Cap. 20 - Escape de tierras papales - El sínodo del terror.

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Aquel hombre o mujer (imposible saberlo a esa distancia) habló por fin y su voz sonó igualmente confusa como su apariencia, pues era suficientemente armoniosa para ser la voz de mujer pero a la vez era grave, potente y muy firme.

— Sígueme.

Dijo y Lance, sin mostrar miedo, se adelantó unos pasos a sus amigos y se detuvo a una distancia segura para admirar aquellas alas, las cuales solo él podía ver. Tenían plumas negras y eran de gran volumen, tanto que apenas cabían en el corredor aun estando replegadas.

— ¿Quién eres tú? — logró preguntar el joven sin bajar la guardia y aquel ser guardó silencio por varios segundos mientras inspeccionaba también la espada con que Lance lo amenazaba

— Tienes una espada que no te pertenece.

— Dime algo que no sepa — respondió el muchacho y el Ángel se dio la media vuelta como si planeara alejarse caminando, antes de dar el primero paso dijo así.

— Sígueme y te daré lo que has estado buscado por tanto tiempo.

— ¿Que podría ser eso?

— Respuestas.

Lance miró a sus amigos y a Haydee en brazos de Athan. Ambos notaron su consternación pero no dijeron nada. Los dos intuían que la situación era grave pero no podían comprender cuánto.

— ¿Cómo puedo confiar en ti? — volvió a hablar Lance dirigiéndose a aquel enigmático ser alado y este respondió con gran seguridad.

— Si yo fuera tu enemigo ya no estarías aquí. Ni siquiera el sello dorado que llevas en el pecho te salvaría.

Lance asintió y entonces el ángel comenzó su marcha hacia la puerta trasera. Los tres héroes lo siguieron y llevaron a la guerrera Némesis con ellos, confiando ciegamente en los instintos del joven Lance, los cuales siempre los habían llevado por el camino correcto.

Afuera del palacio y justo en el oscuro jardín donde antes caminó Lance, estaba estacionado un lujoso carruaje tirado por dos caballos y encima un joven carretero vestido de acólito. Estaba muy oscuro pero aun así pudieron ver que el ángel ya había tomado un lugar en el carruaje y los esperaba pacientemente, al parecer concentrado en sus propios pensamientos. Entre Nivia y Athan subieron a la inconsciente guerrera al coche para colocarla en el suelo y en posición fetal junto a los pies del ángel.

— Sera mejor que la aten muy bien de pies y manos, pues es un demonio y no dudará en atacarlos cuando despierte.

— Tiene los huesos rotos y los parpados cosidos con hilo — replicó rápidamente Lance —. Es inofensiva por ahora.

Pero entonces el Ángel le hizo ver una verdad que el muchacho estaba pasando por alto.

— ¿Inofensiva has dicho? Viniste a Roma para salvarla arriesgando tu propia vida y la de tus amigos. Eso significa que te importa y que harás aún más sacrificios por ella. Esa es un arma muy poderosa que el demonio que lleva esta mujer en su interior utilizará en tu contra y créeme que no tendrá ninguna consideración por su dolor, la usará para manipularte y la dañara aún más si se lo permites.

— No te preocupes, yo la vigilaré.

Luego de decir eso, Lance tomó su lugar y también lo hicieron Athan y Nivia, uno al frente y otro y al costado del ángel. Todos pudieron sentir una sensación de alivio y tranquilidad al estar expuestos a su aura y esa era una sensación que conocían perfectamente bien, pues era la misma que transmitía lance con su toque.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora