TREINTA

103 10 3
                                    

Las bulliciosas calles de la ciudad de Pendragón se volvieron vacías y lúgubres.
En la entrada del viejo burdel, Nimue observó algo que creía haber visto antes, un cartel de madera desgastada con la palabra Áine. Recostada en la puerta de aquel lugar, una mujer elegante a la que todas las chicas hacían caso y los hombres respetaban de pronto alzó la voz.

—¡Quietos! Los niños no están permitidos en Áine —dijo con voz autoritaria aquella mujer.

—Solo necesitamos una habitación para pasar la noche. No tiene por qué ser demasiado grande —suplicó Nimue.

—El joven y usted podéis quedaros pero el niño es muy pequeño.

—¡No soy pequeño! —exclamó Ardilla—. Un niño pequeño no tendría la misión de escoltar a alguien tan importante como ella al palacio y acabar con los paladi--

El Monje Llorón lo agarró del brazo y puso su mano en la boca del chico antes de que siguiera hablando. Ardilla se liberó de él con facilidad ofreciéndole una mirada fulminante.

—¿A palacio? ¿Te han invitado al palacio? —interrogó la mujer—. Vaya, no creía que tuviéramos a gente tan importante por aquí. Podrán quedarse con total discreción, pero antes de nada, ¿no pensarás ir así, querida?

—¿Qué quiere decir? ¿Qué tiene de malo mi ropa?

—Menos mal que llegaste a mi burdel —respondió moviendo la cabeza de un lado a otro llevándose una mano a la barbilla—. Esta manchada, llena de barro y apesta. Te va a recibir un rey ¿no es así? Entonces es importante dar buena impresión y se de algo que te quedaría muy bien —dijo posando su brazo por la espalda de Nimue guiándola a una pequeña escalera de madera en el interior—. Y no te preocupes querida, no tendrás que pagarme nada, me promocionaras muy bien en cuanto uno de mis vestidos pise el palacio real.

Su insistencia hizo que la joven se resignara y acompañara a la madame del burdel al piso de arriba mientras el monje y Ardilla permanecían abajo.

Tras varios minutos, Nimue bajó la vieja escalera sonriendo detrás de la madame con un hermoso vestido. Llevaba un corsé blanco ceñido al cuerpo con varias aplicaciones doradas en su cintura imitando hojas de parra que descendían sobre la larga falda celeste que fluía con delicadeza con ondas que recordaban a un lago puro y misterioso. Un brillo extraño emanaba alrededor de ella.

—¡Estás hermosa Nimue, pareces una deidad! —gritó Ardilla con entusiasmo.

Por otro lado, un sentimiento desconocido aceleró el corazón del monje que la miraba fijamente ante su belleza, tratando de actuar con la mayor normalidad posible para que ella no se percatara de sus elevadas pulsaciones, cuando involuntariamente, Nimue se mordió el labio ligeramente rosado y sus miradas se encontraron haciendo que él apartara la vista bruscamente con temor intentando controlar ese confuso sentimiento.

—No es algo que suela llevar pero debo decir que es precioso. Se lo agradezco, señora —dijo dedicándole una sonrisa de gratitud.

—No es nada, querida. Venid, os enseñare donde os quedareis —contestó dirigiéndose por un pequeño pasillo hacia una oscura puerta—. Solo me queda esta habitación libre y no esperéis que haya más de una cama ahí dentro porque no es así. Mis huéspedes vienen aquí buscando un tipo de compañía específica... y no una posada.

—No se preocupe, cualquier cosa estará bien —expresó Nimue.

—Bien, solo pido que mantengáis cerca al niño, no quiero que fisgonee por el edificio. Mis clientes buscan discreción.

Ardilla puso los ojos en blanco al oír aquellas palabras cansado de que la mujer lo tratara como un niño.

—Por supuesto —concluyó Nimue.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora