TREINTA Y SEIS

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Esa tarde, vestida con sus mejores galas gracias a la madame del burdel, Nimue llegó al castillo junto con Ardilla y el Monje Llorón. Aquel lugar albergaba grandes torreones, un patio interior y serpentinos parajes. En el interior, dos soldados custodiaban las altas puertas de roble del Gran Salón que al llegar se abrieron con un chirrido. Al fondo, el rey Uther esperaba sereno en su trono. Nimue entró, y tras ella los soldados bloquearon el paso del monje y el chico golpeando entre ellos sus lanzas al aire evitando que pudieran avanzar, lo que provoco un acto reflejo en el monje que posó su mano en la empuñadura de su espada.
La joven se giró al escuchar el sonido del acero y lanzó al monje una mirada segura y tranquila para que no hiciera nada.

—Está bien, no pasa nada, nos veremos en unas horas.

El Monje Llorón asintió en silencio y las altas puertas se cerraron tras ella dejando a solas en el Gran Salón a Uther Pendragón y a Nimue.

—Le doy las gracias por aceptar hablar conmigo rey Uther.

—Lo sé —sonrió él con frialdad.

La joven ignoro el comentario y continúo.

—He visto que está rodeado por campamentos de la iglesia. A nadie le gusta que le acorralen ¿no es así? —insinuó—. Pero hay una solución para eso.

El rey frunció el ceño y se levantó apresuradamente de su trono acercándose a la reina Fey.

Mientras tanto, recostado en una de las columnas en un balcón del castillo, el Monje Llorón observaba a dos extraños hombres con espadas y túnicas negras hablando en el patio interior. Había muchos como ellos merodeando por el lugar y por eso le llamó la atención. No podía escucharles pero estaba seguro de que no se trataba de soldados de Pendragón ya que no portaban las tres coronas de la casa. De pronto, la voz de Ardilla lo sacó de sus pensamientos.

—Debimos haber entrado con Nimue, odio esperar —se quejó el chico mientras el monje se dirigía hacia la salida—. Lancelot, ¿A dónde vas?

—No me sigas. Busca una salida discreta, iré a comprobar una cosa.

—¿Una salida para qué?

Sin obtener respuesta, mientras el monje desaparecía del pasillo, Ardilla alzó los hombros sin entender lo que ocurría.

Por otro lado, en el interior del Gran Salón el ambiente se volvía cada vez más pesado a medida que la reunión avanzaba. Con paso firme, Uther se paró frente a Nimue.

—¡Son solo unos críos, no tienen nada que hacer contra un rey! —contestó él orgulloso—. Si quisiera esos campamentos caerían como moscas.

—¿Si quisieras?

—No soy tan estúpido como para iniciar una guerra contra la Iglesia.

—¿Entonces está rechazando el pacto que le ofrezco?

—Al contrario —balbuceó—. He estado reflexionando mucho... No libraría una batalla solo pero creo que juntos podríamos quitarnos de encima a esos religiosos, solo necesitaríamos un cebo, es decir a ti, e irán corriendo como ratas hacia una emboscada liderada por mi ejército.

—¿Ese es su plan? No estoy segura de que vaya a funcionar.

—¡Como te atreves! —estalló el rey alzando la voz.

La expresión en el rostro de Uther se volvió seria y enmudeció unos segundos acomodándose su indumentaria mientras trataba de tranquilizarse antes de proseguir.

—¡Tengo hambre! —dijo él de repente—. No es bueno pensar con el estómago vacío, mejor dejemos los detalles para luego. Te invito a cenar, podrás traer a tus amigos.

Nimue molesta no podía evitar sentir que ese rey le hacía perder el tiempo.

Durante ese tiempo, en el exterior del castillo el Monje Llorón se encaminaba con cautela hacia los pequeños campamentos del exterior con un mal presentimiento pero cambio el rumbo al ver que ya no había ninguno rodeando Pendragón. Inquieto volvió a la ciudad y vio sentados fuera de una posada a dos inexpertos paladines de aquellos campamentos bebiendo alegremente.
Los paladines al verle acercarse lo reconocieron inmediatamente y se levantaron enérgicamente dispuestos a luchar. Sin desenvainar su espada, el monje derribo a uno de ellos con un puñetazo en la nariz dejándole inconsciente en el suelo y agarró al otro firmemente por la cabeza dándole un golpe seco contra la mesa astillada. Con la cara del chico apoyada en la mesa, el monje se acercó a su oído y le susurró.

—¡¿Dónde están los demás?! ¡Dímelo!

—Por favor, por favor no me mates, ni siquiera creo en Dios, solo me uní para contentar a mi familia, ni siquiera me han enseñado pelear aún —contestó con nerviosismo.

El monje presionó con más fuerza la cabeza de aquel paladín contra la mesa.

—¡Responde!

—¡Se han marchado! Miembros de la Trinidad vinieron por orden del abad Wicklow y nos mandaron retirarnos. Decían que tenían que capturar a alguien, y que al no recibir aún formación solo seriamos un estorbo. No sé nada más lo juro, solo quería beber algo —respondió entre sollozos.

En ese momento se dio cuenta, aquellos hombres vestidos de negro que estaban en el castillo eran de la Trinidad.

¡Nimue! —exclamó en su interior corriendo hacia allí con temor a que llegara tarde.

Al acabar la breve reunión, Nimue salió del castillo no muy satisfecha intentando ser paciente cuando dos soldados se aproximaron a ella.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?

—Te han vendido, bruja.

Aquellas palabras que resonaron en sus oídos perforaron como agujas su corazón pensando que el Monje Llorón le había traicionado.
La ira comenzó a correr dentro de ella e hizo emanar hojas de parra en su rostro, provocando que las ramas de unos árboles cercanos agarraran los cuellos de aquellos hombres, dándole la oportunidad de salir corriendo. Perseguida por las empinadas y estrechas calles de Pendragón, la joven acabó en un callejón sin salida cuando un chico le llamo la atención.

—¡Hey! ¡Por aquí!

—¡Ardilla!

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora