[18] Obedéceme y grita

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[Drox Bowers]

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[Drox Bowers]

Obedéceme y grita.

Por al menos quince tortuosos minutos, Vlots, Evaleen y yo andamos por el camino de la floresta sobre la hierba seca, en silencio.

Durante un breve intervalo de tiempo por mi mente pasó el llevarlas a lo más profundo del bosque, en las aproximaciones del puente y el río, donde absolutamente nadie cuerdo nos fastidiaría, con el único propósito de que Vlots me contase esa historia que tanto anhelaba escuchar, pero luego recordé que ese lugar no puede ser pisado por cualquier profano.

Ni siquiera por la fervorosa mejor amiga de Vlots, pues sólo Aeveen, ella y yo habíamos estado ahí en los últimos 50 años.

Si bien no permití que muriera, no es como si cediera ante ella.

Así que, juntos subimos una de las colinas del bosque, lo más alejados del torrente río, donde aún no hay límites determinados, deteniéndonos en el templado claro de una montaña verdísima entre los árboles, justo en el lugar en el que los turistas vienen a tomarse fotos apreciando la vista y el paisaje del pueblo de Dunkeld. En lo más alto, donde sólo se escuchan los graznidos de las cornejas al picotearse el cuello y el sonido del viento helado al chocar con las hojas amarillentas en las ramas y la hierba seca del suelo.

—Daré un paseo cerca de aquí en lo que hablan, en serio no quiero escuchar —reseña Evaleen poco después de que nos sentáramos en una enorme roca, bajo las sombras de los árboles que rodean el mirador.

Vlots mueve su cabeza de arriba abajo despistada, mirando las nubes.

—No te vayas muy lejos, ya oíste lo que dijo.

La rubia con vestido negro asiente levantándose, siguiendo el sendero de hojas secas entre los árboles y sus pasos se escuchan clarísimos al tiempo en que las ramas se desmoronan bajo sus zapatos blancos, que probablemente vuelvan negros, manchados por la tierra.

Entonces nos quedamos solos, sentados en la dura roca.

—¿Y bien? —la presiono cruzándome de brazos mirando el cielo gris frente a nosotros—. ¿Cómo pasó?

—Antes que nada, debes saber cuánto amaba a Aeveen y a Elliot. Los perdí de repente y lo que pasó esa noche no es culpa de nadie, quizás mía por no haber hecho más que quedarme estática aterrorizada, pero a los dos los amé con mi vida.

—Sí, ya lo sé, Vlots —Le asiento con los labios apretados—. Si sé lo unidos que eran, y es algo obvio, eran hermanos.

—¿Entonces por qué me preguntaste eso en el puente? —pregunta tristísima.

Creo que aborrezco verla vestida de negro.

—¿Qué parte?

Desde luego sé a qué se refiere, pero quiero que ella misma saque los puntos a colación.

El miedo de Drox © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora