[28] No tengas miedo

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[Vlots Black]

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[Vlots Black]

No tengas miedo.

Nuevamente, me encontré con unas perfectas ondas pelirrojas que caían firmes hasta unos hombros delicados, pero a diferencia de la otra vez, estas no pertenecían a la señora Allender, que había estado en el monasterio hacía ya más de un mes, sino más bien a su hija, Brianna, que con una mirada entristecida me esperaba parada junto a las arboledas del jardín, en el camino que guiaba hacia la entrada principal.

Ella llevaba un vestido blanco hasta sus rodillas, acompañado por unos guantes confeccionados en algodón del mismo tono que cubrían sus manos.

Sus pies estaban protegidos del frío por unos zapatos de tacón de color rojo y nada pudo haberme parecido más extraño, pues la mayoría del tiempo, Brianna vestía de color rosa calzando balerinas y aun así la sorpresa no fue tanta comparada con lo que sentí de verla allí.

La miré en silencio, al tiempo que ella caminaba del mismo modo en dirección a la fuente.

Ella estaba tan empeñaba en dejarme claro que había ganado la batalla ocupando mi posición que incluso se había vestido con mi color, porque, aunque yo no lo había inventado lo consideraba muy mío.

Yo llevaba un mes que sólo iba vestida de negro, como una monja, pero sin hábito.

—Vlots...

—¿Qué haces aquí? —la interrumpo confundida.

Estoy tan cansada que no tengo ánimos ni para pelear con ella.

Brianna me observa con su bolso rojo entre sus manos, como si estuviera pensando qué paso dar a continuación.

—Siéntate si quieres —le ofrezco, acomodándome en uno de los bancos de concreto, dispuesta a no darle pelea, no siento ganas de nada similar y al instante ella me sigue sentándose en el mismo que yo.

—Aun somos amigas... ¿Cierto? —cuestiona.

¿Esto es una broma?

La miro con el ceño fruncido, ¿Había hecho un viaje de una hora y media desde Dunkeld hasta Perth sólo para preguntarme si aún éramos amigas? Cuando cualquiera con sentido común conocería la respuesta.

Evitando contestarle, cambio de tema de una forma educada:

—No lo sé, ¿Cuándo quitaron la cuarentena? —pregunto tranquilamente, cruzando mis piernas y poniendo mis manos sobre mis rodillas, con la barbilla en alto.

—Esta mañana.

—¿Y por qué viniste a verme? —inquiero—. ¿Qué quieres?

—Necesitaba hablar contigo —menciona jugando con sus dedos cubiertos por los guantes, sin mirarme a la cara—. Y saber si estás bien.

El miedo de Drox © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora