TRES

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El sol de la mañana empezaba a asomar a través de las aberturas en la copas de los árboles y bañaba con sus rayos el camino de tierra que Ardilla y el Monje Llorón seguía después de salir por poco del campamento de los Paladines Rojos. El aire fresco los envolvía en un duro camino a caballo.

—¡Hey, pesas! ¡No te apoyes sobre mí! —se quejó Ardilla en un tono de fastidio—. Llevamos toda la noche cabalgando y tengo hambre. ¡Paremos! —dijo el chico sin obtener respuesta.

El largo silencio hizo girar intranquilo al chico hacia el hombre que aún seguía apoyado en su hombro.

—¡Oye! ¿Estás bien? ¡Despierta! —añadió nervioso esperando una respuesta que no llego.

Ardilla freno en seco y con cuidado bajo al monje del caballo tendiéndolo sobre la arena.
Estaba pálido y la salpicada sangre cubría parcialmente sus marcas de lágrimas en los ojos. Una gran herida en el costado teñía de rojo la oscura ropa y el chico no sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente.
Al no despertarse, Ardilla se dirigió a las alforjas que colgaban del caballo buscando una cantimplora de agua, pero en vez de eso encontró un frasco pequeño de lo que parecía ser agua bendita.
Su mano temblorosa derramaba el transparente líquido sobre las heridas del Monje Llorón para limpiarlas y vendarlas torpemente con la tela rasgada de su manga.

Minutos más tarde los ojos del monje se posaban en el intranquilo y pensativo chico que no dejaba de caminar de un lado a otro a unos metros.

—¿Qué haces? —musitó el Monje Llorón.

—¡Lancelot! ¡Estas vivo! —corrió hacia él con tanto vigor que casi lo atropella.

—¿Qué ha pasado? —preguntó aun en el suelo con un hilo de voz ronca.

—¡Te hablaba pero no respondías! ¡Te tiraste sobre mí y pesabas! —le reprochaba con respiración jadeante—. ¡¿Cómo se te ocurre quedarte inconsciente a caballo?! Pensaba que habías muerto...

No paraban de salir palabras de la boca del chico con gran agitación y en medio de ellas Ardilla por un segundo creyó haber visto una leve sonrisa en el monje.

—¿Te asustaste? —preguntó el monje en un tono de burla.

—¡Claro que no, por quien me tomas! —respondió tajante con nerviosismo—. Pero no quiero que muera nadie más... —su mirada se ensombreció al pensar en su padre y el Monje Llorón se percató.

—Percival, podía haberme desangrado pero detuviste la hemorragia. Gracias.

—Ahora estamos en paz —contestó Ardilla—. ¡Y no me llames así!

—¿Por qué? Tú me llamaste por mi nombre.

—Ya te dije que no me gusta —protestó frunciendo el ceño.

—A mí sí me gusta.

Sorprendido ante esas palabras una sonrisa se dibujó en la cara de Ardilla.

—Bueno, estas herido... asique por esta vez dejaré que me llames así —se giró avergonzado y hambriento a paso acelerado hacia unos arbustos con moras.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora