SIETE

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La luz de las antorchas de la pequeña catedral resplandecía en la dorada cruz del altar donde se encontraba la Trinidad.

—Dios Nuestro Señor te ofrecemos el cuerpo del padre Carden que llevó tu palabra por todas estas tierras purificando el mal que nos acecha. Guíalo hacia tu luz y ayúdanos a progresar en tu lucha —dijo el abad Wicklow con voz grave.

La hermana Iris irrumpió en silencio en la catedral y esperó a que terminaran sus oraciones.

—Y de la oscuridad surge siempre una luz —prosiguió él señalándola—. Un ángel vengador que aniquilara a la abominable Bruja Sangre de Lobos. La hermana Iris es nuestro ángel, nuestro amparo contra los demonios que están en la Tierra. Haremos del mundo una familia donde todos los hombres amen a Dios y--

—¡Amén! —interrumpió con sarcasmo Cumber, el autoproclamado Rey de los Hielos, cansado de oírles rezar.

La hermana Iris le lanzó una mirada fría y se acercó al altar para anunciar la gran noticia.

—Nimue está muerta —soltó ella sin esconder su alegría.

—¡Al fin se ha hecho justicia divina! ¿Y la espada que portaba? —preguntó el abad Wicklow.

—¿Señor?

—La espada endemoniada ¿Dónde está?

—El mago Merlín la tiene ahora en su poder señor. Ha masacrado a varios hombres honorables de la Iglesia con rayos del infierno —contestó Iris.

El abad chasqueó con la lengua en señal de desapruebo.

—Quiero la cabeza del mago. Y quiero esa espada.

Iris asintió, se inclinó levemente y volteó hacia la salida con paso firme.
Tras aquella notica la voz ronca del Rey de los Hielos resonó en las paredes de la catedral dirigiéndose a la Trinidad.

—Señores llego la hora. Hicimos nuestra parte y ahora os toca a vosotros cumplir.

—No detuvisteis los barcos llenos de Fey —replicó el abad Wicklow—. Por ello no merecéis nuestra ayuda.

—Lo intentamos y aun así un trato es un trato ¿verdad? —dijo frunciendo el ceño.

El abad hizo una pausa antes de contestar.

—Yo creo que no —se burló con una leve sonrisa—. Quizá si la mitad de tu ejército de paganos no hubieran sido mujeres ahora los Fey no estarían huyendo.

El rostro del rey Cumber se ensombreció al ver que la Trinidad no le ayudaría a conseguir el trono de Pendragón.

—¡Cualquiera de esas mujeres te cortaría la cabeza sin dificultad y pondría tus huevos clavados en la puerta de esta catedral! —exclamó malhumorado.

El abad Wicklow enmudeció al escuchar esas indecorosas y groseras palabras del rey vikingo que le daba la espalda dirigiéndose a la salida.

Cursed 2 (Maldita 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora