Neapolis, abril 873
— Ya vienen. ¿Estas lista?
Se escuchó la tranquila y suave voz del demonio Novael, la cual armonizó con el sonido del viento gélido que llegaba del mar. Pero Némesis pareció no escuchar su voz y si lo hizo, la ignoró. La chica, desprovista de su armadura griega, continuó en silencio meditando sentada en la arena frente al mar. El Beduino, con sus característico turbante de tela enredado en la cabeza, el cual cubría casi todo su rostro, insistió y esta vez se colocó frente a la guerrera, cubriéndole la visual hacia el hermoso mar Tirreno.
— Hermana. Ya vienen, debemos comenzar.
— Dame un minuto — respondió ella con ojos cristalizados.
Y es que en el interior de la mujer se estaban reviviendo momentos dolorosos que le llenaban de humedad los ojos. La voz de su maestro daba vueltas en la inmensidad de sus pensamientos como un recuerdo furioso y enloquecido que la lastima por dentro y le va abriendo múltiples heridas por toda su alma. Voz que se repetía una y otra vez, con palabras que le ordenaban hacer lo impensado.
— Es necesario recuperar un objeto que dejé atrás hace muchos años y tú eres la única que puede realizar tal empresa.
— Pero maestro... — había dicho ella con voz atormentada pero Nimrood no le permitió hablar.
— No te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.
— Yo no soy tan poderosa como Mandrathi, ni tan fuerte como Kemosh, ni tan resistente como Asterio, ¿Por qué no los envías a ellos?
— Némesis, tú tienes la fuerza necesaria, tienes la inteligencia y tienes el corazón que necesito, eres la más extraordinaria de todos mis discípulos y seguirías siendo una gran guerrera incluso si no tuvieras contigo a un demonio brindándote sus dones. Además, Kemosh, Mandrathi, Dagón y Asterio han convivido por tantos años con sus demonios y han utilizado los poderes infernales de forma tan desmedida, que sus cuerpos ya no son los de un ser humano y lo mismo pasa con sus almas. Están deformes y ahora necesitan usar mascaras para no sembrar el terror en los pueblos con su sola presencia.
Némesis no deseaba mancharse las manos con sangre inocente y sabía de antemano que debería hacerlo en algún momento de la expedición, por ello imploró para no tener que ser ella la elegida.
— Mandrathi es un ilusionista, puede cambiar el aspecto de cualquiera de ellos para hacerlos parecer humanos.
Pero entonces Nimrood la hizo ver la otra realidad.
— Si los enviara a cualquiera de ellos, Gamaliel los detectaría al instante pues él puede sentir a los demonios que llevan dentro. Los cazadores de almas son como una ventana abierta para él y puede detectarlos incluso a un kilómetro de distancia, como sucedió en Damasco.
— Yo también llevo un demonio adentro, ¿Lo olvidas? Él me reconocerá cuando me acerque.
— No lo hará, eres joven y por alguna razón, tu alma y tu cuerpo se resisten a la corrupción y se mantienen intactos. Aún puedes ocultar tu naturaleza.
— ¿Cómo haré para ocultar a la hija de la venganza? He vivido con ella desde que nací, ¿Cómo puedo negar lo que soy?
Nimrood tomó aire y con ese simple gesto calmó los ánimos desbordados de la guerrera, apretó sus manos con suavidad y la miró con ojos piadosos.
El gesto amargo de Némesis se acentuó al oír aquello — deberás encerrar al Agatodemon* (demonio simbionte) en una caja sellada muy profundo en tu corazón, no lo invoques ni pienses en él, deberás creer tu propia mentira y olvidar incluso que lo conoces. Es muy importante que rebajes tu naturaleza a la de una simple humana ya que Gamaliel no es el único peligro que encontrarás en los Estados Papales.
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El Imperio sagrado III: Los malditos
FantasíaTERCER LIBRO (ULTIMO DE TRES) Antes de llegar al final del primer milenio después de Cristo, existió un imperio surgido del esplendor del oscurantismo que se proclamó defensor del cristianismo y en nombre Dios cometió todo tipo de atrocidades en co...