DIECINUEVE

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En el camino a través del frondoso bosque, Ardilla y el Monje Llorón ayudaban a aquellos Fey que fueron atacados por la hermana Iris y la Trinidad.
El aire era pesado debido al humo negro procedente de los carros de madera y tuvieron que retirarse a un lado para respirar mejor. La vestimenta llamativa de la gente ya no lo parecía debido a la ceniza impregnada en ella.
Ardilla aun no podía creer que la persona que vio en la batalla fuera la hermana Iris. Una voz lo sacó de sus pensamientos.

—¿Por qué te quedaste quieto? Esa chica te iba a disparar y no te apartaste —le replicó el Monje Llorón.

—La conocía. Le enseñe a usar el arco —contestó intentando comprender porque se había unido a ellos.

—Si vas a luchar tienes que tener en cuenta que la gente puede morir. Incluso las personas que creías que conocías —dijo con serenidad.

Una mujer del circo ambulante se acercó a ellos con cautela aún sin fiarse del todo del Monje Llorón.

—Tengo que daros las gracias —comenzó ella—. De no ser por vosotros estaríamos todos muertos. No somos guerreros ni hemos sostenido un arma nunca por ello quizá los Ocultos os enviaron para ayudarnos.

Ardilla y el monje se miraron el uno al otro.

—Sera mejor que nos vayamos —continuó la mujer—. No renunciaremos a lo que queremos pero primero debemos enterrar a nuestra gente —finalizó con tristeza poniéndose en marcha con el circo o lo que quedaba de él. Mientras tanto el chico y el monje decidieron retomar su camino para unirse a Nimue.

Los rayos del sol calentaban con intensidad durante el viaje.

—Lancelot, ¿Cómo aprendiste a luchar así? —preguntó Ardilla.

—Disciplina, Dios me hizo ser su espada.

—Ya claro... —respondió con un tono sarcástico—. Si ese Dios existe y es tan bueno como dicen ¿Por qué permite que los Fey mueran solo por ser diferentes?

Sus palabras hicieron reflexionar al Monje Llorón hasta que, de repente, un hormigueo se deslizó por su columna haciéndole parar en seco.

—Quiero que me enseñes a pelear con la espada —continuó el chico—. ¿Lancelot? ¿Lancelot por qué te paras?

Ardilla lo miró extrañado y el monje se tensó sintiendo un rastro peculiar.

—La reina Fey... Nimue —corrigió—. Va hacia el sur.

—¿Cómo lo sabes?

El joven se quedó en silencio un breve tiempo antes de contestar.

—Es una sensación.

—Lancelot... ¿Eres Fey?

Ese chico causaba que por primera vez desde hace mucho tiempo un sentimiento de seguridad y tranquilidad corriera por él.
El monje asintió ante su pregunta y decidieron cambiar el rumbo hacia el sur, siguiendo el rastro de Nimue.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora