[17] Ellos tres eran uno

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[Vlots Black]

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[Vlots Black]

Aeveen, Vlots y Elliot.

—Hay algo que debo decirte.

Mis manos y las de Evaleen están cogidas como símbolo de conexión, ambas estamos vestidas de negro, inmóviles frente a la tumba de su madre, al mismo tiempo que los ojos negros de la rubia inspeccionan con tristeza el frío epitafio, donde circulan algunas hojas secas, que luego son arrastradas con violencia por el sendero, debido al fuerte viento.

Ninguna dice nada, pero nuestra aflicción es palpable en el aire, ahogada por nuestro silencio en el ambiente y por el profundo sonido de nuestras respiraciones.

«Aquí descansa:
Kelia Dow Blackwater.
Excelentísima madre, excelentísima mujer y excelentísima persona.
“El que cree en Dios, aunque esté muerto vivirá”».

—Puedes hablar.

—Primero promete que no te vas a enojar conmigo —suplico mordiendo mi labio y mi mejor amiga ladea la cabeza sin que ninguna expresión tome parte de su rostro.

Era muy extraño verla de este modo, Evaleen siempre había sido una persona muy comunicativa.

—Aunque quisiera no podría, así que dime.

Afirmo moviendo la cabeza y tomando una prolongada inhalación me preparo para exteriorizar todas esas cosas que había estado ocultándole durante los últimos días. Ya no podría continuar haciéndolo, no después de lo que había pasado dentro de la iglesia.

—He estado omitiéndote algunas cosas.

Mi amiga recibe las palabras con tranquilidad, sin siquiera inmutarse en mirarme, como si estuviese contándole algo sin relevancia, sin imaginarse que estoy a punto de abrirle una parte de mi vida.

—Ya sé que él te pidió matrimonio —Se encoge de hombros alzando la mirada hacia un árbol donde unas aves de plumaje negro se picotean el cuello—. Y es bueno. Deberías aceptar.

La miro haciendo una mueca de incomprensión.

—No es sobre Kendrick. En realidad, eso no importa ahora —le esclarezco al instante. Evaleen frunce el ceño al escuchar mis palabras, pero no responde y sigue bordeando con la mirada el concreto que aplasta la arena que está sobre el ataúd de su madre, a dos metros bajo la tierra, como si calculase la profundidad del hueco o la frialdad de la lápida—. Es sobre Drox.

Eso sí consiguió llamar su atención.

—¿Sobre quién?

No si, acabo de mencionarle al diablo.

—Drox —repito poniendo los ojos en blanco para luego mirar su expresión severa, preparándome para ser reprendida—. He estado pasando tiempo con él.

El miedo de Drox © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora