TREINTA Y UNO

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Sobre un cansado caballo, un Paladín Rojo cabalgaba con premura por los caminos grises y empedrados de un pequeño pueblo.

—¡Tengo una misiva urgente del sur! —gritó el paladín.

—¿Una misiva? ¡Dámela! —ordenó ansioso el abad Wicklow haciéndose paso entre la Trinidad.

—Dios nos sonríe... —musitó con una gran sonrisa mientras leía la carta.

El abad, con paso firme, se dirigió hacia una pequeña carpa en el exterior del pueblo. En ella se encontraba la hermana Iris tumbada boca abajo sosteniendo en sus manos una pequeña cruz. En aquella posición se podía apreciar desde la entrada su espalda llena de heridas tras fustigarla con un látigo improvisado.

—¡Hermana Iris!

La hermana se levantó de golpe y se giró hacia la entrada al escuchar aquella voz.

—No le oí entrar, señor.

—Vístete, tienes trabajo —continuó—. Hemos encontrado los barcos Fey.

—¡Son grandes noticias señor! —agregó con entusiasmo.

—Y no solo eso... nos han avisado que la bruja está en Pendragón. Enviaré algunos hombres a capturarla y a las afueras de la ciudad, sin curiosos e indeseados lugareños, te asegurarás de matarla.

Una gran sonrisa malvada se dibujó en la cara de ella sabiendo que era su oportunidad de demostrar su devoción hacia la iglesia y derrotar de una vez por todas a la reina Fey.

—!Le arrancaré los ojos y se los traeré! —exclamó Iris—. Esta vez no os fallaré.

—Dios te guiará hija mía, sé que lo hará y que matarás a ese demonio.

El abad Wicklow hizo una pausa antes de seguir.

—No vuelvas hasta que la mates —añadió con tono serio y amenazador antes de irse.

Un temor perforó el alma de la hermana Iris pensando que si fallaba ya no podría servir a Dios y librar al mundo de los Inefables. Era todo o nada y ella lo sabía.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora