un chofer propio. —Cuando lo dije pensé en lo que de verdad significaba y dudé que aquel pibón de instituto fuera mi chofer.

—¿Chofer?, ¿Estás hablando de tu hermanastro? —exclamó frunciendo el ceño Vanessa como si me hubiera vuelto loca.

—A ese no le dejaría ni que me llevase a la vuelta de la esquina —refunfuñé con cierto asco—. En realidad hablaba de Verdini.

—¿Cómo? —exclamó con cierta cara de sorpresa—. ¿Es que te has vuelto loca?

—Aún no —admití—, pero resulta que cuando tuve que volver andando a casa, Nicola Verdini me recogió en el camino y me llevó hasta la mismísima puerta —admití regodeándome de sus caras ante tal desconcierto—. Admito que seguramente lo hizo por lástima o yo que sé porqué, la cuestión es que el idiota de Joan se puso hecho una fiera cuando me vio llegar acompañada de él.

—¡Te dije que esa forma de mirarte significaba algo! —gritó Vanessa.

—Es decir, ¿Joan os vio? —gimió con la boca abierta Lourdes percatándose de lo que significaba.

—Debía estar espiando por la ventana para ver lo acalorada que llegaba a casa ya que me vio regresar andando y se detuvo para molestarme con su parlotería como siempre... —admití atándome las zapatillas bien ajustadas al tobillo y recordando su «¿Cuándo vas a aprender a respetarme?»

«Jamás, idiota»

—Será cretino... —susurró Lourdes dejándose caer en las taquillas.

—¿Y como reaccionó tu hermano al verte llegar en el coche de Verdini? —preguntó Vanessa expectativa y supe que quería saber todo el drama.

—¡Ni se te ocurra volver a llamar a ese engendro mi hermano! —rugí con odio a pesar de que sabía que no lo había mencionado a propósito, pero solo la idea de considerar "hermano" a ese imbécil redomado me enardecía la sangre de puro odio.

—Es verdad, es verdad. El idiota de tu hermanastro —admitió instantes después pero con más ansiedad por saber que había ocurrido.

—Evidentemente se puso hecho un energúmeno y me advirtió o mejor dicho me exigió apartarme de su mejor amigo —contesté tranquila—. Algo que desde luego no tengo la menor intención de hacer, sino todo lo contrario.

—¡No! —gritaron las dos al unísono.

—No sé cuáles fueron las razones de Verdini para ofrecerse a llevarme a casa, pero desde luego tengo que conseguir que lo siga haciendo o que Joan crea que entre él y yo existe algo. Si le molesta tanto que le pueda gustar a su mejor amigo, me meteré entre ceja y ceja de Nicola Verdini así muera en el intento —dije con tal fervor que me di cuenta que me había atado las zapatillas al tobillo tan fuerte que casi me cortaban la circulación.

—Esto va a ser interesante... —contestó Vanessa con una sonrisa malvada que no entendí del todo.

—¿Qué va a ser interesante? —pregunté observándola fijamente y por ende, Lourdes también lo hizo.

—Está claro que hoy llamaste la atención de Nicola y seguramente sea porque te hiciste de notar al llevar esa falda corta. ¿Sabes que a partir de ahora tendrás que dejar de pasar inadvertida si quieres llamar su atención? —gimió y supe que eso era justamente lo contrario a mi plan del año pasado.

—Estoy de acuerdo con Vanessa —admitió Lourdes.

—¿Llamar su atención?, ¿Cómo voy a llamar su atención? —exclamé alzando una ceja porque hasta el momento había tenido la obcecación de mi propósito pero no qué hacer para conseguirlo y al parecer mis amigas tenían más nociones sobre el tema que yo misma.

—Creo que un cambio de look no te vendrá nada mal... —admitió sonriente Vanessa y mi cara en aquel momento debió ser un poema.

¿Hasta donde estaba dispuesta a llegar por joderle la vida a Joan Baker?

«Hasta donde hiciera falta» me contesté a mi misma.

«Hasta donde hiciera falta» me contesté a mi misma

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Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora