CUARENTA Y OCHO

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Las doradas máscaras que portaban los hombres de la Trinidad brillaban en la espesura del bosque con la luz del sol de aquella tarde. La hermana Iris aún seguía el rastro de la Bruja Sangre de Lobos junto con el abad Wicklow, quien se unió por el camino al ver la ineptitud de ella y sus hombres en el suceso pasado en Pendragón. Iris, arrodillada cerca de unas rocas, inspeccionaba detenidamente el lugar.

—Llevamos días cabalgando y no encontramos nada —replicó el abad cruzando los brazos.

—Señor, no andan lejos, sé que están aquí —musitó Iris tocando los pequeños trozos de madera aún calientes que quedaban en una hoguera apagada.

No muy lejos de allí, su presa, Nimue, se hallaba recostada en el tronco de un árbol mientras observaba con una sonrisa su alrededor. El Monje Llorón y Ardilla discutían como niños sobre la inclinación del brazo al apuntar con el arco, Arturo y Morgana se encontraban sentados hablando de algo que no lograba escuchar y a unos pocos metros Merlín y Pym tenían los dedos tintados de rojo por culpa de unas bayas que estaban comiendo.
Esa escena tan pacífica y natural calmaba su alma. La gente que quería se encontraba allí.
De pronto, un reflejo del sol le dio en su cara cegándola por un momento. Nimue dirigió su mirada hacia el origen de aquella luz, viendo a lo lejos mascaras doradas que la observaban entre los arboles como si estuvieran acechándola. Era el fin, la Iglesia los había descubierto.

—¡Están aquí! —avisó la joven al resto del grupo.

Nimue, Arturo y el Monje Llorón desenvainaron sus espadas, Ardilla se alejó y se posicionó estratégicamente con su arco junto a Morgana y Pym como planearon y Merlín cerró los ojos invocando con su magia una niebla espesa que pudiera darles alguna ventaja.

Ya no había vuelta atrás, estaban allí cara a cara frente al enemigo que claramente los superaba en número. El angustioso y tenso silencio acabó cuando el abad Wicklow se dirigió hacia sus hombres.

—¡Dios quiere que aplaquemos su sed con estas bestias demoniacas! ¡Por eso estamos aquí, para cumplir los deseos del Señor! —manifestó el abad en voz alta.

Al escuchar esa declaración, un escalofrió recorrió la columna de Nimue que apretaba con fuerza la empuñadura de su espada.

—Son demasiados —susurró ella.

—Bueno, tenemos al mago más poderoso de todos los tiempos, al antiguo ángel vengador de la Iglesia y a la Bruja Sangre de Lobos —declaró Arturo intentando aliviar el ambiente —¡Saldrá bien! Son ellos los que deberían preocuparse.

—Veo que al menos uno de nosotros es positivo —añadió Merlín con una leve sonrisa.

Los hombres de la Trinidad corrieron ágilmente hacia ellos con afiladas espadas sin hacer ruido, como si sus pies flotaran en el aire. Por el contrario, el mago Merlín invocó sonoros truenos provocando que el cielo se volviera gris y de sus manos salieran rayos que fulminaban a sus adversarios, mientras que sus amigos combatían con el acero de sus espadas.
A pesar de la niebla, la hermana Iris agudizó su vista y se aproximó a la bruja con la cuerda del arco tensado, pero una flecha le dio en el hombro haciendo que cayera aquel arco y dirigió la mirada hacia su procedencia, viendo a un chico al que conocía, viendo a Ardilla.

Mientras tanto, Arturo abatía a dos hombres con dos golpes certeros pero otro de ellos le hirió en la pierna haciendo que cojeara levemente. El golpe rápido y mortal que le propinó Arturo a continuación en el costado de ese hombre hizo que se doblara de dolor. No volvió a moverse.

Los impactos del acero eran firmes en ambos bandos, pero la niebla y la escasa visibilidad con las máscaras hacían que la Trinidad tuviera una dificultad añadida al no poder ver bien a sus contrincantes.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora