Cap. 20 - Escape de tierras papales. - La Corte de la Santa Vehme

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— Ferdinand — se escuchó la voz de Lance, la cual se armonizó con el arrullo vespertino de mar y el viento de la región costera de Neapolis —. Mientras los hombres se matan cual bestias hambrientas para arrebatarse sus posesiones, una guerra secreta de extinción está sucediendo.

Los tres amigos, Athan, Lance y el druida, estaban encerrados en una jaula rodante y el caballero español dormitaba frente a ellos en un tendido sobre el suelo.

— ¡Vamos! decidme algo nuevo — respondió Fer sin mostrar interés y sin siquiera abrir los ojos —. El mundo ha estado en guerra durante los últimos seis milenios. Desde que Dios permitió que esta tierra se poblara de hombres.

— No. No estoy hablando de una guerra que puedas ver con tus ojos. Hablo de una guerra que está sucediendo en la oscuridad, más allá de donde alcanza tu vista y por debajo de la tierra.

La voz de Lance era armónica y parecía estar llena de verdad y de confianza. Athan no lo había notado hasta ese día pero el chico tenía, cuando se decidía a hacer sonar su voz, una influencia sobre los oyentes muy difícil de resistir y de explicar, "voz de profeta", fue la frase que se le ocurrió al griego y Ferdinand compartió aquel pensamiento.

— Yo sé de todas las guerras secretas jovencito — retomó la palabra el español por fin abriendo sus adormilados ojos color grafito —. Yo sé muchas cosas sobre este mundo.

— ¡Mentira! No tenías ni la menor idea de lo que estaba sucediendo bajo el monte de Cumas. Ni siquiera Brannagah lo sabía.

Ferdinand se sentó en su lugar y se talló un ojo en un gesto que denotaba cansancio, luego adquirió una mirada perspicaz y se dirigió de nuevo al joven con esta sentencia.

— Tienes razón, he sido testigo de pecados atroces de algunos reyes, de conspiraciones, de traiciones y de guerras secretas que me han dejado claro lo abominable que pueden ser los humanos. Pero jamás me enfrenté a un dragón, ni vi a un mago controlar los elementos en la forma en que Nivia lo hace. Tienes razón en que no sé qué diantres pasó en este lugar, pero en lo que sí estas equivocado es en pensar que me interesa. Créeme, no estoy interesado en toda esta locura y lo único que quiero es regresar a la marca hispana para ver cómo renace mi reino.

— Pues debería interesarte — respondió Lance con absoluta seguridad —. Si perdemos esta guerra no habrá marca hispana, ni habrá Gales, ni Grecia, ni Irlanda. Todo va a desaparecer. Tú lo viste Fer, alguien utilizó magia muy oscura en este lugar y rasgó el manto que separa nuestro mundo con el de la tierra de los muertos. Una criatura colosal fue capaz de cruzar y casi nos mata a todos. No intentes fingir que no te preocupa.

Athan al escuchar aquellas palabras alzó su mano e hizo callar al joven con esta frase.

— Lance, no reveles ante este espía los secretos que debemos proteger.

— No te preocupes Athan, el caballero negro tiene un papel importante en esta guerra, pero él aún no lo sabe.

— Pues estáis equivocado muchachito — dijo Ferdinand esta vez poniéndose de pie y apuntando con el dedo —. Esa criatura no estaba ahí para cruzar y matar gente. Por si no os disteis cuenta, esa cosa estaba defendiendo la caverna y evitando que cualquier cosa entrara... o saliera. Él, o ella, solo estaba haciendo su trabajo y lo hacía bastante bien por cierto.

El rostro de Lance se contrajo en la zona de la ceja y un par de arrugas le nacieron en la frente, la confusión lo invadió e instintivamente volvió la vista hacia Athan.

— No me mires a mí — se adelantó a decir el griego —. Yo estaba muy concentrado en sus colmillos y no me detuve a preguntarle por sus intenciones.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora