TREINTA Y OCHO

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En la amplia habitación iluminada solo por la luz de una vela, Alexandre estaba leyendo un manuscrito en la cama antes de dormir junto a Briana que miraba sentada fijamente a la pared de enfrente, absorta en sus pensamientos.

—La charla que le diste a nuestra hija antes de la cena funcionó —dijo Alexandre sin apartar la vista del papel—. La cena fue todo un éxito y en dos días nuestro status subirá. Podrás volver a quedar con tus amigas y yo podré saldar las deudas de apuestas.

El largo silencio de su esposa inquietó a Alexandre haciendo que se girara hacia ella.

—Briana, has estado muy callada durante toda la cena y ahora no dices nada ¿Te ocurre algo?

Tras una pausa organizando sus pensamientos, ella comenzó a hablar.

—¿Alguna vez te conté que de joven quería tener mi propia pastelería? Hacía bollos rellenos en casa y se los regalaba a los hijos de mis vecinos. Amaba ver las caras felices de esos niños mientras los comían.

—Sí, alguna vez me lo contantes —respondió él con indiferencia.

El silencio volvió, la vela se consumía poco a poco y cuando él creía que la conversación había terminado Briana rompió el mutismo.

—Alexandre, ¿crees que nos odiará?

—¿Quién?

—Caili. ¿Crees que estamos haciendo lo correcto con la boda?

—¿A qué viene eso? —preguntó extrañado.

—Caili me dijo que quería ser caballero —contestó Briana compartiendo aquellas palabras que su hija le confesó.

—¡¿Caballero?! Eso es absurdo, las mujeres no pueden ser caballeros.

—¿Por qué? —pronunció ella frunciendo el ceño—. Cuando era joven, mi hermano y yo entrenábamos con la espada.

—Una cosa es jugar con la espada y otra ser un caballero, Briana. Ahora vayamos a dormir, ha sido un largo día.

Alexandre dejó el manuscrito en la mesilla, apagó la vela y cerró los ojos mientras ella se quedó sentada intranquila en aquella cama en medio de la oscuridad.

Mientras tanto, en la fuente de piedra de la plaza de Castle Combe, las dos chicas compartían sus últimos momentos a solas antes de la inminente boda. Solo quedaban dos días para que Caili se casara y partiera a una nueva vida en una gran ciudad desconocida junto con su esposo, y toda su vida pasada quedaría atrás.

—¡¿Dónde se habrá metido Owen?! —dijo Nora molesta colocando las manos en su cadera—. Seguro que el muy idiota está comiendo en alguna parte y eso que sabía que sería la última vez que nos veríamos antes de la boda.

La joven dejó de hablar cuando dirigió la mirada a su mejor amiga que estaba sentada en silencio con la cabeza apoyada en sus rodillas.

—¿Estás bien Caili?

—Quiero encontrarla —soltó levantando el rostro.

—¿A quién?

—A la Bruja Sangre de Lobos... A veces sueño que soy ella, libre, temeraria y sin nadie que le diga lo qué debe hacer. Quiero verla con mis propios ojos.

—Por suerte no eres ella, la Iglesia acabará matándola tarde o temprano —declaró Nora.

La suave brisa nocturna rozaba la cara de Caili como una caricia dulce y agradable que la transportaba lejos de aquella plaza hasta un lugar con altos y verdes árboles, donde una joven de largo cabello ondulado miraba al horizonte con su mano en el mango de una extraña espada.

—¿Cómo van las cosas por casa? —preguntó súbitamente Nora haciendo que Caili aterrizara de sus pensamientos.

—No muy bien, he tenido que escaparme a escondidas porque mis padres no quieren que nos veamos.

—Bueno, eso no es algo nuevo —rió Nora intentando quitarle importancia para que su amiga recuperara los ánimos, pero no funcionó.

—Lo se, pero es diferente, todo es diferente ahora —suspiró—. Quien iba a decir que mi futuro es ser esposa.

—Te conozco y sé que no te conformarás con ser solo una esposa perfecta. Eres ambiciosa, inteligente, soñadora y sé que cumplirás todo lo que te propongas.

—No creo que a mi futuro esposo le guste la idea de que quiera ser un caballero.

—¡¿Y qué importa?! No dependes de nadie.

Una leve sonrisa apareció en los labios de Caili, su amiga siempre le hacía sentir mejor, sin embargo, el rostro de Nora era serio cuando de pronto se acercó a ella.

—Caili, he decidido irme de este pueblo en dos días —soltó la joven—. Ya sabes que no tengo familia y nunca sentí este sitio como un hogar. Ahora que mi mejor amiga se va a esa gran ciudad nada me retiene aquí.

Aquel momento se sintió como una amarga y verdadera despedida. Caili se levantó del suelo colocándose frente a ella.

—Eres mi mejor amiga —añadió Nora—. Y sé que no volveré a encontrar a nadie como tú.

—¡Basta, me vas a hacer llorar! —exclamó con la voz temblorosa y los ojos vidriosos—. Si ves a la bruja, ¿le hablarás sobre mí?

—¡Por supuesto! Le diré que eres su mayor fan —sonrió de oreja a oreja enseñando los dientes.

Las dos se fundieron en un fuerte y cálido abrazo antes de darse la espalda y dirigirse por caminos diferentes. A unos metros de distancia, Caili paro en seco y volteó bruscamente hacia su amiga.

—¡Nora! —gritó corriendo hacia ella tendiéndole su meñique—. ¡Siempre serás mi alma gemela!

—¡Y tú la mía!

Sus meñiques se entrelazaron mientras lágrimas salían de sus enrojecidos ojos, no por el adiós sino por el tiempo que pasaron juntas y que no volverían a pasar.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora