Cap. 20 - Escape de tierras papales - Ethel

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Cabalgaron hasta el amanecer y se detuvieron cerca de una playa al norte de Neapolis. Sabían que cuando el día los alcanzara, sería difícil continuar el camino sin llamar la atención, así que se detuvieron en una zona de árboles altos la cual les otorgó un refugio seguro pero temporal.

Recostaron al druida sobre la alfombra de pasto y luego se dedicaron a buscar (a caballo) algo para comer. Rápidamente se dieron cuenta que aquella era una zona boscosa rodeada de asentamientos y poco había para cazar o recolectar.

— ¿Deberíamos movernos? — preguntó el griego mirando una cabaña que azulaba por la luz del alba y Lance negó con gran seguridad.

— No, de momento no creo que nos estén buscando así que nos quedaremos a descansar hasta que llegue la tarde.

— No tenemos agua ni comida.

— Ya conseguiremos algo. Pero primero debemos traer a Nivia de regreso.

Athan asintió y ambos regresaron a ese "intento de campamento" que habían montado entre los árboles. En el camino el griego lanzó esta pregunta.

— ¿Entonces ya tienes una idea de cómo traer a Nivia de regreso?

— Quizás — respondió Lance haciendo una mueca —. Creo que Nivia lo que necesita es un par de alas.

— ¿Cómo dices?

— Nivia tiene un guía, un ave al que llama Ethel. Es un espíritu antiguo que se le aparece en sueños. Lo buscaré entre las estrellas y pediré su ayuda.

— Recuerdo al ave — dijo Athan con un destello de luz en la mirada —. Intenté cazarlo en el bosque de Wicklow pero tú me detuviste.

Lance se quedó durante unos segundos mirando al griego con ojos comprensivos y finalmente asintió con la cabeza. Era como si hubiera más secretos acerca de aquella ave de los que Athan sabía pero Lance no quiso revelarlos todavía. El muchacho tenía su propia teoría acerca de Ethel pero Nivia la había desmentido rotundamente en el pasado, como si aquel fuera un secreto que ni siquiera sus amigos más cercanos debían conocer. Como sea, Lance no estaba seguro de lo que vieron sus ojos y aunque quería creerlo, la idea de que el druida pudiera asumir la forma de un animal era demasiado inverosímil, aun para un joven que ya había visto demasiadas cosas sobrenaturales en su vida.

— Ese mismo — mintió finalmente Lance y continuó la marcha llevando una gran incertidumbre acerca de su plan pero intentando no demostrarlo.

Por fin llegaron al sitio y encontraron a Amy dormitando al lado de Nivia. Lance le había pedido cuidarlo pero la pobre chica estaba rendida por el cansancio y es que en realidad llevaban muchas horas sin dormir.

— Amy — le llamó Lance y la pequeña enseguida reaccionó con sorpresa y optimismo a la vez.

— ¡Estaba cuidando al señor Nivia!

— Si, lo sé. Ya no es necesario que lo hagas, solo intenta dormir un poco, iremos con tu madre al atardecer.

Pero la chica perdió toda su luz al escuchar aquella sentencia.

— Tengo miedo de volver.

— ¿Tienes miedo a un castigo de tu madre?

Amy negó con la cabeza y luego de unos segundos por fin respondió.

— Tengo miedo al amo, el Duque Spoileto... al emperador — se corrigió a sí misma —. Ahora debemos llamarlo emperador.

— Háblanos de él.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora