Los soldados de Pendragón que sobrevivieron en la batalla, se llevaron el cuerpo sin vida de Uther con su corona dorada ya que Cumber decidió entregársela porque, aunque ahora le perteneciera a él y le gustara el oro, no creía que le representará una corona cristiana.
Con la niebla casi desvanecida y dando paso a un cielo soleado, los vikingos celebraban felices la victoria y el ascenso del nuevo rey con grandes barriles de cerveza.
Arturo observaba aquellas caras llenas de júbilo con sonrisas de oreja a oreja cuando Pym se colocó a su lado.—¡Al fin acabe! —soltó ella poniendo los ojos en blanco—. Deberían tener más cuidado cuando pelean y no ser tan salvajes. He tenido que coser, amputar extremidades e incluso he unido dedos... hoy no voy a poder dormir —se quejó agotada y miro a Arturo—. ¿No celebras con ellos?
—No, estoy bien. ¿Y tú?
—Creo que me beberé un barril entero. ¡Lo necesito! —afirmó rotundamente—. ¿Y Ginebra? Estuviste toda la noche con ella ¿cierto?
—Aún no despertó. Espero que se recupere.
—¡Por supuesto que lo hará! Yo he sido quien la ha sanado ¿recuerdas? —dijo orgullosa poniendo sus manos en sus caderas provocando una leve risa en él.
Con tantas guerras últimamente, parecía extraño quitarse la tensión y el peligro de encima.
De una carpa improvisada en el bosque, Lanza Roja salió con la tripa vendada dirigiéndose con paso torpe hacia Arturo y Pym.—¡Ginebra! —exclamó Arturo al verla venir—. Ginebra es pronto para que te levantes.
—Estoy mejor, ya he dormido suficiente.
A lo lejos, una voz ronca resaltó haciéndose paso entre los vikingos.
—¡Aquí esta! ¡La gran guerrera vikinga, mi hija! —alzó la voz Cumber mientras se dirigía hacia Lanza Roja provocando que los demás los observaran—. Parece que los dioses aún quieren que estés aquí. ¡Bebe conmigo! —dijo entregándole la jarra de cerveza que llevaba en la mano.
—¿Aún aquí Cumber? Me sorprende que todavía no hayas ido a Pendragón. Ahora eres el rey de estas tierras, deberías ir allí y reclamar el trono antes de que otro cristiano se apodere de el —expresó Lanza Roja con sarcasmo.
—En realidad te estaba esperando —soltó inesperadamente él—. Reclamaré el trono, pero no quería hacerlo si no estabas presente —continuó mientras su tono de voz cambiaba haciéndose más suave—. El oro y la gloria nos esperan y te mereces más que nadie venir conmigo, a mi lado.
—¿A tu lado? ¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada.
El rey se acercó a ella mirándola a los ojos y agarró su delgada mano en la que no sostenía la jarra. Arturo, Pym y los vikingos se acercaron expectantes alrededor de ellos mientras Eydis observaba a lo lejos con cautela.
—Somos parecidos, Ginebra —continuó el rey—. Vuestra madre nos dejó demasiado pronto y sé que nunca he sido el mejor padre para Eydis y para ti, pero la misma sangre corre por nuestras venas, ambos somos ambiciosos y fuertes. Con tu ejército y el mío nadie se atreverá a destruirnos.
—Cumber...
—Estas tierras serán vikingas —añadió antes de que ella siguiera hablando—. Un rey necesita a su lado a quien le sucederá en un futuro. Alguien valiente, hermosa y respetada por todos, un verdadero líder. Y hoy en la batalla me he dado cuenta que quiero que seas tú, Ginebra. Un día ocuparás mi trono.
La joven asombrada debido a la proposición repentina, ya que por derecho el trono le pertenecería a su hermana mayor, asintió con orgullo ante el deseo de su padre y a continuación lanzo una mirada furtiva y preocupada a Eydis que no ocultaba su enfado y desagrado al ver que su padre le había ofrecido el trono a ella.
Morgana, que había estado descansando, se despertó por el alboroto colocándose al lado de su hermano mientras tiraba de su manga.
—Arturo, ¿ya se lo has dicho a Ginebra?
—Morgana, no creo que sea el momento.
—¿Decirme qué? —preguntó con intriga Lanza Roja que apareció al lado de ellos sorprendiéndolos.
Arturo felicitó con alegría a la vikinga por su nombramiento como futura soberana antes de expresarle su decisión.
—Ginebra, ahora que hemos ganado la guerra, que los barcos zarparon y los Fey están a salvo Morgana, Pym y yo hemos pensado en ir a buscar a Nimue. Los Paladines Rojos van tras ella, tal vez nos necesite.
La cara de Lanza Roja se tornó en decepción esperando otras palabras completamente diferentes de su boca. Una respuesta que ansiaba saber desde el campo de batalla pero que no llegaba.
Por absurdo que parezca, el tiempo se detuvo en aquel momento para ella, pensando que sería la última vez que vería a esa persona.—Podéis quedaros si queréis —insistió Lanza Roja—.Celebraremos la victoria en Pendragón, habrá un gran banquete, música y buena cerveza. ¡Os merecéis el honor y la gloria de la victoria! Dejad que los vikingos os vean junto al rey Cumber —añadió mientras dirigía su mirada a Arturo y continuó—. Fuiste valiente en la batalla, te lo mereces.
Arturo guardó silencio y Pym escondió una risa observando el penoso intento desesperado de la vikinga intentando dirigirse a todos cuando en verdad sus palabras eran para él. Luchar se le daba mejor que expresar sus sentimientos abiertamente, a menos que estuviera a punto de morir. Lanza Roja supo que no podía detenerle al no escuchar una respuesta de él y no lo intento más.
—Está bien, lo entiendo, debéis iros —dijo con tristeza tras un breve silencio forzando una sonrisa.
—¿Eso significa que yo también puedo ir? —preguntó Pym con entusiasmo.
Lanza roja agarró los delgados brazos de la joven y le dedico una sonrisa.
—Al final no has sido tan inútil... te echaré de menos —declaró la vikinga recibiendo un fuerte abrazo de Pym que no dejaba de llorar.
Tras la emotiva despedida, Lanza Roja miro a Morgana que se encontraba perdida y abatida.
—No te creía hasta que pude verlo en la batalla—soltó la vikinga—. Ha sido un placer ver a la gran Hela, gracias.
—No sé qué o quién es Hela, pero por favor no me des las gracias —contestó la viuda con una sonrisa incomoda.
Arturo se acercó a la joven vikinga lo suficiente como para que las demás no los escucharan hablar, provocando unas miradas de sospecha en Morgana y Pym.
—Ginebra, sobre aquella confesión en el campo de batalla... no puedo responderte aún —dijo él mientras Lanza Roja agachaba la cabeza con tristeza evitando mirarle a los ojos—. No quiero que pienses que no me tomo enserio tus palabras, pero antes hay algo que tengo que hacer. Quiero que sepas que volveré y te responderé adecuadamente, te lo prometo.
Un atisbo de esperanza se reflejó en la cara de ella al escuchar esas últimas frases intentando averiguar los sentimientos de él.
—Está bien —contestó la joven mientras se quitaba algo de su muñeca y se lo enseñaba a Arturo— Este brazalete es un símbolo de prestigio y éxito en batallas y expediciones, es algo muy importante para nosotros, para los vikingos —añadió haciendo una pausa antes de continuar—.Quiero que lo tengas y que me lo devuelvas cuando volvamos a encontrarnos de nuevo. Te estaré esperando, así que es mejor que no tardes si no quieres probar la ira de los dioses.
Arturo aceptó el brazalete y se lo puso en su muñeca con cuidado mientas se iba con Morgana a recoger las pocas cosas que tenían antes de partir. Lanza roja observaba al joven preparándose para irse y Pym se acercó lentamente a ella con curiosidad y diversión.
—Bueno... ¿Qué fue todo eso? ¿De qué habéis hablado?—interrogó con picardía.
—No es de tu incumbencia —contestó nerviosa mientras volvía a la carpa.
Ver a Lanza Roja nerviosa y avergonzada era algo nuevo para Pym y eso hizo que no pudiera evitar reír. El ambiente se calmó y los vikingos también empezaban a guardar sus pertenencias en grandes sacos para dirigirse a Pendragón. Por el contrario, Eydis se encontraba sentada en el duro suelo observando fijamente a lo lejos a su hermana pequeña. A pesar de que nunca se llevaron bien, esa decisión que tomo Lanza Roja de ocupar el trono la llenaba de envidia y, en un futuro no muy lejano, traería graves consecuencias.
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Cursed 2 (Maldita 2)
AdventureDespués de haber caído desde un puente, la aventura de Nimue sigue su curso esta vez sin la Espada de los Primeros Reyes. Merlín y Morgana desolados por lo ocurrido, el Monje Llorón y Ardilla juntos después de escapar de la Trinidad y Arturo mar ade...