VEINTINUEVE

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Cestas de mimbre, sabanas y utensilios de cocina inundaban las calles del pequeño pueblo pesquero como resultado de los saqueos de los vikingos en busca de provisiones. Los lugareños no oponían resistencia abrumados ante el poder y la furia salvaje de los vikingos.

Mientras tanto, Lanza Roja se encontraba en lo alto de una ladera observando en silencio a sus hombres que arrasaban todo a su paso cuando Arturo, no muy cómodo por la situación, se colocó a su lado con el fin de conocerla y comprender más la cultura vikinga.

—No pareces muy contento —comenzó ella rompiendo el silencio mientras ambos veían lo que ocurría a su alrededor.

—Te mentiría si dijera que lo estoy —respondió cruzando los brazos.

—No conocemos otro tipo de vida Arturo. Robamos, es cierto, pero siempre a los más ricos, y este puerto está repleto de tesoros religiosos.

Una mueca sarcástica se dibujó en la cara de él.

—Pensaba que los vikingos no distinguían entre clases sociales cuando robaban.

—Y no lo hacen —contestó ella dirigiendo su mirada hacia él—. El oro y la gloria es lo importante. No les importa a quién robar mientras tengan cosas de valor. Pero mis hombres no arrebatan dejando a la gente sin nada, o al menos eso intento —añadió haciendo una breve pausa antes de continuar—.Todos hacemos cosas de las que no estamos orgullosos Arturo pero no tenemos opción si queremos alimentar a todos esos Fey.

El silencio volvió a reinar y el joven agachó la cabeza fijando su vista en el suelo recordando que no siempre hizo lo correcto en el pasado. Lanza Roja puso su fina mano sobre el mentón de él elevando su vista hasta los atrayentes y llameantes ojos de ella. Arturo sabía que no tenía opción si quería que todos los Fey consiguieran sobrevivir hasta llegar a Ávalon ya que el tiempo y el oro no estaban de su parte y se resignó a aceptarlo.

—Un día le devolveremos todo a esta pobre gente Ginebra.

—Eres noble de eso no hay duda, aunque en ocasiones tú mismo dudes de ello —dijo con una sonrisa burlona.

La brisa marina en lo alto de aquella ladera removía desordenadamente el cabello de la vikinga mientras un soñador Arturo la contemplaba.

—¿Piensas en ella? —preguntó Lanza Roja con una voz suave—. Es bonito preocuparse y ser amada por alguien. Ya no recuerdo ni lo que era eso.

—Seguro que tienes a muchos pretendientes. Una mujer como tu deben cortejarla muy a menudo.

—Te sorprenderá pero no. Inconscientemente suelo hacer que los hombres huyan de mí —dijo con resignación—. A los vikingos les gustan las mujeres fuertes pero no les gustan que tengan un carácter fuerte y difícil de manejar.

—Bueno, tal vez no necesites un vikingo —contestó él calmadamente sin dejar de mirarla a los ojos mientras la agarraba suavemente del brazo derecho.

Lanza Roja rió y sus mejillas se tornaron rosadas. Por un momento parecía que el tiempo se había detenido.

—No siempre fue así sabes, hace tiempo hubo alguien, nos amábamos... y al escucharte hablar en el barco con Pym sobre Nimue me recordó a esa persona que una vez quise —reveló con una sonrisa amarga—. No sé si llegare a querer a alguien tanto como lo quise a él. Quizá ya no vuelva a sentir ese sentimiento por alguien y puede que te rías y te parezca estúpido pero no pude evitar sentir envidia al escucharte hablar sobre ella.

—¿Qué paso con esa persona? —preguntó Arturo.

—Murió. El filo de un hacha le perforo los órganos en plena batalla y murió en mis brazos mientras se desangraba.

—Lo siento mucho Ginebra.

—No lo sientas, de eso ya hace mucho tiempo y ahora él está en el Valhalla comiendo y bebiendo con Odín y los grandes guerreros vikingos.

Ambos compartían una sonrisa cómplice en aquel íntimo y revelador encuentro cuando unos inesperados gritos de guerra les sorprendieron vislumbrando en la lejanía a un ejército vikingo corriendo hacia el pueblo.
El Rey de los Hielos estaba ahí y los estaban emboscando.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora