CUARENTA Y SIETE

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Con los primeros rayos de sol y el roció de la mañana, permanecían tumbados alrededor de una pequeña hoguera que se había consumido lentamente por la noche. Nimue, al despertar, se levantó del suelo en silencio, dejando atrás al resto de sus amigos que aún permanecían dormidos.
Paseando por el bosque intentaba despejarse de la montaña de emociones y sucesos que habían ocurrido últimamente. De pronto, notó unos penetrantes ojos en su espalda que no la dejaban meditar.

—¿Qué haces? —preguntó ella mientras se daba lentamente la vuelta.

—Asegurarme de que estás bien —contestó el Monje Llorón acercándose a ella y mirándola fijamente a los ojos—. Ahora más que nunca la Iglesia estará furiosa tras el suceso en Pendragón y no deben de andar lejos, eres importante.

Nimue bajo la mirada avergonzada y sus mejillas se tornaron rosas ante esa última frase.

—No necesito una niñera, Lancelot.

Una risa se escapa por los labios del monje antes de responder.

—Lo sé, he visto lo que eres capaz y a pesar de no desenvolverte bien con la espada, eres fuerte y tienes a Los Ocultos de tu lado. Pero no debes morir, eres la esperanza de los Fey.

—¡¿Cómo que no soy buena con la espada?! —fingió estar dolida mientras los dos sonreían pero, al paso de unos segundos, Nimue se puso seria y prosiguió—. Lancelot, siento haber dudado de ti en Pendragón.

—Hey tranquila, era comprensible, hace no mucho éramos enemigos.

La voz de un chico interrumpió la conversación.

—¡¿Lancelot dónde estabas?! —gritó Ardilla acercándose a ellos—. Me prometiste que entrenaríamos con el arco cuando despertáramos. ¡Venga, vamos! —dijo tirándolo del brazo mientras Nimue y el monje se lanzaban una mutua sonrisa coqueta antes de que el chico y él desaparecieran entre los árboles.

Cada día hacía más frío con el melancólico otoño qué perdía poco a poco sus hojas cubriendo el suelo de ellas. A lo lejos, Merlín llamaba varias veces a su hija pero ella no se daba cuenta absorta en sus pensamientos.

—Nimue... ¡Nimue!

—¿Qué? ¿Ocurre algo?

—Deberíamos ponernos en marcha, aún estamos demasiado cerca de Pendragón —respondió mirando a su hija con curiosidad—. Nimue, ¿te encuentras bien? Estás en las nubes ¿Acaso me he perdido algo?

—No, solo paseaba.

—¿Con el monje?

—¿Nos has visto? No es lo que piensas, él cree que soy la única esperanza de los Fey y quiere protegerme.

La joven apartó la vista del mago y suspiró mirando las altas copas de los árboles.

—¿Sabes lo que creo yo? Que alguien está enamorada.

—¡Qué! No digas tonterías Merlín, no me gusta Lancelot.

—No dije en ningún momento que fuera Lancelot —dijo con una sonrisa pícara provocando que Nimue apartara la vista de él—. Lo único que puedo aconsejarte es que hagas lo que te dicte tu corazón para no tener que arrepentirte mañana por no haber hecho algo o no estar con quien deseabas.

Esas palabras cobraron sentido para la joven que con nostalgia recordó la corta relación de su madre y el mago. Con paso decidido y sin decir nada más, dejó atrás a su padre y fue hacia el lugar donde Ardilla y el monje entrenaban con el arco.
Al llegar a aquel claro y armándose de valor, de pronto Nimue beso en los labios fugazmente a un sorprendido Monje Llorón que no la vio llegar, mientras que Ardilla, con la boca abierta sin creerse lo que estaba viendo, decidía irse a hurtadillas al ver aquella escena. Ese dulce beso duró escasos segundos hasta que el joven se apartó bruscamente, haciendo que ella se sorprendiera.

—Esto no es buena idea —soltó él confundido.

—Yo... lo siento... pensé... pensé que conectamos. Soy una tonta.

—¡No es eso! —exclamó haciendo una breve pausa antes de continuar—. Nimue, te mereces a alguien mejor.

—Lancelot...

—Lo digo enserio. Pones la seguridad de los demás antes que la tuya propia, eres amable, justa, persigues tus objetivos a pesar de los obstáculos y no te rindes. Te mereces a alguien mejor porque eres buena y yo... yo no lo soy.

El monje bajo la mirada sin poder evitar sentir remordimientos al pensar que no merecía dejarse llevar por su corazón y tener aquellos sentimientos, especialmente por ella.

—Sabes Lancelot, nadie debería acostumbrarse a las cosas malas del pasado, después llega lo bonito y crees no merecerlo pero todos tenemos derecho a amar y ser amados.

Su respuesta hizo reflexionar al monje quien no quería alejarse de ella, deseaba amarla. Ella veía en él una luz que él mismo no podía hallar en su interior.
Nimue, decepcionada, se giró para irse, pero en el último momento el Monje Llorón la detuvo agarrándola por la muñeca y la guiándola hacia él para fundirse en un cálido beso apasionado. Se alejó unos centímetros del rostro de ella y tomó la cara de Nimue en sus manos.

—Quédate conmigo —susurró mirándola fijamente a los ojos.

Sin decir nada, la joven le devolvió el beso y él coloco una de sus manos detrás de la cabeza de ella mientras se quitaban la ropa apresuradamente y se acomodaban en la mullida hierba.
El Monje Llorón envolvió sus brazos alrededor de la cintura de ella. El mundo a su alrededor se había desvanecido y todo lo que existía eran ellos dos, el calor de sus alientos y el sabor de sus labios.

Embriagados por el amor y el deseo, él besaba el cuello de ella cuando las marcas en la espalda de Nimue llamaron su atención y preocupado dejo de besarla.

—¿Qué son?

La joven, al darse cuenta de que él había visto sus cicatrices, las oculto poniéndose sobre sus hombros la capa del monje que se encontraba tirada en la hierba.

—Un demonio disfrazado de oso me las hizo cuando era pequeña —contestó con tristeza.

—¿Y por qué las ocultas?

—No es algo bonito de ver.

—Quiero verlas —soltó quitando suavemente la capa de ella —No tienes por qué ocultármelas, son parte de ti.

Aquellas palabras conmovieron a Nimue, quien esbozó una tierna sonrisa mientras él besaba con cuidado la parte posterior de su hombro donde se hallaban esas cicatrices.
Sus labios volvieron a fundirse con pasión, sus corazones resonaban con rapidez y sus respiraciones eran cada vez más agitadas. Perdidos por el éxtasis, la sangre de ella comenzaba a hervir y, cuando el agua empieza a hervir apagar el fuego ya no sirve de nada.
Sus desnudas pieles se aferraban la una a la otra y en ese momento, con la suave brisa perfumada que mecía la verde hierba, podían sentir que el bosque estaba vivo y los dioses eran testigos de su amor.

Después de aquel íntimo momento, Nimue y el Monje Llorón se encontraban abrazados sobre la hierba. Ella poso su cara en el pecho de él escuchando el fuerte ritmo de su corazón, mientras él acariciaba con su dedo índice el brazo de ella de arriba a abajo.

—Nunca había conocido a una chica tan extraña e intensa a la vez que fuera capaz de hacer que mi mente se diluyera —comentó de repente el monje.

—¿A qué viene eso? —preguntó riendo levantando su cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Tal vez suene extraño pero sé que seguiré ardiendo en llamas por todas las veces que he intentado subir más y más alto, por mi pasado. Pero ahora tú me has hundido, me he ahogado en el deseo y me haces sentir mejor. A tu lado me haces ser mejor.

Ella acerco su cara hasta que pudo sentir la respiración de él y con dulzura poso sus labios sobre los del monje.
Cuando dos almas nacen para coincidir, no importa el tiempo ni el pasado. Un delgado hilo rojo los había unido como si del destino se tratara mientras una guerra contra la iglesia se avecinaba.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora